El escritor Eloy Tizón reúne 30 años de crítica literaria en ‘Herido leve’, un volumen que es una invitación al placer de la lectura. Y de la escritura.
El poeta Francisco Brines suele acudir a una frase que aloja otra de las mayores certezas de la literatura: «Antes que ser un gran escritor hay que aspirar a ser un buen lector». En ocasiones una opción empuja hasta la otra y el prodigio de la suma da cuerda al milagro. Eloy Tizón (Madrid, 1964) despachó hace 27 años un libro de cuentos extraordinario: Velocidad de los jardines. Anagrama lo estrenó y un cuarto de siglo después lo rescató y celebró la editorial Páginas de espuma. Tizón era por entonces un muchacho infestado de literatura que se lanzaba a las palabras con apetito febril. Aquellos cuentos, escritos entre los 23 y los 27 años, cayeron como una inesperada revelación. Y entonces sí, el escritor se puso en marcha. O mejor: se fue nivelando con el lector ya consumado.
Tizón continuó con su expedición. Fue armando más libros –Seda salvaje, Labia, La voz cantante, Técnicas de iluminación…- y leyendo. Y dejando rastro de esas lecturas convulsas en revistas y suplementos culturales (tantos ya desaparecidos). Un material caducifolio y disperso que recorre tres décadas de pasión por la literatura. Un mapa de entusiasmos que, de manera accidental, recobró sentido y asumió forma nueva cuando Tizón abrió un archivo olvidado en el ordenador y aquellos textos críticos recobraron vida. En ellos estaba fijado su largo empeño lector.
Salvó de la muerte amarilla del papel esa otra biografía intensa, íntima, compartida, incesante, que se concreta en los libros que uno habita, en los momentos memorables que dispensan. Y decidió darles sitio en un volumen que recobrase todo aquello: su miles de horas leyendo.
Podría ser nada más que un baúl de caprichos, pero es una pasión maravillosa
Este repertorio de reseñas o ensayos portátiles, tan bien armado para esta edición, da cuerpo a un libro extraordinario: Herido leve. Treinta años de memoria lectora(Páginas de espuma). Podría ser nada más que un baúl de caprichos, pero la audacia de la selección y la sagacidad de Tizón convierte esta hermosa travesía en un lugar donde encontrarnos. Aquí se viene a leer de libros, a leer de autores, a disfrutar, a compartir, a recordar, a dejar que la pasión se expanda como una plaza grande.
Desplegado en ocho secciones, Herido leve también tiene algo de hipotético milagro. Las escritoras y escritores convocados son leídos con voracidad, pero también contagiados del rumor de la escritura de Tizón, con su vapor de aciertos impregnándolo todo.
A cada uno le asesta su dosis exacta de precisión, su frase lenta, su festín, su secreta angustia. De John Cheever al poeta Rimbaud. De Marina Tsviétaieva a Anna Maria Oreste. De W. G. Sebald a E. M. Foster. De Saul Bellow a Marcel Schwob. De Djuna Barnes a Clarice Lispector. Un turbador magnetismo se aúpa en este libro, porque la ansiedad de quedarse en él es fuerte. Un sabor de algo común y eterno incita a sentir mientras lees lo que leyó Tizón, la huella de su fascinación. Su autobiografía intelectual en más de 100 textos.
Este es un trabajo celebratorio donde es posible confirmar que un rato de felicidad da sentido a toda una vida. En las reseñas recobradas, después de tanto tiempo, no asoma la costumbre sino la vocación. Porque
Los libros que importan prolongan y amplían el júbilo y las obsesiones
, las dudas y la estupefacción. El oficio del crítico apenas se nota. Quiero decir: Herido leve no es un tratado ramificado de literaturas, ni un rescoldo de academias, sino una historia de amor entre pasado y presente, un deambular sin prisa por algunas periferias y otras tantas centralidades. El autor se detiene a hablar de Isak Dinesen y le suma vida. Ese es el logro. Se asoma a Tolstói y lo acerca al ahora. Advierte que Modiano tiene en su prosa el vigor de un misterio, y adentro de esa intranquilidad lo desciframos mejor. Abraza la densidad de la escritura de Alice Munro, su intenso fichero de conflictos, y sabe cómo contarlo.
El rescate de los textos de esta edición no debe entenderse como una segunda oportunidad. Este volumen trae una excitación novedosa, no sólo porque muchas de las piezas reaparecen actualizadas y eso las convierte en páginas de estreno, sino porque en la escritura de Tizón hay un tiempo más allá del tiempo que esquiva cualquier evocación retrospectiva. Ni rastro de nostalgia o grandilocuencia. Tizón está bien en su registro de lector, sin necesidad de otros formalismos. Su músculo crítico no pretende hacer palanca en la jurisdicción de Connolly, de Elliot, de Borges, de Bloom, de Auden, de Brodsky, de Pound. Viene de ese linaje, pero prefiere una manera más aérea de pasarlo bien escribiendo. Leyendo. No pierde de vista la cercanía con el libro ni con el lector. Identifica y señala estímulos, hallazgos, extravíos. Evita imponer su criterio. Lo deja en suspenso, con agudeza y penetración inusuales.
En Herido leve dispone un ágil ejercicio de equilibrismo. Hace respirable la literatura, por compleja o ambigua que sea.Este es uno de esos libros que sedimentan sin urgencia allá donde el ardor convive con la reflexión. Y si hay derroche es de complicidad. Tizón es un ejemplar de escritor pleno que impregna de emoción nuestro mejor parentesco: la literatura.
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