La escritora acaba de publicar La biblioteca en llamas , la fascinante historia de un millón de libros quemados y del hombre que fue sospechoso de encender la cerilla. Junto a ella recorremos los infinitos pasillos de libros para hablar de la historia de un incendio y del poderoso símbolo de resistencia en que se han convertido en tiempos de división y “pirómanos” de la democracia.
Ocurrió la mañana del 29 de abril de 1986. Un terrible y misterioso incendio asoló la Biblioteca Central de Los Ángeles dejando numerosísimas víctimas, aunque no humanas. Ardió la sección de Ficción de la A a la L, la colección de libros de cocina -la más importante de todo el país-, las secciones de Arte, Ciencia y de teatro estadounidense y británico. También una primera edición de El Quijote y la Biblia, y rarísimas ediciones de Shakespeare. Todo quemado. El humo que salía de las chimeneas era primero blanco y al tiempo negrísimo. La gran biblioteca de LA estuvo cerrada durante siete años. Sin embargo, pocos norteamericanos se hicieron eco del suceso. La que habría sido la noticia de portada del New York Times quedó relegada a un artículo en las últimas páginas porque tres días antes había tenido lugar la mayor explosión nuclear de la historia, el desastre de Chernóbil.
La escritora y periodista Susan Orlean no recuerda el incendio de la biblioteca, pero sí el miedo que se respiró durante semanas por la catástrofe de la central rusa. Poco se imaginaba entonces que algunas décadas más tarde sería ella quien volvería a azuzar las llamas de una tragedia que se perdió junto a más de un millón de libros.
“Me acababa de mudar a Los Angeles y se me ocurrió hacer una visita guiada la Biblioteca Central; de repente, el guía cogió uno de los libros, lo olió y dijo: ‘Hay libros que todavía huelen a humo’”, cuenta. Así brotó la chispa de una historia que daría lugar a La biblioteca en llamas (ed. Temas de hoy) y cuyas raíces emocionales son tan profundas como la pasión que Orlean siente por ellas. “Cuando empecé a llevar a mi hijo a la biblioteca conecté que el recuerdo de mi madre haciendo lo mismo conmigo cuando era niña y me di cuenta de lo absolutamente significativos que eran para mí estos lugares. Me horroriza la simple idea de que se quemen”. ¿Cómo sucedió? ¿Por qué? ¿Quién fue el culpable?
En busca de Harry Peak
Incluso en un ciudad como Los Ángeles, donde no escasean los peinados estrambóticos, Harry Peak llamaba la atención. “Era muy rubio. Muy muy rubio”, me dijo su abogada mientras se pasaba la mano por la frente intentando hacer una ridícula imitación del flequillo en forma de cascada de Peak. ‘Tenía mucho pelo. Y de lo que no cabe duda es de que era muy rubio’”, escribe Orlean al inicio de La biblioteca en llamas.
Peak era también actor, aunque no se conoce película ni musical en que participase, y también alguien bastante bocazas. “En los incendios provocados es muy difícil encontrar un responsable, especialmente si no hay testigos, porque las pruebas desaparecen con el delito mismo; más a mediados de los ochenta, cuando los investigadores disponían de tecnología muy primitiva y no había cámaras ni registro de usuarios en las bibliotecas. Lo que ocurrió con Peak fue que él mismo se metió en problemas, empezó a presumir con sus amigos de haber sido quien incendió la biblioteca y como coincidía con el retrato policial y se había establecido una recompensa, la hermana de su compañero de piso lo denunció. Al principio confesó pero, cuando vio que la cosa iba en serio, rectificó. Para entonces todo el mundo lo tenía por el principal sospechoso”, cuenta Orlean, que siguió la pista hasta dar con su familia y averiguar que había muerto, irónicamente, siete años después del incendio, coincidiendo con la reapertura de la Biblioteca Central.
Los investigadores no encontraron ninguna pista sobre qué o quién provocó el devastador fuego.
“Harry Peak era un poco como John Laroche, el ladrón de orquídeas, alguien que busca hacer una historia de su vida aunque no se ajuste a la verdad. Me atraen ese tipo de personajes que no consiguen adaptarse a la sociedad y viven en el borde, que son capaces de generar tanta antipatía como simpatía en nosotros”, añade.
Si bien La biblioteca en llamas está llena de este tipo de personajes que no se ciñen a ningún estereotipo, profundamente humanos y magistralmente retratados por la escritora: bibliotecarios que escapan a la imagen de “sifón” que manda silencio, trabajadores sociales, guardas de seguridad… Todos ellos le ayudaron a construir un relato a caballo entre el misterio y la pasión por la lectura, que nos devuelve al significado profundo de las bibliotecas como uno de los pocos espacios de libertad y comunidad que nos quedan.
“Empecé a escribir este libro durante el mandato de Obama y luego la realidad cambió de forma tan drástica que se convirtió en una urgencia apoyar a las bibliotecas” -Susan Orlean. | Foto: Beatriz García. | The Objective.
Lugares abiertos a todos
Estamos a charlando con Susan en una sala de la Biblioteca Pública Agustí Centelles de Barcelona. Al otro lado de la cristalera, estudiantes repasando sus apuntes o trabajando con sus ordenadores sentados a las mesas, ancianos leyendo el periódicos y personas que curiosean entre los estantes. Son las 11 de la mañana de un lunes y la biblioteca hierve de vida.
“Fijaos -dice la escritora-, a eso es a lo que me refiero. Nos sigue importando tener un lugar adonde ir”. Las bibliotecas siguen siendo una pequeña Galia en un mundo a merced de un capitalismo feroz que nos divide socialmente. ¿Cuántos lugares donde pasar el día de forma gratuita conoces además de los parques públicos? Un espacio “físico” comunitario, compartido y “valiente” donde la información está disponible para todos, que se ha convertido en sí mismo en “una declaración de inclusividad”.
“Las bibliotecas se contraponen a la actitud que desprende gente como Trump, con sus noticias falsas, su afán de control informativo y de personas, y su política anti inmigración; representan todos los ideales que están siendo atacados en el mundo. Empecé a escribir este libro durante el mandato de Obama y luego la realidad cambió de una forma tan drástica que se convirtió en una urgencia apoyar a las bibliotecas. La Biblioteca Pública de Los Ángeles, por ejemplo, inauguró su departamento de Nuevos Norteamericanos donde incluye recursos para gente que acaba de llegar al país al tiempo que desde la Casa Blanca salía toda una retórica de anti bienvenida a los extranjeros, y lo hicieron ‘a la chita callando’, sin hacer preguntas”, explica.
“Si Internet hubiese sido capaz de acabar con las bibliotecas ya lo hubiera hecho” -Susan Orlean
Su función en tiempos actuales, alfabetizando de forma gratuita, es crucial para la igualdad y la justicia. Su historia, cuenta la autora, está ligada a la lucha de las mujeres por su emancipación a través de personajes que aparecen en La biblioteca en llamas, como Mary Jones, una de las primeras bibliotecarias mujeres que a mediados de los ochenta fue obligada a dimitir para que un hombre ocupase su puesto; a aquel acto de “sexismo rampante” le siguió una gran protesta en las calles.
“Cuando comencé a documentarme para el libro me pareció increíble que en la Biblioteca Central de Los Angeles hubiese habido bibliotecarias mujeres en un momento en que las mujeres no lideraban nada. De hecho, al principio ni siquiera teníamos acceso a las bibliotecas y LA fue bastante progresista admitiendo a bibliotecarias antes de que fuera una profesión feminizada. No obstante, no hay una placa sobre ellas. Son heroínas no celebradas”, resume Orlean.
Resistieron al fuego, al envite de Internet – “si hubiese tenido la capacidad de acabar con las bibliotecas ya habría sucedido”, dice- y al afán por mercantilizar y poner fronteras al mundo. Las bibliotecas hoy más que nunca son ese segundo hogar que atesora la memoria, la imaginación y la democracia.
Autor: Beatriz García
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