Elvira Navarro: «Mis cuentos cuestionan qué entendemos por realidad»

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La escritora regresa al mundo del cuento con La isla de los conejos (Random House), un volumen con 11 perturbadores y elusivos relatos que exploran la elástica y delicada frontera entre la realidad y lo extraño.

La normalidad no es algo aplicable a ninguno de sus protagonistas. Si ya en sus novelas como La trabajadora la locura pululaba a sus anchas, ahora son varias las patologías o desviaciones de la normalidad que coleccionan sus protagonistas. Una visita a las periferias de nosotros mismos en la que Elvira Navarro (Huelva, 1978) vuelve al cuento, un género que «no he abandonado nunca. De hecho, mi primer libro, La ciudad en invierno, era de relatos, aunque en su día, como la protagonista era la misma en todos, se leyó como una novela», explica la autora, que asegura que en 2014 tuvo clara «la necesidad de un libro de cuentos, porque veía que quería desarrollar unas historias que podían tener elementos comunes».

El resultado es este La isla de los conejos (Random House), un conjunto de 11 perturbadores y elusivos relatos donde Navarro, que prepara para este año un volumen de no ficción sobre su experiencia personal de varios barrios de Madrid que se titulará Periferiaexplora algunos de sus temas habituales enmarcados en la tensión latente entre la realidad y lo extraño. Un conflicto en el que se zambulle para recordarnos que la mayoría de lo que consideramos sólido en la vida no son más que convenciones que pueden hacerse añicos al menor roce.

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Pregunta. ¿Qué diferencias encuentra entre cuento y novela a la hora de escribir? ¿Qué le ofrece este género que no le da la novela?
Respuesta. Un cuento trabaja lo implícito, cuenta una historia a través de otra, mientras que la novela trabaja lo explícito. En ese sentido casi todos mis cuentos son siempre metáforas. Además, el relato permite mantener en toda la narración una intensidad que con la novela se disuelve. También es cierto que ese trabajar lo implícito afecta al propio proceso de escritura, es decir, en una novela muchas veces está mucho más claro por qué uno está escribiendo lo que escribe, mientras que en un cuento la pulsión es mucho más misteriosa. Exceptuando uno, que pensé que podría dar para más y resultó que no, con todos la intuición me decía que eran cuentos porque quería desarrollar simplemente una situación, no los concebí como una acumulación episódica propia de la novela.

P. La mayoría de los finales están abiertos, ¿cómo sabe cuando terminar un cuento?
R. Pues en principio cuando está resuelta la tensión, que es una tensión muchas veces casi física, corporal. Llegas al final cuando sabes que has dicho lo que tenías que decir, que has desarrollado la historia hasta el punto en que tenía que ser desarrollada, y entonces la inspiración cesa.

Hay muchos relatos en pugna por lo que es lo real, ya que la realidad no está exenta de ideología, no son hechos puros, sino interpretaciones de hechos»

P. Todos estos relatos exploran los límites entre lo cotidiano y lo extraño, ¿qué hay en esa frontera, por qué asomarse dentro?

R. Es muy necesario porque la realidad no es más que un consenso a propósito de lo que consideramos real. De hecho, hay muchos relatos en pugna por lo que es lo real, ya que la realidad no está exenta de ideología, no son hechos puros, sino interpretaciones de hechos, porque no hay una única idea de qué es la realidad. Lo extraño se produce cuando uno se da cuenta de hasta qué punto la idea que tiene de las cosas es muchas veces una fantasmagoría, y eso hace que al mirar lo real adviertas que está lleno de extrañeza. Mis relatos exploran esas proyecciones que coquetean con lo fantástico, lo irreal, se asoman a algo que está a punto de descomponerse, que es la percepción que tienen los protagonistas y nosotros mismos sobre nuestras propias circunstancias.

P. Además de la realidad también ataca veladamente el concepto de normalidad, ¿qué son estas convenciones y para qué las creamos?
R. Hay dos interpretaciones posibles de por qué las creamos. Una amable, que vendría a tratar de consensuar una objetividad en la que poder establecer unas normas donde somos reconocibles y podemos relacionarnos dentro de unas pautas «normales», y otra más perversa, que sería la cara B, que implica un sometimiento a la norma y una exclusión de todo aquello que no la cumple. Ahora bien, ¿quién es normal? Yo creo que absolutamente nadie se considera normal. ¿Qué diablos significa ser normal y qué pasa con quién no lo es? Está condenado. Los protagonistas de mis cuentos son personas declaradamente anormales, aunque no se perciban como tal. Siempre tienen un componente que roza la locura. Me interesaba el conflicto que se genera entre ese roce de personas anormales que generan proyecciones sobre lo real y que hacen que lo real aparezca como monstruoso, y la fricción que hay con la supuesta normalidad que tendrían que acatar.

Los protagonistas de mis cuentos son personas declaradamente anormales. Siempre tienen un componente que roza la locura»

P. Además del tema de la locura, trata otro tema característico de sus novelas, la visión del paisaje urbano como un entorno hostil y caótico, ¿es así la ciudad para usted?

R. Hay tres relatos que son específicamente urbanos, y en ellos, el espacio que aparece es periférico y está siempre encarnando el conflicto de los protagonistas. Por ejemplo «La habitación de arriba» lo protagoniza una chica que trabaja en un hotel de las afueras de una ciudad que yo no nombro pero que podría ser perfectamente Zaragoza, una Zaragoza inventada, y está sometida a un régimen laboral terrorífico. Su salida es muchas veces caminar por la ciudad, perderse. Aquí la ciudad encarna un poco esa sensación de desposesión de la protagonista en relación a su propia vida. En otro, «París périphérie», la protagonista se pierde en una banlieu parisina que bebe de mi propia experiencia. Yo estuve de Erasmus estudiando en la Universidad de Paris VIII, en la banlieue de Saint Denis. Cuando llegué a París tenía una idea idílica, acababa de leer Rayuela de Cortázar, y de pronto me tope con que no había sitio para mí en ese París maravilloso, porque no tenía suficiente dinero. Entonces me fui a una residencia de jóvenes trabajadores y llegue a un gueto donde el espacio urbano se deshacía por completo. Hay un libro de Marguerite Duras a quien cito en ese cuento, Outside, que dice algo así como que no existen mapas de la periferia porque no es posible hacerlos. Es una afirmación muy osada, que quizá en un sentido literal no sea cierta pero que sí contiene una verdad experiencial, porque al caminar por esos barrios parece que la ciudad está destruida.

P. Siempre incluye en sus historias algunos elementos de su vida, pero a la vez siempre dice que no se reconoce nunca en sus escritos, ¿cómo es ese proceso de extrañamiento, de alejamiento de sí misma?
R. Es verdad que bebo de mi experiencia, pero siempre con mucha distancia biográfica. Pasan varios años hasta que yo puedo escribir sobre esa vivencia, que además es un punto de partida sobre el que ya empiezo a inventar, y ahí hay un proceso de desasirme de lo que ha sido mi experiencia para poder crear y generar otra cosa.

P. En la mayoría de los relatos, especialmente los que están en primera persona, la voz protagonista es femenina, ¿es algo buscado o inconsciente?
R. Simplemente me sale escribir así. No medito la escritura de una manera fría, aunque luego la trabaje mucho, sino que la voz se impone y también el narrador que uso. Cuando empiezo a escribir, el narrador ya se ha elegido mediante un proceso inconsciente, y es verdad que me es más natural en una primera persona poner a una mujer.

Estos cuentos son el reflejo de la parte más oscura de mi visión sobre las cosas. Son un condensado de la inquietud que produce la vida»

P. Otro tema que toca es el de la imposibilidad del control real sobre nuestras vidas, ¿en qué sentido es una ilusión?

R. Es una ficción absoluta. El control es una proyección hacia el futuro dentro de un sistema o paradigma en el que vivimos donde continuamente se nos mete miedo a que si no hacemos determinadas cosas en el futuro vamos a acabar fatal, sin trabajo, sin salud… Continuamente durante nuestra vida tratamos de controlar esas circunstancias para que en el futuro no ocurra eso terrorífico que nos dicen que ocurrirá si no damos los pasos debidos. Uno puede obsesionarse hasta tal punto con el control que al final eso mismo genera un auténtico monstruo, como por ejemplo esas patologías que surgen a partir de la obsesión con la comida sana, que vuelven a la gente medio loca. Eso se refleja en los cuentos, precisamente en el que titula el volumen, «La isla de los conejos», donde un tipo decide ocupar una isla llena de un montón de aves que le enloquecen suelta conejos para matar a los pájaros y acaba creando un monstruo. No digo más para no estropear el relato, pero es una metáfora clara de la obsesión por el control.

P. Hay un cuento, «Estricnina», donde a la protagonista le sale una pata de la oreja en un paralelismo con La metamorfosis de Kafka, ¿qué más escritores o relatos te han inspirado?
R. Como autora no me siento autorizada para decir cuáles son mis influencias, porque muchas veces uno no acaba pareciéndose a lo que le gusta, incluso a veces nos parecemos a quienes no nos gustan, pero sí que tenía varias narraciones en la cabeza mientras escribía los cuentos. Por ejemplo, en «Notas para una arquitectura del infierno» me venía continuamente a la cabeza el cuento «El perseguidor» de Cortázar, porque mi protagonista va detrás de un hermano muy extraño intentando descubrir qué le pasa del mismo modo que Bruno persigue al saxofonista para averiguar el secreto de su genialidad. También hay otro libro de cuentos que me fascina, Proyectos de pasado, de Ana Blandiana, editado aquí por Preiférica, que reúne unos cuentos muy atmosféricos, y me siento muy reconocida en esa pulsión por hacer atmósferas, algo que está presente en mi literatura. También recuerdo, por ejemplo, que el primero de los cuentos, «Las cartas de Gerardo», lo escribí mientras estaba leyendo como loca Helada de Thomas Bernhard, y creo que el ambiente sórdido de esa novela impregna el tono de mi cuento.

P. Todo el libro deja al lector con una sensación de estupor o de inquietud, ¿es un efecto buscado o es simplemente reflejo de plasmar la vida, que es así?
R. En realidad cuando escribo no pienso en el lector, de hecho ni siquiera trato de imponerme sobre el texto, sino que dejo que el propio texto me conduzca hacia donde él quiera, muchas veces hacia lugares incómodos que no querría visitar. Estos cuentos son el resultado de plasmar ciertas visiones que tengo sobre la vida, ciertas partes, no la totalidad, pero sí la parte más oscura de mi visión sobre las cosas. Y precisamente el cuento lo que permite es una mayor intensidad, de alguna manera te obliga a ello. Es un condensado de esa inquietud, de ese extrañamiento que me produce la vida, una manera de cuestionar desde lo monstruoso qué entendemos por realidad.

Autor: Andrés Seoane

Ver más en: El Cultural

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