El artista presenta en Madrid la gira de su nuevo disco, Resinphónico, en el que reactualiza sus grandes éxitos
Había ganas de Raphael (Linares, 1943). Ni el primer violín afinando a la Orquesta Sinfónica de Málaga podía acallar el tumulto del patio de butacas. Tampoco su director, Rubén Diez. Ni una introducción a lo Metro-Goldwyn-Mayer. Y menos el propio Raphael, que provocó al salir una ovación gigante que parecía más el final que el principio del concierto. El cantante presentó ayer en el Teatro Real su nuevo disco, Resinphónico, una revisión orquestal de sus grandes éxitos que se publicó el pasado noviembre y que presentará en 2019 en Cádiz, Málaga pero también a Miami, París, San Petesburgo, Moscú y Londres.
Vidal, que no podrá acompañar a Raphael en su gira internacional por compromisos laborales, acudió de público. Y el artista quiso que le acompañara durante su canción más icónica, una de las últimas que interpretó. “Ha hecho posible estos arreglos en canciones inmortales y él va a dirigir una de ellas: Yo soy aquel”, introdujo el cantante.
Se convirtió ayer Raphael en el orador que levanta a sus fieles varias veces durante la misa. Incansables. 30 temas, 30 veces que se erguía y se sentaba el público. Sin cansarse porque tampoco se agotaba el artista. Más de dos horas de concierto sin descanso. Infatigable. Sin concederse más licencia que sentarse una sola canción a descansar tras la electrónica de Mi gran noche. Dice Raphael que no se va a retirar nunca. Se nota en sus directos. Tiene fuerza para mucho. Para, después de 57 años sobre los escenarios, seguir renovándose.
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