Hay dos formas de leer, y solemos utilizar la menos eficaz

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El proceso de aprender a leer lleva implícita la obligación de memorizar más que la de disfrutar o empaparte de lo leído. Y no debería ser así

La historia empieza así: un joven vuelve a la casa de su infancia, después de mucho tiempo en la ciudad, a visitar a sus padres. Cuando entra, descubre con horror que su habitación de la niñez, que tendría que devolverle un halo de nostalgia y muchos sentimientos agridulces por el tiempo perdido, ha desaparecido. En su lugar, sus padres la han convertido en una biblioteca. Lo que tendría que ser un cuento terrible sobre el olvido y el abandono paterno también trae consigo, irremediablemente, una duda: ¿y lo divertido que sería que tu habitación se convirtiera en una biblioteca, con miles de libros gratuitos por leer?

Cuando alguien se enfrenta a los grandes clásicos de la literatura parece que ha realizado una gran hazaña. Es algo así como un héroe. Y en cierto sentido puede estar orgulloso. No todo el mundo tiene capacidad para aguantar miles de páginas de un personaje perdido en un sanatorio para tuberculosos en Suiza, por ejemplo. Sin embargo, una vez terminada la novela el lector ve el mundo de un color diferente. Tienen la capacidad de cambiar la perspectiva de nuestra vida.

Cuando se quema una biblioteca -y perdonen el cliché- se queman muchas vidas. Por ello recordamos Alejandría. O Granada. O Sarajevo. Porque cuando escuchamos una sinfonía u observamos un cuadro tratamos de interpretar lo que el autor ha tratado de decirnos, sin embargo nunca podemos estar seguros del todo. Con un libro no sucede eso. Lo abrimos y el alma del autorse desliza por las páginas, nos muestra como si de un espejo se tratase todos sus pensamientos, sus neuras y sus miedos más profundos, pero hay que saber entenderlos.

Un enfoque erróneo

La lectura debería ser una alegría y no algo impuesto. Un problema grave es que en muchas ocasiones leemos libros en momentos en que no debemos leerlos. Nadie en su sano juicio leería a Mishima con doce años, o fliparía con ‘El guardián entre el centeno‘ a los setenta de la misma manera que lo hizo a los dieciséis. Cuando te obligan a leer en el colegio, con una madurez aún cuestionable, ‘El cantar del mío Cid‘, acabas odiando en cuerpo y alma a su autor pese a que no sabes cómo se llama.

La lectura es un proceso, como correr una maratón. Si en lugar del Cid leyéramos las tribulaciones de Andrés Hurtado en ‘El árbol de la ciencia‘, mucho más acordes con los sentimientos que pueda tener un joven, quizá luego los medios no sacarían vergonzosos estudios que señalan que los españoles «leen, como mucho, un libro al año».

Desaprender a leer para volver a hacerlo

Hay un problema. Lo señalan en ‘Medium‘: en el colegio nos enseñan a leer, sí, con una finalidad. La profesora que nos dibuja cuando tenemos cinco años la A en la pizarra -y a la que todos recordamos eternamente, porque eso supuso algo muy importante para nosotros- nos está enseñando con un fin, que no es el de que disfrutemos con los libros de ‘Teo’ o ‘El Barco de Vapor‘, sino para que memoricemos todo lo que vamos a aprender en el futuro.

Y, por supuesto, todo lo que vamos a aprender -no nos engañemos- es única y exclusivamente para volcarlo en el examen. Una vez que salimos no recordamos el nombre de los reyes visigodos ni la tabla periódica. Qué importa, si ese tema en realidad nunca lo leímos por verdadero interés, sino como un trámite. Con la misma atención con la que podríamos leer «los términos y condiciones» de una compra en internet, aprendemos una lección para sacar una nota en un examen.

Ni críticas ni ‘fake news’

O, sucede en algunas ocasiones también, que leemos con el único motivo de encontrar el fallo en el texto. Eso pasa mucho con las noticias en los medios, lo cuál no es descabellado teniendo en cuenta que vivímos en el mundo de las ‘fake news’ -que en español serían las paparruchas de toda la vida, para evitar caer en anglicismos innecesarios-, donde, mientras algunos examinan con lupa y diseccionan un artículo para poder comentar después «el articulista es un inepto que se ha equivocado en tal cosa» otros creen a pies juntillas cualquier noticia sin rigor o sin fuentes que pasa ante sus ojos y que después resulta ser mentira. Es normal que desconfiemos, estamos hastiados y nos sentimos continuamente estafados por el sistema, competimos por quién hace el comentario más irónico e hiriente en redes sociales. Confundimos inteligencia con crueldad y sarcasmo.

Leer algo no es criticarlo, diseccionarlo o aprenderlo para olvidarlo. Hay que absorber y filtrar con la mente abierta, encontrar lo correcto en el momento adecuado para que pueda mejorar tu realidad existente en lugar de moldear lo que estás leyendo para encajarlo en tu realidad. Si tratamos de leer ‘Lolita’ con «nuestros ojos», probablemente nos horrorizaremos con la escasa moralidad de Humbert Humbert. No se trata de juzgar lo leído, sino de entender que la historia va más allá de un cuarentón que se siente atraído por una adolescente. De la misma forma, si nos escandalizamos ante un cuadro de Egon Schiele por lo que representa, estamos olvidando una lección importante. No puede concebirse un mundo en el que prohiben cuadros de Egon Schiele en los museos y existen los hashtags #FreeTheNipple.

Tu mente, inconscientemente, filtrará aquello con lo que no está de acuerdo y se quedará con lo verdaderamente valioso. Ese análisis es el que te ayuda a crecer e implantar nuevas enseñanzas a tu conocimiento. Cuando lees, te sumerges en un mundo que no es el tuyo, adhieres a las capas de tu pensamiento algo de lo que antes no te habías percatado pero el escritor sí lo había hecho.

La lectura no se trata de saltar a los detalles sino de encontrar una perspectiva. Por eso, quizá, aprendemos mucho más cuando leemos a Kierkeergard porque queremos (si es que alguna vez en la historia queremos) que cuando nos obligan a leerlo en el colegio para memorizarlo y volcarlo sobre un papel. No hace falta ponerse tan esnob, seguro que aprendemos más leyendo a ‘Harry Potter‘.

Si llegas con la mente abierta, seguramente podrás irte con algo en ella. Como diría Bukowski refiriéndose al escritor, aunque al final el lector está dentro de esa misma maquinaria eterna e imbatible: «Si no te sale de dentro, a no ser que salga de tu alma como un cohete, a no ser que quedarte quieto pudiera llevarte a la locura, al suicidio o al asesinato, no lo hagas. No hay otro camino. Y nunca lo hubo». Pues ya saben.

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