Andrew Carnegie (1835-1919) nació en Escocia, pero pronto viajó a Estados Unidos con sus padres en busca de buena fortuna. Formado como telegrafista, sus inversiones en la industria metalúrgica y en la construcción de obras públicas le convirtieron en uno de los hombres más ricos de Estados Unidos y, probablemente, del mundo. Pero Carnegie quería que su legado fuera más allá del de un millonario cualquiera, y para eso decidió cambiar para siempre las bibliotecas de Estados Unidos.
Carnegie vendió gran parte de sus empresas, como Carnegie Steel, consiguiendo una gran cantidad de efectivo. Su idea fue la de invertir ese dinero en buenas causas, que incluían la paz mundial, la investigación científica y la educación. Fundó museos, como el Carnegie Museum de Pittsburg, y universidades, como la Carnegie Mellon, además de montar numerosas becas y proyectos.
Pero a partir de 1901 hay que destacar el trabajo que realizó dentro del campo de las bibliotecas públicas. Carnegie tenía unas sólidas ideas sobre la democracia y la cultura, y pensaba que una se basaba en la otra: un pueblo educado era necesario para mantener un sistema democrático de calidad. A principios del siglo XX, Estados Unidos tenía una gran deficiencia en bibliotecas a lo largo de su gran territorio. Ahí es donde intervino Carnegie.
La primera de las Bibliotecas Carnegie abrió en 1883, una colaboración con el ayuntamiento de Dunfermline en la que solo aportó la construcción y el equipamiento, dejando el terreno y el mantenimiento en manos de las autoridades. A partir de ese modelo, y de generosas donaciones, el equipo de Carnegie comenzó a trabajar.
Hay que tener en cuenta que el concepto de biblioteca pública en Estados Unidos durante esa época no estaba del todo claro. Los bibliotecarios querían edificios pensados para ser lo más eficientes posibles, tanto en servicios como en logística. Los filántropos, aquellos que podían poner el dinero, buscaban grandes edificios que reforzaran sus creencias sobre el orgullo cívico y que fueran relevantes.
Carnegie supo buscar un punto medio en el diseño de las bibliotecas, y conformó la manera de trabajar en Estados Unidos durante varias décadas. El trabajo de su equipo fue uno de los más importantes de la historia, ya que llegaron a montar más de 3.000 bibliotecas públicas a lo largo y ancho de Estados Unidos.
Sin duda, Andrew Carnegie, como todo empresario de éxito, acumuló tanto críticas como elogios a lo largo de su vida, pero lo que está fuera de toda discusión es la importancia que tuvo su labor filantrópica a la hora de darle la importancia necesaria a las bibliotecas como parte orgánica de la vida pública estadounidense.
Autor: Alfredo Älamo
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