La Fundación BBVA organiza en colaboración con la agrupación musical PluralEnsemble ciclos de música contemporánea con un enfoque pedagógico.
El Ciclo de Conciertos Fundación BBVA de Música Contemporánea, organizado en colaboración con la agrupación musical PluralEnsemble, celebra este curso su décimo aniversario. Los conciertos organizados a lo largo de estos años han mantenido una línea constante: la labor pedagógica y la difusión de la música del último siglo. El cometido que el ciclo se plantea es, en palabras de la agrupación, el de “reunir la experiencia del descubrimiento de los lenguajes actuales de la música con el placer de reencontrar algunos de los grandes compositores del siglo XX”.
Para ello, el ciclo organiza sus “retratos” en torno a un eje temático o histórico, que conecta las obras incluidas y ayuda a su recepción. El Retrato III de este año, por ejemplo, puso a dialogar la obra de cuerda de Schoenberg y Webern con la de Penderecki. El II celebró a Kaija Saariaho (por cierto, reciente Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento). Además, da a sus programas de mano un enfoque didáctico, con explicaciones accesibles, y los conciertos incluyen presentaciones previas que comentan lo que se va a escuchar.
Que la música contemporánea requiera, como ocurre con el arte plástico más reciente, de un contexto o una explicación que acerque las propuestas al auditorio no es nada para poner el grito en el cielo. Los conciertos pedagógicos, los programas de análisis, los canales de YouTube para oyentes aficionados, son prácticas frecuentes y útiles para difundir las obras clásicas de la historia de la música y aumentar el disfrute de las mismas. Si esto es así en el caso de los autores ya consagrados, con más razón lo será para la música de más reciente creación. Programar música contemporánea puede ser complicado, y lo más normal es que los autores más actuales sean los peor parados.
Son frecuentes los conciertos en los que se coloca a Ligeti junto a un vals de Strauss, a Hans Werner Henze detrás del concierto de violín de Mendelssohn, y aunque a veces pueda resultar acertado, lo más probable es que lleve a rechazar las nuevas músicas en pro de lo conocido (decimos todo el tiempo “nuevas músicas”, pero en algunos casos no lo son tanto. La obra de Schoenberg tiene ya cien años y sigue haciendo a la gente salirse con ruido de la sala). Y aunque en ocasiones no quede otra que invitar al público a dar un salto al vacío, siempre viene bien un poco de compañía en este viaje. Por tanto, son cuestiones tan aparentemente sencillas como la coherencia de las obras escogidas, un programa de mano accesible o la posibilidad de conocer los compositores lo que hacen destacar —al margen, claro está, de la calidad de las propias obras y su interpretación— los conciertos de este ciclo.
El Retrato más reciente, que tuvo lugar el pasado 21 de marzo, es un ejemplo perfecto de cómo se pone en práctica todo esto. El programa estaba organizado en torno a la música electrónica, y proponía un recorrido que alternaba alguna de las primeras obras hechas con estos medios con otras de composición muy reciente. Así, se escuchó el Poème électronique de Edgar Varèse, que se escribió en 1958 para ser reproducido en el Pabellón Philips de Le Corbusier y Xenakis, o una de las Klavierstücke de Stockhausen, una serie de piezas para piano cuya composición abarca de 1954 a 2003, y algunas de las cuales emplean la electrónica para ampliar las posibilidades del sonido acústico. El bloque central lo constituían autores franceses que caen bajo la influencia del IRCAM (Institute de Recherche et Coordination Acoustique/Musique, fundado por Boulez en los setenta) y el espectralismo.
Estas obras, en las que la electrónica interviene como momento previo a la escritura, una ayuda para la organización del material compositivo, pueden leerse como una prolongación del momento impresionista hasta nuestro tiempo, sea por el estudio de aspectos específicos del sonido en movimientos aislados, a la manera de los montes de Cézanne —lo que ocurre en los 4 études pour pianode Michaël Levinas, hijo del filósofo—, sea por su relación directa con las artes plásticas y sus diferentes técnicas —como las obras de Tristan Murail y Allain Gaussin, ambas inspiradas por la pintura—. El concierto concluyó con dos estrenos absolutos de dos autores argentinos, Francisco Kröpfl y Julio M. Viera, en los que ya por fin la electrónica se convirtió en un instrumento más para sonar en vivo junto al resto de instrumentos acústicos y conversar con ellos a la manera de un fondo o un comentario.
Fabián Panisello, director artístico del ciclo y batuta del PluralEnsemble, hizo una introducción previa en la que comentó las obras en referencia a este hilo conductor de la electrónica, haciendo hincapié en las diferentes posibilidades de combinación entre entre esta y el sonido acústico. Además, dos de los compositores, Viera y Gaussin, estuvieron presentes para saludar en sus obras (el último se ganó el mayor aplauso del concierto con su Eau-Forte). Toda esta suma de elementos tiene como resultado una actualización de las referencias y consigue que Mozart deje de ser el modelo para cualquier experiencia de concierto.
Quizá el concierto no agradó a todo el mundo. Creo, por ejemplo, que la obra de Varèse es más una pieza de museo que algo para ser reproducido en un concierto. Pero da la sensación de que el público fue receptivo y buscaba sacar cosas en claro. Para un concierto de música contemporánea, eso es un triunfo.
Autor: Manuel Pacheco
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