¿Por qué calló Gioachino Rossini?

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El mundo de la música celebra el 150 aniversario de la muerte del autor de ‘El barbero de Sevilla’

Alex, el protagonista de La naranja mecánica, se derrite con la música del «divino divino Ludwig Van». Pero cuando se monta un ménage à trois a cámara rápida con dos jovencitas, lo que suena es la obertura de Guillermo Tell. Y cuando castiga a sus drugos (a cámara lenta) al lado del Támesis, la ultraviolencia viene acompañada de la introducción de La gazza ladra. Lo mismo pasa con la escena de la vieja de los gatos o la pelea con la banda de Billy Boy. La música de Rossini es, más que la de Beethoven, la que marca el paso de la película de Stanley Kubrick. Y si hablamos de una historia como ésta, que -da igual cuándo se vea- siempre remite a un futuro que va cinco pasos por delante, se entiende la vigencia de Gioachino Rossini a los 150 años de su muerte.

En cierta forma, el autor de El barbero de Sevilla ya había muerto mucho antes de aquel 13 de noviembre de 1868. Exactamente, 39 años antes, que es lo que duró el silencio rossiniano que tanto ha fascinado a musicólogos. Pero lo que hizo antes de ese retiro a lo Bartleby sigue llegándonos: en teatros de ópera y en dibujos animados, en ballets de vanguardia y anuncios de televisión. Esas notas que juguetean con los huesecillos de nuestro oído, aparentemente simples y ligeras, pero tan premonitorias del sonido del mañana.

El director de orquesta e investigador italiano Alberto Zedda, fallecido el pasado año, sostenía en su libro Divagaciones rossinianas (Turner) que el verdadero Rossini no es el jovial y burlón de sus óperas cómicas, sino el más dramático y oscuro. Tras realizar la primera edición crítica de El barbero…, Zedda encontró la clave, como explicó en una entrevista poco antes de morir: «Descubrí un Rossini sumergido, que tenía una forma de comunicación moderna. Fui el primero que dijo que el silencio rossiniano no era, como todos pensaban, porque su música era demasiado antigua respecto al mundo romántico que estaba surgiendo». Al contrario: «Era una música abstracta, que hablaba con una simbología típicamente contemporánea: el nonsense, el juego, la ambigüedad… Y he ahí el misterio de Rossini: cómo es posible que una misma música pueda servir indistintamente para sufrir y disfrutar».

Hedonista y gastrónomo (a pesar de sus problemas intestinales), Rossini también manejó con arte la palabra escrita y definió su filosofía estética y artística de este modo: «La música es la atmósfera moral que colma el lugar donde los personajes del drama representan la acción (¡los personajes del drama somos nosotros y la acción representada es la vida!). Ésta expresa el deseo que los persigue (¿qué otro logos podría hacerlo mejor?), la esperanza que los anima (¿falaz sorpresa?), la alegría que los circunda (¿ilusoria quimera?), la felicidad que los espera (¿la dulzura del olvido?), el abismo donde van a caer (la muerte y la nada): y todo ello de un modo indefinido, pero tan atractivo y penetrante que no puede expresarse ni con las acciones ni con las palabras».

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