En el arte del mercado del arte, el arte es factor y la crítica soslayo

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Una reflexión sobre las posibles vinculaciones entre la crítica y la cotización de las obras de arte, en las que intervienen diversos factores como el respeto a la diversidad en todos sus órdenes, la continuidad de las tradiciones y la sensibilidad ante la dinámica de la moda

Cuando se asume el compromiso de escribir sobre un tema que no ha sido centro de reflexión sistemática se experimenta la sensación de desorientación. Lo primero que procede, ante estos casos, es intentar una actitud igual a la que asume cualquier observador que es desafiado por una demanda imprevista. Acercarse intelectualmente a un asunto implica establecer sus antecedentes, relaciones, fundamentos y proyecciones. En cierta medida, es armar un rompecabezas a partir de fragmentos modestos para verlo desde distintos puntos de vista y a partir de diferentes distancias de aproximación. Inspirados en estas demandas, intentaremos un acercamiento mediante los siguientes acápites:

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Pensar en la relación de influencia que tiene la crítica de arte sobre el mercado del arte sugiere que, previamente, se precisen las vinculaciones entre el arte y su comercialización, asunto que resulta más provocador y de solución más compleja. Si nos declaramos limitados para solventar lo primero, ahora confesamos la imposibilidad de ahondar en lo segundo. Entre otras cosas, esta advertencia indica las múltiples cabezas de la hidra.

Henry Fusely aseveraba que: “El arte en una estirpe religiosa produce reliquias; en una militar, trofeos; en una comercial, artículos para la venta”. En la onda de esta misma perspectiva decía José Jiménez: “El arte no muere, no desaparece. Pero queda digerido por ese inmenso aparato digestivo de la cultura del consumo”. Estas dos sentencias, por muy exageradas que parezcan no resultan arbitrarias ya que, por cualquier meandro, lo económico se filtra en la mayoría de las realidades. Y sabemos que, al igual que en otros campos, mientras hay demanda, hay producto.

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Plantearse las posibles vinculaciones entre la crítica y la cotización de las obras de arte convoca una simultánea consideración acerca de los múltiples factores que se afianzan en el marco de este asunto. De entrada, tendríamos que reseñar la presencia contextual de realidades económicas, políticas y socioculturales propias del momento. Entre las económicas están la inflación, recesión, empleo, devaluación, niveles de ingreso y la confianza, entre otros. Los políticos se asocian con la estabilidad, la seguridad jurídica, la institucionalidad, el manejo de las relaciones exteriores, los incentivos y desgravámenes fiscales y los mecanismos de corrupción. Finalmente, entre los factores socioculturales pueden encontrarse las realidades de cohesión social, los índices de desigualdad, la seguridad, el respeto a la diversidad en todos sus órdenes, la continuidad de las tradiciones y la sensibilidad ante la dinámica de la moda, entre otros aspectos.

Al nudo de lo económico, político y sociocultural, podrían añadirse particularidades de fuerte incidencia. Sin ánimo de exhaustividad, cabría puntualizar estos rubros:

1. Las propiedades y atributos estéticos de las obras que, como sabemos, atienden a las específicas tendencias y orientaciones de cada planteamiento.

2. Las trayectorias personales de los artistas que generalmente se inscriben en la historia de una carrera.

3. Las capacidades intelectuales de los artistas que no descartan, en ningún momento, su capital relacional, el manejo de contactos, la administración de una adecuada inteligencia emocional, los índices de reputación y el natural carisma que puede tenerse.

4. Las disponibilidades comunicacionales administradas en los medios convencionales así como en las RRSS. Aquí también se incluyen las estrategias publicitarias y de difusión.

5. Los mecanismos institucionales y de galerías que puedan acompañar las acciones destinadas a la promoción de un artista, de una exposición o de una obra en particular.

6. Las acciones individuales o concertadas en grupo que puedan asumir los coleccionistas privados a favor de un artista o de un acontecimiento específico.

7. El respaldo crítico y curatorial concretado en declaraciones, ensayos, artículos y demás manifestaciones de reconocimiento.

8. A todo lo anterior, desde luego, tendría que añadirse el surgimiento de contingencias que permitan que el artista y su obra se encuentren en el lugar adecuado y en el tiempo preciso.

Como se observa, tanto el artista como su obra obedecen a las ondas de resonancia que se producen alrededor de algún acontecimiento. Siempre, y de acuerdo a la singularidad del artista o de sus realizaciones, se activarán las fuerzas centrífugas y centrípetas correspondientes. Y como se sabe, dentro de todo ese juego dinámico aparece, casi de soslayo, el efecto del análisis crítico en el mercado. En definitiva, en todo el arte del mercado del arte debe aceptarse que el arte es solo un factor y la crítica solo está de soslayo.

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En cierta ocasión nos detuvimos a precisar las funciones de la crítica de arte con el ánimo de alcanzar un nivel amplio y plural. Encontramos las siguientes funciones: 1) Función mediadora (en tanto que facilita puentes entre el artista y el observador, el artista y la obra, y la obra y el público). 2) Función informativa (relativa a la divulgación de los atributos y aportes de una obra o exposición en el ámbito de los espacios expositivos nacionales o internacionales). 3) Función disertadora (asociada al análisis fundamentado de los criterios sobre los cuales se despliega y consolida un planteamiento). 4) Función incitadora (a partir de generar puntos de vista que promuevan el intercambio deliberativo acerca de las plurales visiones que admite una propuesta). 5) Función cognoscitiva (debido a que contribuye a ampliar los márgenes de análisis y de entendimiento de una opción estética). 6) Función evaluadora (inscrita en la idea de interpretar y relacionar los aportes de una obra respecto a los criterios estéticos generales o particulares que pauten una lectura). 7) Función resonante (vinculada a la ampliación de los circuitos para que una obra sea observada por la mayor cantidad de interesados). 8) Función hipotética (debido a la conciencia que debe admitir el crítico de que su aproximación es solo una, entre muchas otras aproximaciones posibles). 9) Función definidora (atada al interés de establecer los límites significativos que, a su juicio, atiende la obra que le sirve de referencia). 10) Función creadora (proyectada al rescate del aporte inédito con el cual se puede contribuir al patrimonio cultural de un país y de un momento histórico). Hemos querido sintetizar estas funciones para dejar al descubierto que en ninguna de ellas se refleja que la crítica contemple algún tipo de compromiso comercial.

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Igualmente, es pertinente precisar diez puntos de vista como pautas de clasificación de la crítica de arte: 1) Desde el punto de vista de la intención hay críticas descriptivas, analíticas e iluminativas. 2) Desde el punto de vista del foco existen críticas diacrónicas, sincrónicas y mixtas. 3) Desde el punto de vista de las conclusiones se observan críticas enjuiciadoras, exegéticas y combinadas. 4) Desde el punto de vista del impulso se identifican críticas racionales, emocionales e intuitivas. 5) Desde el punto de vista de la proyección se localizan críticas contextualizadoras, conceptualizadoras y operacionalizadoras. 6) Desde el punto de vista del paradigma, las críticas pueden atender a la filosofía, la poesía o a la semiología. 7) Desde el punto de vista metodológico encontramos críticas espontáneas, estructuradas y reflexivas. 8) Desde el punto de vista de la temporalidad se ubican críticas retrospectivas, prospectivas o retroprogresivas. 9) Desde el punto de vista de la coloración se observan críticas amarillistas (o ácidas), rosadas (o dulces) y azules (o insípidas). 10) Finalmente, desde el punto de vista disciplinario nos topamos con críticas que privilegian lo psicológico, lo filológico o lo filosófico. En fin, esta escueta taxonomía se mantiene flexible y no tendría que descartarse la asunción de un punto de vista que permita clasificar la crítica de acuerdo a sus grados de inclinación hacia el mercado del arte. El mundo del arte es contradictorio por definición y, en consecuencia, cualquier extraña contradicción podría encontrar cobijo.

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No resulta descartable atisbar algunas rendijas por donde puedan filtrarse líneas de correspondencia explícita entre la crítica de arte y las cotizaciones de las obras de un artista. Específicamente pensamos en los premios que se otorgan en salones, bienales o exposiciones de confrontación en general. También, la invitación a participar en alguna muestra colectiva relevante contribuye a la sustanciación de la hoja de vida de un creador. Desde luego, en este registro no debe quedar fuera la influencia de un buen texto evaluativo en el cual se fundamente el alcance legitimador y la significación de una trayectoria. Igualmente, el asesoramiento para que colecciones importantes incorporen la obra de un artista puede convertirse en un detonante de mercado propicio para un artista. Estos son aspectos parciales de un espectro que puede expandirse, pero lo importante es destacar la amplitud y relatividad, así como la ambivalencia y contradicción que siempre resultan consustanciales a los asuntos del arte. Si se acepta que la percepción no es la realidad, pero es la realidad, tendríamos que elevar la afirmación al cuadrado cuando se trata de asuntos concernientes al arte.

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Llegados a este punto tendría sentido admitir que el mundo del arte obedece a una desagregada secuencia de instancias. La identificación de esas instancias podría contribuir a ubicar el lugar que ocupa el mercado del arte. Acerquémonos más a lo que intentamos destacar: una obra, antes de su materialización y comercialización, comienza por “lo que un artista quiere hacer” y “lo que él puede hacer”. Después encontramos lo que “el artista decide hacer” y “lo que el artista concreta en la realidad”. De inmediato aparece “lo que el artista realiza o materializa” y “lo que el público percibe”. Todo culmina con “lo que la gente compra”. Una de las cosas interesantes de este despliegue es que entre cada uno de esos momentos existen brechas que deben cerrarse para asegurar el flujo adecuado. Para cerrar la brecha entre lo que el artista “quiere” y lo que “puede” hacer se necesitan recursos y capacidades. Para reducir la brecha entre “lo que se puede” y “lo que se decide” es menester la aspiración y determinación. Para acercar “lo que se decide” y “lo que se realiza” se impone dominio técnico y la disponibilidad de materiales. Para estrechar la distancia entre “lo que se realiza” y “lo que se dice que se hizo” convienen mecanismos de transparencias. Para abreviar el espacio entre “lo que se dice que se hizo” y “lo que prefiere la gente” se requieren comunicaciones directas y sinceras. Finalmente, para cerrar la brecha entre “lo que se prefiere” y “lo que se adquiere” se concretan acciones de mercadeo y venta. Lo importante de este desenvolvimiento es que deja ver el núcleo de aparición del mercado e igualmente ayuda a comprender una formal línea de flujo que, aunque no lo haga explícita, asoma la imperturbable esencia de lo estético y lo ético. Esencia que, desde luego, difícilmente podrá eliminar el riesgo advertido por Oscar Wilde, de que el cínico siempre conoce el precio de todo y el valor de nada.

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Llegados a este punto resulta acertado culminar con las palabras que sirvieron de inicio a la Teoría estética de Theodore W. Adorno: “Nada que concierna al arte puede ser dado por supuesto: ni el propio arte, ni el arte y su relación con el todo, ni siquiera el derecho del arte a existir”. Tampoco, desde luego, su cotización asociada a la crítica de arte.

Autor: Víctor Guédez

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