La autora cacereña presentó el jueves en el Museo del Prado su último poemario, ‘Descendimiento’
El cuadro ‘El descendimiento’, de Rogier van der Weyden atrapó a la poeta Ada Salas (Cáceres, 1965) desde su infancia, cuando una profesora de su colegio se lo mostró en diapostiva, una práctica habitual en las clases antes de la época de Internet. Esta tabla flamenca, una obra maestra que se conserva en el Museo del Prado, se quedó incrustada en su memoria como un elemento significativo que ahora se convierte en el eje de su nuevo poemario, ‘Descendimiento’. Arte plástico y poesía se dan la mano en la obra de Salas, que es también una catarsis personal. El jueves pasado, Día de la Poesía, presentó esta obra en el Museo del Prado. El próximo 3 de mayo habrá una nueva presentación de la obra en el Aula de la Palabra, en Cáceres. Ganadora del premio Hiperión en 1994 y profesora de Lengua y Literatura en un instituto de Madrid, es autora de catorce libros.
-Presentar su poemario en el Museo del Prado debe de ser algo muy emocionante.
-Se me ocurrió la loca idea de presentarlo allí. Era complicado por el tema del Bicentenario del Prado, es una institución muy grande con muchas cosas, pero dí a conocer el libro al museo y les gustó. Es una cosa un poco especial porque no era una charla sobre un cuadro, no habían hecho nada parecido. La idea inicial era hacer la lectura delante del cuadro, pero por el espacio no cabrían más de 20 personas. Ha sido algo muy mágico, un milagro.
«La escritura revela al que la escribe parte de su ser que no conoce, hace que afloren experiencias»
-¿Cómo surgió hacer un poemario a partir de esa obra?
-No surge a partir de esa obra. Yo empecé un ciclo de escritura, algo que a veces desemboca en un libro y otras veces no. Pensé que sí podía tener recorrido y que iba a ser una experiencia intensa y un día, escribiendo, me acordé de ese cuadro. En ese momento no supe por qué. Busqué un libro del Prado y empecé a escribir con el libro abierto por la reproducción. La escritura y la reproducción del cuadro empezaron a ir muy a la par y un día me encontré con que lo que yo quería escribir y lo que el cuadro me decía eran un poco lo mismo. Me iba de vez en cuando al Prado yo sola a ver el cuadro. El proceso continuó, a veces me parecía que lo que escribía no tenía nada que ver pero de pronto parecía que los personajes eran los que decían los poemas.
-Es un proceso muy complejo, como un tapiz con muchos hilos.
-Sí, y a la par me dio por escuchar las canciones de Bach, que siempre he amado hasta las lágrimas. El mundo de la música coral barroca para instrumentos, todos los oratorios barrocos, me encantan. En ese momento se fundió la experiencia musical con la palabra y con la pintura y hubo un momento en el que pensé que hay una parte de mi poema que es como un oratorio. Con el paso del tiempo, pero eso lo juzgarán los lectores, me he dado cuenta de que yo tenía que hablar de una muerte emocional. Un descendimiento es recoger un cadáver después de una muerte, por eso se me apareció el cuadro. Yo tenía que enterrar algo.
-A través de la escritura se remueven cosas.
-La escritura hace que a través de poemas afloren experiencias que tú no sabías que te habían marcado tantísimo. No escribí este poemario con una intención terapéutica, no creo en la poesía como terapia, pero la escritura revela al que la escribe parte de su ser que no conoce.
-¿Cuándo vio el cuadro por primera vez?
-Tenía una profesora en Cáceres que de vez en cuando nos ponía en diapositiva cuadros del Prado. También nos ponía discos, música clásica. Parte de mi amor a ambos lenguaje me viene de ella, de aquellas clases. El cuadro lo he visto muchas veces en el Prado, es mi cuadro favorito.
-¿Considera mística esta obra?
-No es un libro de exaltación religiosa. Yo he pensado que en algún momento habrá alguien que se sienta ofendido, porque en alguna parte puede ser hasta blasfemo. Pero para mí toda la poesía tiene algo de religioso, es una experiencia siempre metafísica y tiene mucho de misterio. El tema es de la iconografía cristiana y católica que yo conozco bien porque tengo una formación religiosa, a veces a mí pesar y a veces me alegro de ello, entre otras cosas porque es inseparable de nuestra cultura. No se puede visitar el Museo del Prado y no saber quién es María Magdalena o qué es un calvario. Yo estudié en un colegio de monjas y me hicieron mucho bien y bastante daño, pero yo me quedo con lo bueno. Es un mundo al que tenía que homenajear y saldar también algunas deudas.
Raíces
-Su relación con la región sigue siendo estrecha. ¿Cómo la ve en materia cultural?
-Yo me siento de Cáceres, vivo en Madrid pero sigo sintiéndome cacereña y participo en lo que puedo. No sé si se podría hacer más en materia cultural, yo siempre que hago algo me siento muy bien acogida. Recientemente he participado con Cáceres Verde y hemos empezado un ciclo que se titula Árboles Poemas. Me parece muy importante, por ejemplo, el museo Helga de Alvear.
-¿Cómo ve el ambiente cultural y el nivel cultural de la población?
-Depende. El problema que yo veo es convertir la cultura en un producto de mercado. Hay mucha cosa cultural pero habría que ver muchas veces qué nos venden como cultura. En poesía hay muchísima inquietud, hay mucho interés, poetas jóvenes maravillosos, mucho youtuber.y está bien mientras eso no se quede ahí. Me preocupa en general que el sistema lo absorba todo. El otro día estuve con los chavales del Instituto en la manifestación contra el cambio climático. Ya les habían puesto música como si fuera una fiesta. El mercado todo lo convierte en producto, y en la cultura pasa también. La verdadera cultura incomoda, inquieta, sacude, hace pensar. Cultura y distracción no son lo mismo.
Autor: Cristina Nuñez
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