Martín Abrisketa nos acerca al Bilbao gris de los años 80 de la mano de una niña mágica que transforma su mundo a través de su mirada y sus dibujos
Maggie es una niña que sobrevive gracias a su imaginación, que vive en un castillo con un abuelo pirata y añora a una madre sirena que tuvo que regresar al mar. Todo un mundo fantástico construido para escapar de una realidad gris: el Bilbao de los años 80 en el que llovía ceniza, una madre yonqui que la abandona de bebé y un abuelo con alzheimer del que le quieren separar los servicios sociales. El país escondido (editorial Planeta), la segunda novela del vasco Martín Abrisketa trata temas ásperos, como la droga o la hostilidad de los años de plomo, con delicadeza y con una mirada diferente a través de una niña fantástica, que nos conduce por una aventura mágica.
Cuando conoces a Martín Abrisketa (Bilbao, 1967) tienes la sensación de estar con un viejo conocido. Quizás porque físicamente encaja con ese cliché de chico de costa norte, vestido con aires surferos, incluso en invierno, y con actitud de estar de paso. Porque él se siente mejor andando por el monte, o sobre una tabla de surf, que en un taxi abriéndose camino en el caos madrileño. Tiene unos rizos cuajados de canas que en su día amarillearon quemados por un sol cantábrico que solo afecta a los que pasan días defendiendo las olas. Con ese aire de mar y montaña, con esa sonrisa franca y una mirada llena de recovecos, Martín, delata una sensibilidad por encima de la media. Pero esa sensación de estar con un conocido emana de su cercanía, de su familiaridad en el trato y de una conversación que no esquiva la emoción.
Ha sido comparado con Bernardo Atxaga, por describir su tierra vasca desde un punto de vista mágico, casi onírico. Este joven autor es un soplo de aire fresco, que reivindica el amor, la pureza humana y la inocencia infantil como impulsores hacia el progreso.
Nos ha venido a hablar de El país escondido, la emocionante historia de Maggie, ambientada en el Bilbao gris ceniza de los años 80. Un escenario en el que las drogas, la crisis industrial y el conflicto vasco no se lo pondrá fácil a esta niña llena de imaginación que intentará salvar su mundo que se resquebraja.
No es su primer libro. En 2015 escribió La lengua de los secretos; la historia de su padre cuando era niño y vivió la Guerra Civil como si fuera un juego y que cosechó excelentes críticas. Martín ha estado en Madrid para presentar su segunda novela y nos ha contado cómo ha sido el proceso de crear una historia tan compleja como la de El País escondido desde el punto de vista de la inocencia de Maggie. Una niña abandonada por su madre yonqui cuando era un bebé, que vive con su abuelo con alzehimer, y que se abre camino a su realidad malvada a base de amor incondicional y fantasía. Para construir este relato lleno de magia, Martín ha contado con la colaboración de Isabel Holgueras, una mujer con síndrome de Down que ha dibujado la manera de ver el mundo de Maggie con unas ilustraciones que rebosan color e imaginación. Esta colaboración, que hace del libro una pieza única, surgió cuando Martín , tras escribir La lengua de los secretos , recibió una carta de Isabel acompañada de un dibulo de una mariposa de colores. Cuando El país escondido empezó a tomar forma, pensó en Isabel para hacer los dibujos-milagro de Maggie que la salvarían de su su sórdida realidad . Durante un año estableció una relación de trabajo conjunto muy especial con Isabel en el que Martín tenía claro que ella le iba a dar muchas claves sobre Maggie. Una relación creativa a distancia que acabó dando forma al personaje que en ocasiones a Martín se le ocultaba.
«A veces Maggie se me escondía, pero con los dibujos de Isabel o con lo que ella me contaba volvía a surgir el personaje. Tenía muy claro que me tenía que dejarme llevar; a veces pensaba que ella conocía mejor a Maggie que yo. Con la ayuda de la hermana de Isabel, que le contó la historia de Maggie como un cuento, y a través de mails, mensajes , o llamadas, nos contábamos cosas de Maggie y el personaje se mostró por completo. Ha sido una relación muy rica que ha ido más allá del libro y nos ha convertido en grandes amigos».
Hablamos con Martín de su novela, de las emociones, del afecto, de la naturaleza que necesita como el aire que respira y de su Bilbao natal.
Es una historia situada en el contexto de una realidad muy dura: Bilbao años 80, cuando la heroína hizo estragos, la industria se desmantelaba, los atentados castigaban a la sociedad y las manifestaciones hacían arder las calles… y sin embargo no se nombra nada de ello en la novela.
Ese tipo de escritura que sobrevuela una realidad concreta sin nombrarla ya la utilicé con mi primera novela, en la que cuento la historia de mi padre. Él vivió de niño la guerra civil y cuando preguntaba por la guerra a sus mayores nadie le contestaba, por eso él se montó su historia de la guerra paralela. Yo viví los años del plomo en mi infancia, fue mi propia guerra en algún sentido y yo la viví como un niño. Es así cómo Maggie se enfrenta a su dura realidad, mira la realidad, pero no la juzga, no la nombra siquiera. Esa visión que aparece en la novela de los yonquis del barrio colocados, son, en ojos de Maggie ,»jóvenes relajados tomando el sol».
La protagonista de la novela Maggie tiene una capacidad increíble de dar afecto, a pesar de su carencia del mismo. Finalmente es ese afecto es hilo conductor de la novela y el que hace cambiar el rumbo de los acontecimientos. ¿Crees que es el afecto el que puede salvar al mundo?
Maggie no ha sentido amor materno y por eso lo busca continuamente. Maggie extiende afecto a todas las personas y lo contagia. Eso es fundamental; para mí la gran solución al mundo, que hemos destruido, es ser capaces de ver el corazón de las personas. Con afecto todo el mundo cambia para bien. Nadie cambia para mal.
En la actualidad veo muchas barreras al afecto. Como periodista gráfico que he filmado tantas cosas, observo cada vez más que no le ponemos cara a los problemas de hoy en día. Hablamos de la inmigración y no ponemos caras a esa realidad. A mí me interesan las caras…y los corazones.
También hablas del Alzheimer, una realidad a la que tampoco le ponemos cara…
Precisamente hace poco me acordaba de una anécdota que determinó de alguna manera la idea de escribir esta novela. Mi sobrino Ander, a los seis años le dijo a mi hermana, «cuando yo sea mayor y tú pequeña, entonces te cuidaré yo a ti» . Explica mejor que ninguna otra cosa la realidad del Alzheimer, que es volver a ser un niño. Las ideas de los niños, esa visión que tienen de las cosas, me atrae muchísimo, siempre les escucho porque tienen frases maravillosas como esta.
¿Nos estamos alejando del afecto?
Somos dependientes de los demás, no podemos estar solos, pero al mismo tiempo luchamos contra esta dependencia afectuosa. Antes teníamos unas familias y unas relaciones más conectadas, ahora nos alejamos cada vez más y, creo que cuanto más te alejas de tus seres queridos, más te alejas de ti mismo.
Y hablando de relaciones ¿Qué relación tienes con la redes sociales?
Las tengo, pero sólo por trabajo. Cada vez veo más gente que no se separa de su móvil. Hoy, cuando venía en el avión, a mi lado había dos japonesas que no levantaron la visa de su pantalla en todo el viaje, mientras yo, miraba las nubes. Era muy bonito y se lo estaban perdiendo. No miramos lo que tenemos cerca y estamos pendientes de lo que está lejos. Pasa lo mismo con el cariño. Parece que sólo nos acordamos de nuestros seres queridos cuando estamos lejos de ellos y les mandamos fotos de nuestros viajes. Estoy esperando que se ponga de moda no tener redes ni móvil y vivir de nuevo plenamente nuestra realidad.
Pero en tus novelas te acercas a la realidad a través de la magia.
Para mí es clave esa magia que se produce a través de la mirada infantil. Esa inocencia tiene la facultad de retratarnos por dentro. Esas preguntas francas de los niños nos ponen de cara a la realidad. Mis novelas son muy duras, pero están narradas a través de la fantasía de los niños y se perciben como una aventura. Su manera de ver el mundo es un buen canal para acercarte a realidades duras, pero a la vez estás leyendo una aventura con la que sonríes. Sin embargo lo que hay detrás que no produce ninguna sonrisa, como es una guerra o el drama que rodea a Maggie en El país escondido.
¿Qué realidad te interesa ahora?
Estoy con los ojos abiertos ahora mismo, como un niño, necesito encontrar una historia que me aporte y me haga crecer. Para mí la novela no es un juego, lo es para los demás, y en cierta manera para mí, pero invierto tanto tiempo de mi vida que necesito crecer en ese tiempo. Es una cuestión de ir avanzando. Los temas no los busco, aparecen de repente, por eso siempre voy con los ojos bien abiertos. Sé que ocurrirá de repente.
Has sido reportero gráfico, ¿es muy diferente tu vida de escritor?
Cuando trabajaba de reportero gráfico me concentraba en la mirada, ahora como novelista creo que sigo aportando mi mirada sobre algo. Escarbo en una realidad, igual que hacía antes, pero con más tiempo. Además veo las escenas del libro como si las estuviera filmando, coloco cámaras imaginarias y visualizo el plano de cada pasaje que escribo. En un futuro no descarto hacer cine, pero de momento me centro en la escritura porque es una manera muy personal y autónoma de contar historias. Cuando quise contar la historia de mi padre enLa lengua de los secretos tenía que hacerlo de manera que no necesitara a nadie más que a mí, ya que había cierta urgencia porque estaba enfermo. Pero no descarto que haya otras formas de contar su historia. Sí es cierto que escribir me mantiene en una burbuja, sin presión exterior, lo que me permite moldear a los personajes sin los nervios de una producción de cine.
Y la mirada de los demás… ¿te afecta? ¿Estás pendiente de la crítica?
Apenas he recibido críticas malas, la verdad, pero siempre estoy pendiente porque aprendo mucho de los demás. Hay que saber distinguir entre las opiniones sinceras y aquellas motivadas por demonios personales, tanto en la crítica como en vida en general. Esta novela es muy especial y muy emocional y hay personas que no están dispuestas a emprender el viaje de emociones que propongo en El país escondido. Pero en general recibo muchísimo cariño, sobre todo de los lectores. Ayer mismo me dijo un desconocido «Me has ayudado, me has hecho recordar», o recibo cartas a mano de personas que han vivido experiencias cercanas a lo que narro en mis libros. Eso no tiene precio.
Absorbo mucho de lo que pasa a mi alrededor, de las cosas que pasan en la calle, de libros, de películas, veo mucho cine: no paro de mirar y de escuchar.
La naturaleza está presente en tu novela. Hay árboles que hablan o un mar que separa Maggie de su madre.
Escribo en mi caserío, rodeado de naturaleza. Escribir me permite estar cerca del monte: siempre he estado muy vinculado a él y lo necesito para vivir. Es un entorno que permite que fluyan las ideas, que a menudo surgen simplemente andando por los caminos. A veces recorro 15 kilómetros sin darme cuenta. Y claro, luego hay que volver.
¿Y cómo te inspira Bilbao? Una ciudad transformada, que nada tiene que ver con la que aparece en tu libro.
En los tiempo que narra la novela, Bilbao era un agujero del que era muy difícil salir. Pero en aquellos años, a pesar de todos los problemas de droga, paro, kale borroka… había una creatividad increíble. Una efervescencia cultural de música y de arte única. Muy alternativa, pero muy interesante. Ahora, sin embargo, está totalmente reconvertida. Se parece más a otras capitales, ha perdido autenticidad: nunca hubiera imaginado una Bilbao como la de ahora. La de entonces, a pesar de todo, a mí me encantaba. Era muy potente a nivel visual. Recuerdo imágenes impresionantes de esa época que me apena no haber fotografiado. De niño, era como una aventura cada día, para lo bueno y para lo malo. Ahora me doy cuenta de que viví un momento histórico; al igual que mi padre vivió la Guerra Civil, yo viví ese Bilbao conflictivo, que sufría. Esa parte queda reflejada en la novela con los personajes del vecino y del fantasma. Esas realidades tan extremas entre sí, de las que no se hablaba. Afortunadamente estamos en un tiempo de cura de esa época y se pueden escribir libros como Patria y otros muchos que quedan por escribir.
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