Domingo Villar (Vigo, 1971) confiesa sentirse escritor desde que su memoria recuerda, pero nunca imaginó el éxito de una literatura que con dos novelas –Ojos de agua y La playa de los ahogados– atesora cientos de miles de lectores y el reconocimiento unánime en el panorama internacional de la novela negra. Tras diez años de silencio ve la luz El último barco (Siruela), un volumen que atrapa desde la primera de sus setecientas páginas, tercera entrega de la serie protagonizada por el inspector Leo Caldas, que hasta la fecha ha sido traducida a quince idiomas.
Libre de la menor afectación y tras asumir que escritura y vocación viajaron con él desde siempre, Villar apunta: “Al principio no sabía si alguien iba a querer publicarme y leerme. Era un advenedizo. Una persona que escribía y que soñaba con que alguien le leyera. Poco a poco las cosas fueron sucediéndose…”. Hasta hoy, cuando trasciende en el autor gallego lo meramente policíaco para, desde el eje clásico de este género literario, abrirse a ámbitos que estructuran universos en los que la vida y la muerte fluyen. Minuciosa literatura que se ramifica y envuelve. Labor de orfebre en la que cada palabra encuentra su sitio para cercar al lector y hacerlo cómplice desde la búsqueda, expresada por el propio autor, “de que sea quien lea el que complete mis libros”.
El último barco ve la luz al tiempo en español y en gallego (O último barco, Galaxia), lenguas que el autor confiesa ir contrapeando a la hora de redactar: “Voy escribiendo en ambas. No termino el libro en castellano y lo traduzco ni lo termino en gallego y lo paso al español. Desde el año 1989 en que me instalé en Madrid –salvo un lapso de cuatro años en Vigo– mi vida discurre en castellano al cien por cien. A la hora de escribir, los diálogos me resultan más naturales en español, sin embargo hay emocionalmente cosas que quiero contar que voy a buscarlas en gallego. Acaso porque es más eufónico y el mismo pasaje tiene una música interior que en castellano no encuentro”.
(La hija del doctor Andrade vive en una casa pintada de azul, en un lugar donde las playas de olas mansas contrastan con el bullicio de la otra orilla. Allí las mariscadoras rastrillan la arena, los marineros lanzan sus aparejos al agua y quienes van a trabajar a la ciudad esperan en el muelle la llegada del barco que cruza cada media hora la ría de Vigo.
Una mañana de otoño, mientras la costa gallega se recupera de los estragos de un temporal, el inspector Caldas recibe la visita de un hombre alarmado por la ausencia de su hija, que no se presentó a una comida familiar el fin de semana ni acudió el lunes a impartir su clase de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios.
Y aunque nada parezca haber alterado la casa ni la vida de Mónica Andrade, Leo Caldas pronto comprobará que, en la vida como en el mar, la más apacible de las superficies puede ocultar un fondo oscuro de devastadoras corrientes. ¿Secuestro, escapada…? Solo poco a poco, paso a paso, Leo Caldas comprobará que las apariencias siempre pueden ser engañosas y que en la vida, como en el mar, la más apacible de las superficies puede ocultar un fondo de inquietantes y tenebrosas corrientes. Pero ¿se puede saber dónde está Mónica Andrade?)
Centrado en las pistas, los interrogatorios, los testigos y la pausada elaboración de hipótesis, Villar sabe aunar la estructura clásica de la novela policíaca con un ritmo trepidante (que va creciendo conforme avanza la trama), trufado de humor y de una ironía que trasciende el carácter local para hacer brillar muchos de los diálogos que se reparten a lo largo del texto.
En la mente de Caldas, los posibles sospechosos se suceden al tiempo que se van dibujando los diferente espacios y atmósferas donde se mueven. Enclavada en tierras gallegas, la novela se va haciendo tan exclusiva como autóctona, tan peculiar y atractiva como genuina, trascendiendo incluso el reto narrativo para hacerse crónica social del momento.
Llama la atención que una novela negra tenga más de setecientas páginas…
Bueno, esta historia es muy amplia. Habla de gente que hace las cosas despacio. La trama se articula alrededor de la desaparición de una mujer que era profesora auxiliar de cerámica de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Por eso habla de artesanos, de ceramistas, de lutiers, de orfebres y de gente que se toma la vida con calma. El ritmo de la novela tiende a ser como el de las olas del mar. En las setecientas páginas suceden muchísimas cosas y hay una panoplia de personajes extensa. Al pulirla he retirado más de ochenta páginas pero han quedado las necesarias porque creo que en menos espacio no se puede contar. Hay una trama policial que articula la historia, pero a la vez es un retrato de personajes y de paisajes físicos y humanos y de relaciones familiares que hablan de gente sola, de segundas oportunidades, de últimos barcos…
¿Homenaje al sosiego en tiempos tan acelerados?
El libro concluye diciendo: “En este libro que homenajea a los que enseñan, a los que hacen las cosas despacio y a los que aman el mar…”. Quería homenajear a la gente que hace las cosas con las manos, que empieza y termina las cosas. Esos oficios que exigen reflexión, calidez, mimo, paciencia. La escuela de la que hablo en Vigo es una escuela de maestros, de oficios, un lugar en el que alguien que tenga la intención de desarrollar su vida en esas disciplinas encuentra un sitio en donde aprenderlas. Un edificio que pasa inadvertido en medio de la vorágine de la ciudad y que constituye un remanso de paz. El que traspasa esa puerta se da cuenta de que está en un lugar singular. Por otra parte, la persona que desaparece se escapó del ruido de su familia y de la ciudad y se fue a vivir a la otra orilla de la Ría, como quien se va a vivir a otro continente. Y la banda de enfrente de la Ría de Vigo es un espacio más tranquilo en donde se vive de otra forma y hay unas playas maravillosas en un lugar que está apenas a dos kilómetros en línea recta del mayor puerto pesquero de Europa.
En esa línea sosegada, ¿se considera un escritor lento?
(Sonríe Domingo Villar cuando se le plantea de esta forma la pregunta y responde tras meditar la respuesta sin prisa).
Creo firmemente que el oficio literario, salvo excepciones, tiene muy poco que ver con destellos de creatividad y mucho más con ideas que se perfilan a base de dudas y de buscar respuestas a las preguntas y de preguntarse lo mismo muchas veces. Es un oficio de humildes porque, además, la literatura nos derrota casi todos los días. Ojalá escribiese la mitad de páginas que tiro. Busco eso tan complicado que es conseguir que los libros se lean bien y eso no creo que vaya en menoscabo de la literatura sino al revés. Pretendo que los lectores entren en la historia con facilidad. Para ello necesito que el lenguaje sea muy preciso y que esté muy ajustado a lo que quiero contar. Tiene que estar muy pulido para que la historia fluya y eso no soy capaz de hacerlo sino dándole muchas vueltas.
¿Qué tiene en común esta tercera novela con las dos anteriores protagonizadas por el inspector Leo Caldas?
Como en las anteriores, la historia va desarrollándose a través de diálogos. Vamos conociendo a los personajes que la pueblan a medida que hablan y actúan, más que con descripciones. Intento no ser prejuicioso y no juzgar de antemano a ninguno de los personajes. Prefiero que sea el lector el que se haga la composición de lugar y el que se vaya formando la idea de cada uno de ellos.
¿En qué momento se encuentra en esta novela el personaje de Caldas y qué elementos comunes le unen al escritor que lo ha creado?
En ese momento tan turbador en el que un adulto que siempre ha encontrado refugio en unos padres se da cuenta de que estos empiezan a requerir su protección. Es un momento un tanto desasosegador por el que hemos pasado los que tenemos determinada edad o quienes hemos tenido padres delicados de salud. Por otro lado sigue siendo el Caldas reflexivo, trabajador, concienzudo y compasivo, que creo que es el rasgo que mejor lo define. Es capaz de ponerse en la piel del otro. Claro que tenemos elementos comunes, por supuesto el origen y hasta algunos amigos. Además, mi padre era bodeguero y el de Caldas también y yo trabajaba en la radio como trabaja él. Pero lo demás tiene poco que ver: yo tengo hijos y él tiene miedo a la paternidad; él está sólo y yo llevo con mi mujer veinticinco años y, por supuesto, soy mucho más inseguro que él. Veo a Caldas como un amigo. Como alguien con el que estoy más tranquilo cuando me siento a escribir. Tiene un universo con el que me identifico. Nos ayudamos mutuamente.
¿Cuando concluyó Ojos de agua, su primera entrega, tenía la intuición de que Caldas iría creciendo en otros libros?
De hecho eliminé más de cincuenta páginas de aquel primer libro, algo de lo que después me arrepentí, pues el final de la novela quedaba demasiado precipitado y algo raquítica en algunos momentos. La desnudé pensando que si a alguien le interesaba el libro ya tendría ese personaje más cosas que contar… Pero desde el primer momento tuve la idea de escribir más cosas de mi tierra y hacerlo con la excusa de una investigación policial hecha por un protagonista con el que tuviera ciertas cosas en común. Él me permite hablar de esos otros mundos que me gustan, como el de los medios de comunicación, pues este comisario también, como yo hice, trabaja en la radio y su voz tiene un eco mucho más importante del que él se cree. También hablar del mundo del vino, del mar… Todo eso que puebla mi infancia.
En definitiva, ¿lo policíaco es una excusa para escribir sobre otras muchas cosas?
En parte sí, pero tampoco renuncio al juego intelectual que supone contar al lector una trama policíaca. De hecho se tiende a pensar que autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler dan menor importancia a la trama y no es así. Si uno lee La llave de cristal, El halcón maltés o El largo adiós se comprende que no está peleado el hecho de tomar partido en ese duelo intelectual con el lector con la circunstancia de estar describiendo cómo es una sociedad, sus costumbres y hacer un poco de notario del tiempo en el que se desarrolla la trama. Me gusta ese juego de luces y sombras en el que no se sabe dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción. En El último barco hay personajes fundamentales en la historia que son reales y las tabernas a las que acude Caldas son las mismas a las que yo voy.
¿Por qué debemos acercarnos a El último barco?
Creo que soy un autor que deja espacio al lector para pensar y hacer suya la historia. Dejarle espacio para soñar. Yo sueño una parte y pretendo que el lector lo complete con sus sueños. Quien quiera encontrar una novela negra la va a encontrar, pero también son cuentos de amor a una tierra, una tierra en la que se festeja la vida, también en la mesa. El mejor piropo que puedo recibir es el de quienes dicen que a través de mis libros han sentido la necesidad de conocer Galicia. Además es una novela acerca de las cosas que se hacen despacio y del hecho de estar solo en las ciudades, una circunstancia que como dice uno de los personajes: “No sólo es cruel, sino también humillante”.
Gallego
Gallego hasta las trancas, –”sé que alimento la imagen de esa Galicia brumosa pero es que crecí entre historias y leyendas de aquellos mares, montes y cuevas. Me gusta recrear ese mundo”–, Domingo Villar inauguró con Ojos de agua la serie protagonizada por el inspector Leo Caldas.
El segundo título, La playa de los ahogados, además de ser adaptado al cine, supuso su consagración en el panorama internacional de la novela policíaca, obteniendo excelentes críticas y ventas.
Con solo dos libros en su haber ha conseguido afianzarse como uno de nuestros autores de novela negra más valorados. Y lo ha logrado con una voz muy personal. Un universo narrativo en el que confluye la intriga policial con los lluviosos escenarios gallegos vividos por personajes profundamente arraigados a la tierra y la cultura local.
Ahora, tras diez años de silencio, el inspector Leo Caldas regresa a escena con un nuevo caso que parece complicarse desde el primer momento. La marca de la casa de una literatura inteligente que, como queda dicho, atrapa desde la página inicial.
Autor: Javier López Iglesias
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