La nueva novela de Enrique Vila-Matas relata la relación de dos hermanos tan unidos por la literatura como separados por ella
Como hace mucho tiempo que Enrique Vila-Matas forjó su singular mundo de escritor, podría empezar refiriéndome a las parejas de opósitos que caracterizan ese territorio y generan una tupida red de tensiones sobre las que se sustenta el entramado narrativo, junto a otros rasgos no menos peculiares de su escritura —el humor, la paradoja, la intertextualidad o la hibridación genérica—, porque también retornan en su última novela, Esta bruma insensata, centrada en el conflicto del escritor Rainer Bros: personaje escindido o desdoblado que oscila entre dos conciencias y duda entre seguir o no seguir escribiendo, entre “el rechazo a la escritura y la consiguiente renuncia a ella” o “tener fe en la literatura y ponerle a todo alegría y continuar escribiendo”, en una época en la que la Red —“como un tratado de antropología global”— lo sabe todo de nosotros y hasta suplanta a los escritores en su tarea. Es decir, entre pasar a engrosar la lista de los bartleby —renuncia y desprecio— o persistir en la tradición shandy —confianza y alegría—.
Todo ello se encarna y muestra a partir de la historia de, y las relaciones entre, dos hermanos: el Gran (Rainer) Bros, escritor “de culto”, afincado en Nueva York y convertido en reverenciado prototipo de aquellos que —como en la realidad Pynchon o Salinger— “se escondían con delirio”, y su hermano mayor Simon, un modesto subalterno que le suministra las citas para sus novelas, un “adorador de las frases sueltas” que vive retirado en el vetusto caserón familiar de Cadaqués.
El viaje de Simon desde Cadaqués a Barcelona para acudir al encuentro con su hermano propicia la reconstrucción de las respectivas historias y de las relaciones mutuas, que pasan por diversos choques, singularmente entre extravagancia y sencillez, simulación o impostura y verdad (fingida), originalidad y tradición. A falta de ideas, sombrero, decía Unamuno de los bohemios modernistas. Traigo la cita a colación porque Unamuno también está aquí presente. Como lo está Ortega. Y Un corazón sencillo, de Flaubert. Por momentos, Vila-Matas es especialmente sarcástico con el Gran Bros, henchido de artificio y altivas pretensiones, grotesco en su caracterización, y al que una jovencita le censuró que cuando alguien se dedicaba a “vender sus éxitos y convertirlos en una mercancía (…), acaba convirtiéndose solo en una marca”. Todo un aviso para navegantes. Y como este encuentro transcurre a finales de octubre de 2017, cuando en Cataluña se proclamaba la República, este marco circunstancial subraya lo que la narración tiene de esperpento grotesco y épica bufa.
En Esta bruma insensata, Vila-Matas se autoexamina desde la indulgencia y la comprensión que solo el tiempo proporciona. Y lo hace trasladando el debate al ámbito de la escritura, a esta novela que el lector tiene en sus manos, fruto de la discusión que sobre el género mantienen Rainer y Simon. La única “lección”, lo verdaderamente nutricio, es que no hay deslumbrantes fórmulas mágicas ni certezas infalibles. O acaso sólo dos. La una arremete contra la falacia patética y la demandada facilidad que le exige al escritor saltarse muchos momentos de reflexión, perdiendo por el camino “el potencial de la prosa sin aditivos”. La otra certeza se expresa en el propósito de buscar un nuevo espacio desde el que hablar y contar, en la “pasión por ascender a una idea de infinito y escribir desde ella”. En ello prosigue Vila-Matas.
Autor: Ana Rodríguez Fischer
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