Orson Welles, maestro del fracaso

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El estreno en Netflix de la discutible reconstrucción de ‘The Other Side of the Wind’ sirve para repasar el afán perfeccionista y la larga lista de obras inacabadas del director

En las estanterías de una hipotética filmoteca fantasma, la de las películas inacabadas que nunca verán la luz, Orson Welles ocupa un lugar de honor. Junto al Napoleón de Kubrick, Kaleidoscope de Hitchcock o La Reina Kelly de von Stroheim, hasta 19 proyectos iniciados por el director de Ciudadano Kane se quedaron en distintas fases de producción. Uno de esos films que no llegó a estrenarse, The Other Side of the Wind, tras pasar por Venecia ha llegado este fin de semana a Netflix, acompañado por el elocuente documental You’ll Love Me When I Die. Ambos llevan a plantearse la inabordable pregunta, ¿cuánta de la gran obra de Welles sigue oculta, dispersa por archivos y manos privadas o perdida para siempre? Y, también, otra cuestión de índole moral, ¿es legítimo endosar a Welles la autoría de una película que no llegó a terminar?

Pocos conocen mejor la trayectoria y el destino de muchos de estos proyectos frustrados que Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Cataluña y autor de, entre otros, del libro Orson Welles. El espectáculo sin límites. Riambau afirma con rotundidad: «No existe ningún director de su nivel que haya tenido una producción tan absolutamente desbordante. No me refiero solamente de cine, sino también al teatro, la radio, textos dispersos… Welles es una mina inagotable. El problema es que, desde fases muy tempranas, incluso antes de Ciudadano Kane, si no tenía a alguien al lado que canalizase esa energía lo más habitual es que su cabeza corriera más que sus manos».

La fama de director maldito, incapaz de terminar lo que empezaba, le persiguió desde sus inicios. «Hay una parte desproporcionada en esa reputación», señala Riambau. «La biografía que escribió Charles Higham, en la que hablaba del espíritu suicida de Welles, alimentó esa leyenda negra. Lo que él buscaba era el perfeccionismo absoluto. Con Campanadas a medianoche, por ejemplo, estuvo haciendo versiones y versiones para mejorar el montaje final. Forzaba hasta el límite, hasta que un productor se lo tenía que quitar de las manos para darlo por terminado». La mayor parte de las veces el problema era la cuestión económica, sufragada en muchos casos por el propio director a través de sus papeles alimenticios como actor.

Ya sea por problemas financieros o contratiempos de todo tipo, a lo largo de la fascinante y caótica trayectoria profesional de Welles quedaron varios cadáveres (exquisitos): su soñada adaptación de El corazón de las tinieblas, el documental sobre Brasil It’s all true, el thriller en alta mar The Deep, la versión de El mercader de Venecia o el Don Quijote que estuvo tres décadas rodando. Pero también, y eso era lo que más le dolía, montajes finales que nunca reconoció como suyos,traiciones del Hollywood de los estudios como El cuarto mandamiento Sed de mal.

En algunos casos, su ambición desmedida fue su peor enemigo. Quería estar a la altura del mito que se había fraguado desde los 30 y las circunstancias no siempre lo permitían. «Algunas de las cosas que hizo no le gustaban y no las quería mostrar porque no se sentía cómodo con ellas o no acababa de encontrar la forma definitiva. En el caso de su Don Quijote yo siempre he pensado que hay muchos Quijotes, quizá justamente porque no había un productor detrás. Era un work in progress que fue evolucionando, si la hubiera terminado no habría tenido nada que ver con la idea inicial». Ni tampoco, por supuesto, con el montaje que hizo Jesús Franco en 1992.

En el caso de la versión de The Other Side of the Wind estrenada ahora por Netflix, Riambau tampoco la considera una película de Orson Welles. «Hay secuencias montadas por Welles y remontadas a posteriori, han introducido una partitura de Michel Legrand que jamás existió en el proyecto inicial, se han digitalizado planos… Se han tomado una serie de decisiones que me parecerían muy legítimas si fuera en nombre de quienes las han llevado a cabo, pero no en el nombre de Welles». Es, quizá, la traición definitiva a un legado que reposa, en su mayor parte, en el Museo del Cine de Munich, la Cinematheque Française y la Cineteca del Friuli y que de vez en cuando depara sorpresas, como el rescate de Too Much Johnson, una comedia muda restaurada en 2013.

Para siempre quedará la duda de qué habría pasado si Welles hubiera encontrado las puertas abiertas en Hollywood. «La pregunta sería», corrige Riambau, «¿qué es mejor, un Welles domesticado pero con más medios en EEUU o un Welles rebelde y nómada por Europa haciendo de la necesidad virtud?». La respuesta son obras maestras como Campanadas a medianoche o F for Fake. Que alguien se atreva a llamar a eso fracaso.

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