Acostumbrados a que las novedades tengan una vida cada vez más breve en nuestras librerías, que un ensayo como Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (Destino) cumpla 25 años sin perder vigencia ni interés es un verdadero acontecimiento.
Publicado por vez primera en 1993, Andrés Trapiello (1953) escribió Las armas y las letras en apenas tres meses por culpa de Rafael Borràs, entonces responsable del premio Espejo de España. El editor le propuso presentarse y el escritor leonés aceptó, ya que podía “arreglarme la vida durante un par de años. Y sí, lo escribí en tres meses, pero llevaba años leyendo sobre el asunto”. Al tiempo, Juan Manuel Bonet, cómplice y amigo, preparaba su colosal Diccionario de las vanguardias y ambos libros crecieron a la par, “con informaciones estimulantes de ida y vuelta a gran velocidad. Él fue fundamental. Y Abelardo Linares. Me dio buenos consejos y me prestó muchos libros, entre ellos A sangre y fuego de Chaves Nogales: el prólogo de ese libro era la prueba, que yo había estado buscando, de que la tercera España había existido. El premio al final, por guerras intestinas (y nunca mejor dicho), se lo birlaron a Borràs, y me quedé sin él”, pero sin ese estímulo quizá este volumen no hubiera existido jamás.
Un hombre libre
Veinticinco años después, el libro mantiene plena actualidad. Ha sido revisado y ampliado (como en 2002 y 2010) y cada nueva edición ha descubierto personajes y datos olvidados. Es, como el propio Trapiello asume, un libro inacabable, porque trata de la memoria, “y la memoria fluctúa a cada momento, cambia nuestra percepción del presente y este modifica el pasado”. Y para demostrarlo comenta que hace unos días, en Jerez, Carmen Hernández Pinzón dio a conocer una carta inédita de Juan Ramón Jiménez, de 1943, en la que protesta a Guerrero Ruiz por haber incluido este en una antología de sus poemas un prólogo del falangista José María Alfaro: “no acepto que un político militante de la España actual ponga un prólogo a un libro sobre mí, como tampoco lo aceptaría si Vd. se lo pidiera a otros políticos [republicanos]de los que andan por aquí (…) Mientras las circunstancias de España sean las que son actualmente, yo no puedo volver a España ni relacionarme con determinados elementos de la República que andan por estos países. (…) Yo no soy monárquico, ni republicano, ni falangista, ni comunista, etc., etc. Soy un hombre libre”.
De eso trata el libro, de una verdad que ha costado mucho restaurar, la existencia de esa tercera España que no era fascista ni anarquista o comunista. “Hoy casi todo el mundo admite que a la inmensa mayoría de los españoles se le obligó a elegir un bando, a veces a punta de pistola, y casi todo el que era decente acabó reconociendo que estaba en el bando equivocado, sin creer que el otro bando fuera mucho mejor”, afirma. Lo cierto es que al comienzo de la guerra Falange y PCE sólo tenían unos veinte mil afiliados cada uno, que al final se habían convertido en dos millones. Según Trapiello, ellos fueron los verdaderos vencedores, “unos administrando la victoria, y los otros, la derrota”. Los sublevados ganaron la guerra desde el primer día “y los que la perdieron se hicieron con la propaganda en todo el mundo también desde el primer día”.
Nadie a la altura de sí mismo
Las armas y las letras lo demuestra de forma contundente a través de las biografías de autores como Pío Baroja y Clara Campoamor, Unamuno y Cernuda, Miguel Hernández y Pedro Luis de Gálvez, confirmando hasta qué punto “los vencedores perdieron los manuales de literatura, y parte de los que perdieron la guerra, principalmente comunistas, ganaron el relato”. También demuestra que pocos de los libros escritos en la Guerra Civil tienen verdadero interés literario o estuvieron a la altura del momento histórico, porque casi nadie estuvo a la altura de sí mismo, “y que si Rosa Chacel es una gran escritora, Cunqueiro también lo es. Y así hasta cien escritores de ambos bandos”.
Representante de esa tercera españa que rescata Trapiello, Juan Ramón Jiménez escribe: “no acepto que un político militante de la españa actual ponga un prólogo a un libro sobre mí” Son muchos, decenas en relidad, los autores a los que este libro rescató del olvido hace ya un cuarto de siglo y que hoy cuentan con legiones de lectores, como Manuel Chaves Nogales, José Castillejo o Morla Lynch. De su recuperación, y en realidad de la de “todos aquellos que lograron sobrevivir a cualquiera de los dos totalitarismos con dignidad y decencia” se siente orgulloso Trapiello ahora.
En realidad, hay quien sostiene que un libro de este calado debería haberse escrito en la universidad, pero la universidad española y el gremio de hispanistas se han mostrado a menudo convencidos de la superioridad moral y literaria de los perdedores, hasta convertir en certeza lo que para Trapiello es “la gran mentira, aún en curso”, que los mejores escritores e intelectuales se pusieron del lado de la República. Y dice Trapiello: “Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández… de acuerdo. ¿Y qué hacemos con Baroja, Unamuno, Ortega, Azorín…? Al fin empiezan a comprender que buenos y malos había en los dos bandos”. Pero que nadie se equivoque: el lector que se sumerja en Las armas y las letras no va a encontrar un libro equidistante, una acusación a la que Trapiello lleva haciendo frente desde hace un cuarto de siglo y que rechaza con vehemencia: “Se suele llamar equidistante a Chaves, quien está encantado de ser totalitario, por lo mismo que quien suele llamar facha a un demócrata está encantado de poder robarte tus derechos civiles en cuanto le dejen”.
Exceso de memoria
El actual resurgir del guerracivilismo renueva el interés de este libro, quizá porque, como apunta su autor, “cuando hace unos años empezó la extrema izquierda a temer que podía perder también el relato, se echaron contentísimos al monte decididos a ganar al fin la guerra”. La Ley de Memoria Histórica apenas ha solucionado nada, más allá de la “exhumación de algunos muertos de fosas comunes y cunetas. No pocas de esas víctimas fueron además victimarios y un buen número de ellas, de demócratas, poco”, dice polémico, mientras confiesa su sorpresa porque aún se siga hablando de la guerra o se quiera demoler la Transición, “el período más largo y próspero de nuestra historia, dando carta de naturaleza a los peores instintos: el narcisismo nacionalista y xenófobo y el resentimiento populista, reencarnación de los viejos totalitarismos. Y hay que recordar una vez más a Nietzsche: un exceso de memoria daña la vida”.
Autor: Nuria Azancot
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