Patricio Pron y Juan José Millás dialogan sobre los usos amorosos y la incertidumbre de la vida actual en la entrega del Premio Alfaguara, que el argentino ganó con ‘Mañana tendremos otros nombres’
“Estamos en el primer momento histórico en el que se puede borrar a una persona de tu vida con el simple gesto de un dedo”. Patricio Pron (Rosario, 1975) resume así el germen de su historia Mañana tendremos otros nombres, una novela sobre el amor en tiempos de Tinder, sobre “cómo nos dejamos llevar por la incertidumbre”, sobre los usos y costumbres sexuales en la era del consumo exacerbado y las redes sociales, sobre la seducción, el consentimiento amoroso, “la desigualdad que impera tantas veces en una relación entre dos personas”, en palabras del autor.
La obra le valió el XXII Premio Alfaguara de Novela, que ha recibido hoy, jueves, en la Casa de América en Madrid, en un acto rematado con una conversación entre el autor argentino y Juan José Millás, presidente del jurado que le otorgó el galardón. Pron quería hablar del amor, de su novela, pero se han ido colando otras cosas. “Donald Trump desciende del helicóptero, así se llama este cabello que llevo”, aseguró con humor para explicar su aspecto.
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“Este es un mundo invivible, pero la gente se está acostumbrando y en la novela de Patricio parece que los personajes se han instalado con resignación en él”, ha asegurado Millás al inicio del intercambio, moderado por la periodista Marta González Novo.
Gentrificación, masculinidad, seducción, privacidad, capitalismo… son temas que están presentes en esta novela. “Los protagonistas tienen algo de replicantes de Blade Runner, saben muy poco de sí mismos, pero todavía no han perdido la consciencia de quiénes son e intentan explicarse el mundo. Y eso nos pasa a nosotros”, ha asegurado. “Para mí, es una novela sobre el capitalismo. Parece una novela del futuro, pero es una novela sobre hoy. Estamos instalados en el posfuturo”, añadió Millás citando a Marina Garcés.
La novela empieza con una partición de una biblioteca, la que fue de Él y de Ella, con restos de otros naufragios amorosos incluidos. Y cuando él arranca una página sí y otra no de los libros que fueron de los dos, Pron nos está diciendo mucho sobre la relación, que se va por la alcantarilla por un pájaro que entra en su casa y muere, un suceso que revela que todo estaba acabado antes. Se trata de un retrato de la soledad y de lo que supone necesitar al otro, del daño de la repetición banal, de la rutina, juego de roles donde la anonimia define a unos personajes que apelan a lo universal. Millás ha explicado las razones literarias del premio con una sentencia: “Hay una cosa que llamamos la textura de página, que es como cuando un experto en tejidos toca uno y sabe si es bueno. La textura de página de esta novela no era buena, era sorprendente”.
“Nunca fue tan fácil conocer a personas y conocerlas de manera íntima, pero nunca antes las personas se han sentido más solas”, afirma Pron, que insiste en que estamos en un momento de transición en lo amoroso en el que gente de su generación —tiene 43 años—, está perdida. “Hemos entregado a un algoritmo del que no sabemos nada la potestad de elegir a nuestra pareja. Esto es interesante y extraño. Pese a todo, yo no soy pesimista. Estamos en un momento sobre el que no es fácil escribir”, ha añadido el autor de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia.
“Como escritor no siento ninguna responsabilidad sobre mis personajes, pero creo que acaban bien”, ha continuado Pron antes de pasar a la lectura política, los restos en la superestructura sociopolítica de los efectos de la II Guerra Mundial y vuelta al amor, el futuro que no existe y la incertidumbre. “Mi padre, que se murió hace 30 años no entendería nada hoy. En los próximos 30 años cambiará más que en los 1.000 anteriores”, intercede Millás, que no quiere soltar el enfoque ideológico. “Estos cambios no tienen correlato con ningún momento histórico. Nada que se parezca al cambio que nos ha tocado vivir”.
Mañana tendremos otros nombres transcurre en Madrid, pero ninguno de los personajes es de Madrid. “El madrileño no existe. ¿Qué significa ser madrileño? Ser madrileño carece absolutamente de significado. Es un espacio moral muy curioso”, asegura Millás para regocijo del personal e indignación de una señora del público, “madrileña de cuatro generaciones”.
Ha habido tiempo también para bromear, por ejemplo, sobre el tamaño del pene del pato criollo argentino, presente en la novela, y descargar un poco la tensión futurista. “Los lectores van a aprender mucho sobre insectos”, asegura Pron, para terminar no sin que antes se cuele, de nuevo, la tecnología, el futuro, la incertidumbre. “El futuro ya pasó. Las personas no tienen experiencias para tenerlas, sino para registrarlas y compartirlas”, añade. “Cállate”, le interpela Millás entre carcajadas del público que llenaba el foro de la Casa de América. “¿Sabes que van a poner anuncios de tu novela en el Metro? Eso es lo más a lo que se puede llegar”.
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