Tomás Eloy Martínez, fabuloso cronista oral de la vida y de los escritores, contaba uno de los más terribles enfados de Ernesto Sabato, cuando éste abandonó abruptamente una mesa de La Coupole, en París, al sentirse desdeñado en su honor literario por Carlos Fuentes, su más joven colega mexicano.
Según Tomás Eloy, la conversación, en la que él estaba presente, había discurrido por los caminos de la buena educación mexicano argentina Sabato mantenía su disposición a la anemia expresiva mientras que Fuentes, de suyo un gran actor, trataba de hacerle la vida más agradable al autor pesimista de El túnel.
Así pues, en uno de esos momentos en que Carlos Fuentes sintió que tenía que animar a su amigo Sabato con un elogio de mayor enjundia decidió hacer una escala de valores en la literatura argentina.
Y dijo Fuentes, desde su ángulo de la mesa: -Yo creo que los tres grandes escritores argentinos son Borges, Cortázar y Sábato.
Según el relato de Tomás Eloy, a Sabato no le faltó ni un segundo para abandonar la mesa al grito de “¡Gracias por ponerme en último lugar!”, mientras Fuentes, atlético, corría tras él asegurándole, contrito, que lo había dicho “en orden alfabético”.
Han pasado los años, más de medio siglo seguramente, y los tres factores de la prelación, e incluso el relator, han desaparecido, de modo que este suceso puede seguir también siendo leyenda.
Y también puede haber pasado a la historia la prelación misma. Pues han entrado en la historia de la literatura argentina otros factores cuya importancia puede haber alterado no sólo el orden alfabético de Fuentes sino, incluso, el propio orden de los factores.
En una entrevista póstuma (de 1984, reciente aún la muerte de Julio), el gran autor Antonio di Benedetto (que merece estar en la B del alfabeto de Fuentes) decía que el boom se estaba muriendo y entraban en ese momento nombres propios, como del Ricardo Piglia, que ya veríamos qué daría de sí en el futuro. Aquel hombre triste, tan buen escritor, tuvo razón.
Pero volvamos al abecedario de Fuentes. Y detengámonos en la C de Cortázar. Ya sabemos qué pasó con Borges, cuya fama de enorme poeta fue creciendo hasta ser él mismo un diccionario mundial de una sola letra; y ya sabemos, o creemos saber, qué sucede con Sábato, que era el líder de la S pero entonces, probablemente, a pesar de sus aspiraciones dichas a veces como si enfadándose podía cambiar la historia de la literatura, no podía disputarle a Borges el orden alfabético.
Y quedémonos con la C. Cortázar no era el segundo, ni el primero, ni el tercero, quizá, el orden alfabético, pero en uno de esos lugares estaba fijo. Además era, y siguió siendo, un extraordinario escritor raro, inclasificable, un autor que escribía por dentro, desde la noche del alma, rompiendo moldes, creando mundos, siendo escritor hasta en la vigilia, y hasta su muerte.
Cortázar rompió los moldes de la narrativa en español. Hay escritores que pasan a la historia, y ellos estarían muy felices de hacerlo de seguir vivos, pero ya están en la historia, y de ellos se sabe en las tesis doctorales, pero dejan de estar en las estanterías o bajo el brazo de los estudiantes. Los otros dos de aquella nomenclatura de Fuentes están, sin duda, en esos estantes contemporáneos, pero es cierto que Julio Cortázar lo está de forma especial. Perdurablemente.
Su perdurabilidad es un fenómeno tan extraordinario como aquella leyenda que hubo, hasta que en efecto empezó a envejecer, de que Julio era un hombre que le había ganado la batalla a la edad y siempre iba a ser el joven escuálido y larguísimo de sus retratos más habituales. Y no siempre pareció que iba a ser así.
Todos los escritores, los del abecedario de Fuentes y todos los demás, aunque hayan sido en su tiempo de extraordinaria potencia o fama, son desbancados por otros que los dejan en el escalafón del olvido. De ese purgatorio salen algunos y vuelven a las estanterías, a las escuelas, a las universidades y a los maletines transparentes de los estudiantes.
Si se me permite no comparar, este es el caso de Julio Cortázar: tras un ligero interregno, a partir de su muerte en París, el 12 de febrero de 1984, la literatura de Cortázar recuperó su presencia en las estanterías hispanoamericanas y ahora sigue siendo lo que los editores, los agentes y los libreros llaman longseller.
En España, donde los escritores muertos no viven tan solo en el purgatorio sino en el limbo, Cortázar tuvo seguramente un tiempo de espera aún más largo, injusto y decepcionante. De algunas de las causas de ese deterioro de su aprecio fui testigo.
Clave. Vargas Llosa explica la perdurabilidad de Cortázar diciendo: «para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida». En el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española se presentará una edición conmemorativa de «Rayuela» publicada por la RAE y el Instituto Cervantes. Foto: Dani Yako.
Entonces este cronista era editor, a cargo de Alfaguara, la editorial que, desde los tiempos del legendario Jaime Salinas, el editor que refundó ese sello, tiene los derechos de todos los libros de Cortázar en España. En 1992 estaba en su cénit, entre nosotros, los españoles, una campaña tan estúpida contra lo argentino, que muchos personajes de la vida pública se llamaron a sí mismos sudacas para contrarrestar el efecto de aquella desfachatez xenófoba.
En medio de ese clima, accedí a aquel trabajo y pregunté, como herido del amor por Cortázar, qué pasaba con los libros del autor de Rayuela: “Tenemos sus derechos pero sus libros no están en las estanterías”. Me dijo quien tenía razón para decírmelo: “Es que a Cortázar tendríamos que traducirlo”.
La barbaridad, que se repitió por entonces en otros casos, es la raíz que llevó a los distribuidores de Roma, la película mexicana de Alfonso Cuarón, a traducir al español de Burgos el precioso español que hablan los mexicanos de la película. Por supuesto, en el caso de Cortázar yo monté mi cólera, como cuando Sabato regañó a Fuentes, pero no me fui de la mesa de reuniones.
Con la complicidad de otros editores de Alfaguara, en Argentina (Juan Martini, luego Fernando Esteves), en Colombia (Conrado Zuluaga, luego Pilar Reyes) y en México (Sealtiel Alatriste, enseguida Marisol Schultz) iniciamos una campaña mundial para restaurar el honor librero y editorial que correspondía a un autor que había sido, y era, central en nuestras vidas. El campeón de la letra C. Julio Cortázar.
Le pedimos a Julio Silva, uno de los grandes amigos de Julio, que rehiciera la apariencia de todos y cada uno de los libros, nos pusimos a reeditar, como mandaba Dios (en este caso, como mandaba Cortázar) su libro-emblema, Rayuela, y lanzamos una campaña que parecía un grito. O más bien, dos gritos de amor a Cortázar. Se basaba en dos eslóganes, Hay que leer a Cortázar y Queremos tanto a Julio. Me consta que ninguno de los compañeros que activamos aquella campaña tuvo duda de que cada una de esas expresiones salían del corazón casi adolescente que aún nos habitaba.
Junto a esa acción editorial compleja y entusiasta decidimos iniciar una colección de sus cuentos completos. Ya puestos a construir edificios de libros de nuestros mayores ídolos hispanoamericanos de entonces (y de ahora), incluimos en el primer lanzamiento al cuentista de los cuentistas, Juan Carlos Onetti, que era como el hermano mayor de Julio y que, por tanto, como ha quedado en la historia, se sentía con poder sentimental para reñirlo. En un caso, por el descuido con que el escritor de La isla a mediodía despreció la identidad de su colega peruano José María Arguedas.
Riñas aparte, esas dos colecciones convivieron y conviven hasta ahora, en otras manos que seguramente son mejores pero que también heredaron de la historia algo que se supone que tendría que llamarse en el sector editorial El Milagro Julio Cortázar. Pues en el lanzamiento creíamos que estábamos haciendo tan solo un homenaje; esos jóvenes editores que siguieron e incluso el propio acto de lanzamiento en Madrid dibujaron el porvenir del nombre y de la literatura que con tan placer queríamos difundir al orbe hispanoamericano. Queríamos tanto a Julio. Pero no éramos los únicos e íbamos a ser muchísimos. Iban a ser los más jóvenes. Y lo son, hasta la fecha.
El día de 1994 en que empezamos a hacer efectiva la campaña, de eslóganes pero también de libros, organizamos en la Fundación March de Madrid un ciclo de música, cine, debates, en torno a la figura de Julio. Hay que leer a Cortázar. ¿Querrían tanto a Julio?
El día del lanzamiento estaría con nosotros su viuda, Aurora Bernárdez; callada en público, no iba a decir nada, sólo iba a avalar con su presencia nuestro acto de reivindicación. Su dedicación a la obra de Julio era exquisita, amorosa y exigente. Temblé ante aquella figura y ante la probabilidad de que el propio acto, tan ambicioso, de lanzamiento, la decepcionara.
Así que cuando llegamos a la sede de la Fundación March, que había patrocinado el lanzamiento en su gran aula, mi temblor se hizo historia al comprobar que un grupo ingente de jóvenes daba vueltas a la calle esperando entrar a un concierto seguramente de rock programado para la misma hora.
No eran estudiantes rockeros. Eran estudiantes que amaban a Julio Cortázar.
Fue la señal de una resurrección que en realidad nunca se hizo precisa, porque aquella literatura seguía viva, los que no estábamos a la altura éramos los que teníamos sus libros en los almacenes.
Estilo. «Cortázar es el gran escritor iniciático en Argentina. Leerlo da, además de placer, la sensación de que escribir bien es posible y fácil. Rayuela se inserta en la tradición de las grandes novelas argentinas que tienen como característica principal ser novelas raras, formalmente excéntricas, como Adán Buenosayres, El juguete rabioso, Sobre héroes y tumbas», dice Juan Boido, editor de Penguin Random House. Foto: Dani Yako.
Fue el mejor momento de mi vida como editor, y si hoy lo proclamo no es para reclamar nada sino, al contrario, para sumarme a aquellos editores de entonces y a los de ahora por haber mantenido la fidelidad a una parte de aquellos eslóganes: Queremos tanto a Julio.
¿Por qué? ¿Por qué lo queremos tanto? ¿Por qué perdura? Se lo he preguntado a algunos jóvenes editores hispanoamericanos de Cortázar, y se lo he preguntado a una importante escritora argentina. ¿Qué dejó Cortázar, su literatura, para que siga sin haber ni un día sin Julio? “Ni un día sin Julio”, esa hubiera sido el tercer eslogan, pero no se nos ocurrió.
Pilar Reyes, que ahora es la directora de la división literaria de Penguin Random House, al frente de la ficción de Random House, y por tanto es la editora de Alfaguara y de Cortázar, ya estaba con Zuluaga en Colombia cuando Alfaguara decidió reeditar masivamente las obras de este autor tan querido y perdurable. Ella atribuye esa perdurabilidad “a que la de Cortázar es una literatura risueña. Cortázar habló de grandes temas (el amor, la locura, la muerte), pero siempre lo hizo desde la libertad absoluta que da el juego”.
Reyes recuerda que Mario Vargas Llosa “definió muy bien lo que considero es la clave de la perdurabilidad de Cortázar. Dijo Mario: ´para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida, las palabras, las ideas con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con lo hacen los niños y los locos’”.
Para la editora colombiana que hoy asume la responsabilidad de editar tanto a Cortázar como a los dos premios nobeles más recientes de América, Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, “todos los libros de Julio están llenos de un aire de juventud que no caduca.Incluso los del fervor revolucionario. La revolución como el gran sueño de la juventud, que Cortázar experimentó con más de cincuenta años”.
¿Y qué significa hoy en lo que queda del boom? “Abrió puertas inéditas para la literatura en español. Puso los géneros patas arriba. Se podía hablar de la condición humana sin solemnidad ni retórica, con una prosa transparente y juguetona. Esa es su gran herencia y por eso los jóvenes lo siguen leyendo apasionadamente”. ¿Y por qué lo hemos querido tanto?
–“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, dice en Rayuela. ¡Nos ha dado tantas palabras para enamorarnos, para describirnos, que cómo no lo vamos a querer.
Julia Saltzmann fue editora de Cortázar en la Alfaguara argentina, y en Random, en los últimos años; editó libros y recopilaciones, e incluso trabajó con Aurora Bernárdez para poner en las librerías un libro rememorativo de su vida con Julio. Ella atribuye la perdurabilidad de la literatura de Julio Cortázar a que él fue “un modelo inspirador y perdurable”.
Según ella, “que un artista pierda vigencia obedece sin duda a múltiples factores que confluyen. No sólo es la obra, no es sólo su figura. Hay escritores que con sus libros y sus intervenciones nos muestran un modo de estar en el mundo, de enfrentar las realidades de un cierto momento histórico, nos muestran cómo vivir”. Además, dice Saltzmann, “con todo lo argentino que era, o tal vez por eso mismo, su cultura, sus temas, los argumentos de sus historias, sus búsquedas, son universales y atraviesan el tiempo. Esta condición se ve claramente en la mayoría de sus cuentos”.
El boom, al que perteneció de lejos, fue, dice Julia Saltzmann, “un rótulo que reunió a escritores muy diferentes en sus variedades lingüísticas, en sus proyectos literarios. De todos ellos es Cortázar (tal vez también Rulfo) el que más siguen leyendo las nuevas generaciones. Sus libros siguen entrando en las listas de los más vendidos con los a menudo efímeros superventas del momento”.
A ella también le pregunté por qué lo hemos querido tanto. Y esto me dijo: -Voy a contestar en singular. Por su ética de verdadero artista que huye de la comodidad y de las propias recetas, porque supo cambiar, viviendo con valentía sus propias revoluciones, porque nunca rehuyó sus obligaciones, ya fueran familiares o solidarias, por su desprecio del poder y la “posición”, por su osadía que lo llevó a ver y aceptar “lo otro” del mundo: el misterio que anida en la cotidianeidad.
Con parecidas preguntas fui a la que editó a Cortázar en México, Marisol Schultz, y ahora dirige la feria del libro español más importante del mundo. Primero junto a Alatriste y luego como directora de Alfaguara en su país. La literatura de Cortázar, dice ella, “no sólo no pierde vigencia sino que si se la lee fuera de todo contexto político de mediados del siglo pasado sigue siendo de apuesta, de ruptura, innovadora en mucho más de un sentido. En fondo y forma. Su vigencia entonces”, sigue Schultz, “es porque ha alcanzado la universalidad a la que tantos autores aspiran. En muchos momentos resulta inclasificable. Es simplemente cortazariana, y con este adjetivo se abre un universo que los lectores de muchas generaciones han apreciado y siguen valorando. Espero que así siga siendo”.
¿Y qué significa en lo que hoy queda del boom? “En realidad que aunque perteneció con fuerza al boom, la temática y el estilo narrativo de Cortázar se alejan en muchos sentidos no solo del boom sino de muchos otros movimientos literarios de su época. Fue un adelantado”.
¿Y por qué le hemos querido tanto?, le pregunto también a Marisol Schultz: -Por su obra, por su estilo, porque leerlo fue una bocanada de aire fresco. También por su figura y galanura, y por la leyenda construida a partir de los cientos de anécdotas de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo. En mi caso, escuchar a Carlos Fuentes hablar de cuando conoció a Cortázar y de muchos momentos que él y Gabo compartieron con el Gran Cronopio me hace sentir como si lo hubiera conocido personalmente, como si hubiéramos sostenido conversaciones inolvidables, lo que desafortunadamente nunca ocurrió.
Fernando Esteves, editor uruguayo que ahora dirige SM en México, fue desde muy joven, primero en su tierra, luego en Argentina y después en España, de los editores que sucesivamente renovaron el amor editorial y personal por Cortázar. Él le da sentido en este mensaje a aquella revuelta estudiantil que saludó en Madrid, hace más de veinte años, la reedición de sus cuentos y de toda su obra: “A los estudiantes latinoamericanos no se les ha preguntado sobre la inclusión de la obra de Julio Cortázar en los programas de estudio. Pero si se les preguntase qué autores clásicos mantendrían, C primero de la lista. Y de esto pueden dar fe sus profesores cuando ven la cara de gozo de sus alumnos cuando les preguntan por Casa tomada, La autopista del sur o Historias de cronopios y de famas”. Por eso lo queremos, por eso perdura.
Juan Boido, que ahora dirige Alfaguara en Argentina, me explicó la razón por la que se mantiene en alto el gran cronopio: -Creo que Cortázar es el gran escritor iniciático en Argentina. Leerlo da, además de placer, la sensación de que escribir bien es posible y fácil. Rayuela se inserta en la tradición de las grandes novelas argentinas que tienen como característica principal ser novelas raras, formalmente excéntricas, como Adán Buenosayres, El juguete rabioso, Sobre héroes y tumbas. En Rayuela confluyen de manera tremendamente gozosa y tortuosa (con ese placer doloroso que da el descubrimiento de los grandes temas de la vida y el arte), los grandes tópicos de la iniciación artística: el amor, la locura, la muerte, la vanguardia, el saber, el desamor… Y todo bajo una asombrosa facilidad para la destreza formal y el estilo literario. En otras palabras, Rayuela sigue dando la ilusión de que es fácil escribir bien y de manera original sobre el amor, el arte y sus tragedias.
A Claudia Piñeiro, la novelista argentina que, como Cortázar, ya fascina también a los lectores españoles, le hice las mismas preguntas. Y ella apiñó las respuestas en un billete que bien podría ser su capítulo 7, como el de Rayuela, de declaración de amor al perdurable Julio. Dice: “Cortázar fue, es y espero será un gran introductor a la lectura. Maestros y profesores de adolescentes saben que si quieren lograr atraer su atención con un texto que pueda competir con tantos otros estímulos, JC es una apuesta muy segura.»
¿Por qué funciona? ¿Por qué Cortázar sigue siendo un gran reclutador de lectores? «Creo que con sus cuentos le dan la mano a los niños lectores en su pasaje a la adultez, los acompaña. En una literatura adulta plagada de realismo, JC es un autor que conserva la fantasía. No cualquier autor se anima a tener un personaje al que le salen conejitos de la boca, o una mujer que al cruzar un puente desaparece y es otra. Cortázar les propone seguir imaginando imposibles, jugar con la ficción, apropiarse de ella, construyendo historias que desafían las fantasías infantiles y adolescentes. No los obliga a que para crecer hay que renunciar de un plumazo a volar historias y palabras. Es un compañero de viaje”.
Perdurable Cortázar. Amado Julio. Lo vio Luis Harss, el escritor argentino chileno, que en 1966 publicó en Sudamericana Los nuestros, sobre afluentes y ríos del boom, como el propio Fuentes, o como Gabo y Vargas Llosa. El libro, recientemente reeditado por Alfaguara, recoge una conversación (como todas, imprescindible) de Harss con Cortázar, que acababa de publicar Rayuela en 1963. Lo que el autor dice de Julio vale para enmarcar junto con las variadas evocaciones de los que fueron sus editores hispanoamericanos más recientes.
Después de haber asegurado, tan temprano, que “el jugador supremo del Río de la Plata es Julio Cortázar”, dice Harss: “Cortázar es la prueba que necesitábamos de que existe una poderosa fuerza mutante en nuestra literatura que lleva hacia el misticismo y la periferia. ‘Allá donde terminan las fronteras’, dice Octavio Paz, ‘los caminos se borran’. En ese límite exterior de la experiencia nos encontramos con Cortázar, brillante, minucioso, exacto, adelantándose a todos sus contemporáneos latinoamericanos en el riesgo y en la innovación. Cortázar nos ha dado mucho que pensar. Les ha quitado las sillas a los catedráticos, que lo han acusado alguna vez, solemnemente, de falta de seriedad. Y por cierto que hay un perenne bromista en Cortázar que se ríe a las carcajadas del mundo. Pero es un bromista que vive estrechamente unido al visionario”.
Cortázar le contó a su amigo Di Benedetto que, cuando fue a ver, solo, la versión que hizo Michelangelo Antonioni para el cine de su cuento Las babas del diablo (Blow Up fue la película) notó que desde el celuloide el maestro italiano le guiñaba un ojo. Cortázar no estaba en aquella mesa de La Coupole en la que Carlos Fuentes deletreó el abecedario de la literatura argentina de los años sesenta. Pero desde algún lugar entonces y ahora estaría también guiñando un ojo mientras Sabato salía arrebatado de ira, corriendo contra la arbitrariedad de aquel abecedario.
Así pues, Julio I el Muy Perdurable.
Autor: Juan Cruz