El IVAM analiza la trayectoria de la artista en una muestra esencial
Cuando se cumple el décimo aniversario de la muerte de Ángeles Marco, y en su línea expositiva de dar visibilidad al arte creado por mujeres artistas prestando especial atención al contexto valenciano, el IVAM acoge “Vértigo”, una retrospectiva esencial de una autora que participó vivamente en la renovación de la escultura en nuestro país en los años ochenta y que hasta la fecha no había sido estudiada con suficiente profundidad (hace justo veinte años desde que el propio Instituto Valenciano de Arte Moderno le dedicó otra monográfica, “El taller de la memoria”).
De esta antología, abierta hasta el próximo 6 de enero de 2019, forman parte tanto esculturas como dibujos, instalaciones y material de archivo inédito y entre ellos encontraremos piezas apenas expuestas con anterioridad, algo relegadas por el impacto conceptual de sus trabajos mayores, más emblemáticos, los que nos han permitido enlazar a Marco con los presupuestos estéticos del postminimalismo y con las tesis del propio arte conceptual.
Además de reivindicar esa producción menos conocida, la muestra hace hincapié en el origen de su lenguaje escultórico recuperando una serie de piezas de la primera mitad de los ochenta, Espacios ambiguos, en los que Marco ya iniciaba un rumbo que no abandonó: el empleo de materiales más o menos rudos, como la chapa metálica, que ella resignificaba y convertía en vehículos de emociones tras despojarlos de color.
A partir de ese ecuador de los años ochenta, la obra de la valenciana se abrió hacia el espacio, hacia los terrenos de la instalación: sus esculturas narraron y adquirieron, progresivamente, la forma de escenografías que apelaban a lo doméstico, a través de la presencia de mesas, cajas o sobres, pero que también abrían esos mundos cotidianos a lo onírico a partir de las uniones inesperada o de presentaciones que generaban intencionadamente confusiones, invitando al sueño o al delirio. De aquella etapa datan dos conjuntos de trabajos fundamentales: El tránsito y Salto al vacío (1986-1987), en los que trabajó en paralelo pero desde formulaciones conceptuales diferentes. El último resulta especialmente representativo de las intenciones de la artista: consta de palancas que resbalan, puentes dislocados, elevadores que nos llevan a los abismos o pértigas que conducen al visitante hacia el territorio de lo desconocido, de lo incierto y desafiante, y que quizá le hagan víctima de su propio vuelo imaginario. Hay quien lo ha interpretado como una alegoría de la vulnerabilidad, incluso del suicidio, pero es posible ir más allá: muy probablemente Marco subrayara la belleza y los riesgos que implica gozar de nuestro inherente libre albedrío, ese mundo de paradojas que nos conduce a desear caer.
Y de El tránsito, serie parcialmente mostrada en 1987 en la Sala de Exposiciones de la Caja de Pensiones de Valencia, forma parte Desembocadura, pieza de madera ahora reconstruida que supone una metáfora de los inagotables ciclos de la naturaleza, de las transformaciones continuas de la materia.
Tampoco faltan en el IVAM Puertas o Acera: la primera se compone de misteriosas vías de acceso a lugares de nuevo desconocidos, que pueden no ser seguros; la segunda de adoquines pegajosos y malolientes por los que no se puede caminar. Se trata, nuevamente, de elementos cotidianos asociados, más que a lo inesperado, a lo abiertamente inhóspito y al enigma, que no deja de ser abismo.
Siendo la escultura y la instalación el terreno fundamental de la producción de Marco, la artista llevó a cabo además, desde principios de los noventa y hasta el final de su carrera, incursiones en la performance, en el fondo estrechamente relacionadas con esas instalaciones previas. También en el arte sonoro: forma parte de “Vértigo” Entre en la duda, una maleta suspendida de la que escapa la voz de Marco recitando, entre risas y otros ruidos y sin hacer ninguna pausa, un texto sobre el concepto de suplemento convertido en diatriba incomprensible. Aquí el misterio se hace parodia.
Repasando sus archivos y papeles durante la preparación de esta retrospectiva, se encontraron además textos con anotaciones sobre los pasos a seguir en esas performances, entre ellas El péndulo de oro: A un metro del suelo y mantenida en el aire, comienzo la performance. Péndulo del mundo la plomada. Con mi peso. Después quede la plomada en mi lugar… Ella misma quería convertirse en péndulo oscilante, en marcadora del tiempo. Con toda seguridad tuvo relación con aquel proyecto su última escultura: un péndulo dorado y móvil de 2006 que instaló en el castillo de Santa Bárbara de Alicante muy poco antes de su fallecimiento. La fragilidad hecha material y escena.