La dama de negro: una obra de teatro que acelera el corazón y pone los pelos de punta

0

En sus ciento veinte minutos hay apariciones, gritos, una carroza que anda en cámara lenta, suspiros, sensación de ahogo. La experiencia se compara a leer en vivo una novela de terror. El escenario es nuestra imaginación.

¿Cuál es la forma de las manos cuando tenemos miedo? Aunque los gritos y el efecto de la oscuridad entran por el pecho, en las manos se acumula el pánico. Los dedos se engordan, crecen como si les hubieran inyectado sangre. Estamos en un teatro lleno de gente, hay una luz sobre el escenario en el que se encuentra el desconcertado Jhon Morris. Sentados, frente a él, sus ojeras son cuencas vacías. Primero camina a tientas, luego corre rápidamente por una mansión sospechosamente silenciosa. Sus dos plantas tienen un aura de abandono, el pasado se superpone en cada recinto. En la cama hay uno de muchos misterios. Cuesta decirlo, pero es mejor hacerlo: es el espíritu de un niño, que es perceptible por más que los espectadores no lo queramos reconocer. El otro misterio es la dama de negro. Despeinada, harapienta, lóbrega. La iluminación va y vuelve. Morris está perdido en su desespero. La luz se prende y apaga. Su parpadeo es poderoso y la luz parece trazar un abismo. La dama aparece y se vuelve a ir. El tormento es patrimonio de Morris y de nosotros, el público.

Robinson Díaz encarna a uno de los protagonistas de esta historia. En dos horas su voz es queda y también se desgarra. Está en un pueblo inglés. Su corazón, que late a mil, es el corazón de quienes lo vemos. Su voz está inerme y sin bríos. Cualquiera que no lo haya visto la noche anterior en la sala arlequín de Casa Ensamble diría que es resacosa. Pero no, está ronca por ser Jhon Morris. “Esta es una obra que lleva 25 años en Ciudad de México. Hace 30 años se presenta en Londres. Quizás es de las más representadas del mundo. En Colombia llevamos tres temporadas, con lleno total, por eso estoy hablando así”, dice.

La dama de negro es una novela escrita por la británica Susan Hill.  Publicada en 1983, su estilo gótico llamó la atención del guionista Stephen Mallatratt, que la adaptó al teatro. Dicha pieza en la que Artur Kipps contrata al actor Morris para que recree un hecho que le cambió la vida. Como si se tratara de un trabajo fácil, el artista finalmente acepta. A simple vista se va a ganar unos pesos sin esforzarse. Da el “sí” sin saber el dramático episodio que vivió su empleador. Después de esta experiencia su vida se partirá en dos. El mexicano Rafael Perrín es Kipps. Su elocuencia y su porte señorial hipnotizan. Todo lo que dice debe tomarse en serio. Todos lo tomamos en serio, menos Morris.

Perrín fue el que la vio primero en Inglaterra antes de ejecutar la idea de importarla a su natal México. Hizo una versión muy similar a la que vio en la isla británica. Faltaba que la viera Robinson Díaz para que arribara a Bogotá. “La descubrí un día en la programación. La dama de negro, una obra de terror. ¿Una obra de terror en teatro?  Como buen colombiano, escéptico, que no cree en nada, fui y realmente me asusté. Luego hice el ejercicio de ir con mi esposa Adriana y me volví a comer las uñas. No me aguanté las ganas, me acerqué al camerino. Sin conocerlo, le propuse al director llevar la obra a Colombia. Recuerdo que me miró antes de aceptar”, comenta Robinson. 

La dama de negro dura dos horas. En sus ciento veinte minutos hay apariciones, gritos, una carroza que anda en cámara lenta, suspiros, sensación de ahogo. La experiencia se compara a leer en vivo una novela de terror. El escenario es nuestra imaginación. “Los mexicanos que han venido a verla dicen que es la mejor versión, porque realmente te sumerges en un estado de miedo, apela a la imaginación. Como espectador estás dispuesto a dejarte llevar. Es lo que procuramos con Perrín, te vamos quitando las defensas hasta que te conviertes en un niño. Los trucos están a la vista, el 80% de la obra es en la oscuridad, el miedo aparece, estás vulnerable, de pronto aparece la dama de negro”, explica el antioqueño que ha actuado en La mujer del presidente y El cartel de los sapos.

El final está al nivel del camino recorrido. No desentona, se siente refrescante. Es una salida en forma de circulo. Por ahí se sale de la pesadilla. Afuera siempre se respira mejor. Salir de función es dejar en sala al niño que los atribulados Morris y Kipss se encargan de estimular. Ellos saben que los temores primarios nunca nos acompañarán hasta el último día de nuestras vidas. La respuesta a ¿se puede desarrollar miedo en teatro? en el país del miedo es un sí que recorre las tinieblas que los viernes y sábados envuelven Casa E. Estamos llamados a asistir los que aceptamos con gusto una invitación al susto. Con voz ronca de tanto huir, Robinson Díaz sugiere: “si te da vergüenza llorar o asustarte, no pagues la entrada. Eso lo he ido aprendiendo en mi trabajo, llorar y sentir es catártico, liberador, es un tema químico, estás tan lleno de una sustancia toxica y de pronto llega una sustancia al cerebro que dice libérate, deja un momento de controlar tus instintos”. 

Autor: https://www.elespectador.com/cromos/vida-social/la-dama-de-negro-una-obra-de-teatro-que-acelera-el-corazon-y-pone-los-pelos-de-punta-articulo-843915

Leave A Reply