Con una computadora y un programa para modificar imágenes, esta ceadora singular lleva dos décadas construyendo una obra que reflexiona sobre el cuerpo, la belleza, el consumo, la muerte y el lugar del arte.
Una gran muestra de Flavia Da Rin (1978, Buenos Aires), “rara avis” dentro del mundo de los artistas jóvenes contemporáneos locales, se inauguró este viernes en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. “¿Quién es esa chica?” es la exposición que, a manera de retrospectiva y construyendo un viaje hacia el pasado, se presenta ante el público. “Aunque también podría tratarse de una muestra antológica”, comenta Laura Hakel, curadora de la exposición y del museo, “pero la pensamos y trabajamos, en realidad, como una retrospectiva, por la relación que fuimos estableciendo entre todos los trabajos de la artista creados a lo largo del tiempo y el vínculo íntimo con su biografía”. Vale mencionar que las retrospectivas de artistas tan jóvenes (Da Rin tiene 41 años) son muy poco frecuentes.
¿Pero cuál es la particularidad de todas las obras de Da Rin? Que ella siempre es la protagonista de sus obras: disfrazada, photoshopeada, disimulada, travestida. Como mujer, hombre, niño, bailarina o muerto.
Un poco a lo Cindy Sherman, otro poco a lo Nicola Costantino, con una pizca de Orlan, Da Rin también pone en el centro de la cuestión su protagonismo, su cuerpo, sus autorretratos con cambios de roles y caracteres y su identidad como mujer “multi–todo”: tocó y toca los temas de género vinculados al feminismo sin levantar bandera. Reflexiona sobre ellos desde las imágenes, las construcciones de ella misma a través de programas digitales; desde las foto–performances con ella como protagonista.
La muestra abarca varias salas distintas del primer piso del Mamba y se organiza en torno a tres grandes núcleos temáticos, que no responden necesariamente a una cronología. El primero de ellos es esa serie realizada alrededor de los años 2003–2005, que podría decirse que la catapultó a la fama: sus primeros autorretratos con rostros de primer plano, ojos gigantescos a lo “manga japonesa” (esos comics de niñas de ojos y pestañas grandes) y gestualidades exacerbadas. Exagerando los estereotipos de lo femenino, de la imagen que la sociedad –y en especial los hombres– esperan de una “mujer bella”, Da Rin se da forma a sí misma, otorgándose la posibilidad de modificar sus retratos, su rostro, a través del Photoshop. Y aquí otro dato interesante sobre la artista: es una de las pocas que disfruta del placer de encerrarse en su estudio a realizar todo el (difícil y largo, detallado) proceso de creación de estas fotos digitales, sin asistentes técnicos ni ayudantes, y tan sólo con un programa bastante básico para trabajar la imagen: el Photoshop. Rara avis, sí.
Por el 2009, Da Rin sigue sacándose fotos a sí misma y modificándolas (modificándose), pero esta vez para convertirse en una mujer exageradamente “sexy”: se está riendo del mundo del consumo, de la capitalización del gusto, del deseo y de la ropa, el maquillaje y el look. Está siendo sarcástica a través de imágenes aparentemente inocentes. Desde este grupo de obras pasa a lo contrario: fotos de sí misma rapada; ella cortándose su cabello. Negando uno de los signos femeninos considerados (erróneamente) a llamar al deseo; a complacer. A ornamentarse a sí misma pero también complacer a los demás: la explotación del cuerpo y de la personalidad obedeciendo a un consenso social. Pero Da Rin aquí se corta el cabello: actitud radical. Inmola la sensualidad (tan engañosa, tan equívoca muchas veces). Marca todo lo opuesto a esas mujeres que pasan horas y más horas con planchitas, formoles, intentando lisos perfectos, bucles, teñidos… Con estas obras señala lo fugaz e inútil que resulta todo eso: no es sobre esto la vida, comenta en estas fotos Da Rin. Más tarde volverá a decirlo en una serie hermosa, en la que posa junto a sus dos hijos, los tres desnudos (fotos en blanco y negro sacadas por su esposo, el artista Julián Terán). Aquí nunca puede observarse su rostro.
En la parte siguiente de la exposición y como contraposición a todo, aparece “El misterio del niño muerto”, esa magnífica serie de más de 12 fotografías de gran tamaño (producidas alrededor de 2008), en donde la artista misma se fotografía caracterizándose como un niñito muerto, pero también como todos los familiares y asistentes al funeral. Lo teatraliza todo. “Son imágenes histriónicas, inspiradas en el mundo del arte”, comenta la curadora. “Es una especie de velatorio siniestro: como si se estuviera despidiendo a una obra cada vez que se la expone”, agrega Hakel. “Es la construcción de la imagen de uno mismo como algo que se ofrece al mercado”. Pero esta serie del funeral es más que eso: la imagen de ella misma como niño muerto recuerda a las pinturas de muertos del siglo XIX, tan poco bienvenidas, sancionadas muchas veces en algunas zonas de Europa; tabú. Y en cierta manera, es un tema que aún hoy en día sigue chocando: la muerte se oculta, se disimula. No se la expone. Es difícil verla en un museo en carácter prácticamente de manga y bajo los parámetros de lo que se comprende actualmente en algunos círculos como “bello”. La serie del funeral –todos los asistentes vestidos de negro– es impresionante.
Más allá en la exposición, dos últimas instancias: acuarelas sobre los espíritus (apareciendo a través de peinados, cabezas, cabellos). Y esa última salita imitando el cuarto de juventud de la artista, en donde todo comenzó: dibujos pegados a las paredes, la cama de la casa de sus padres, la cortina rosa, de gasa. La computadora, su amiga fiel. Época de la beca Kuitca, aquí Da Rin dibujaba y modificaba digitalmente o a mano los retratos de sus amigos. Es decir: al comienzo, ella no lo protagonizaba todo. Al final de esta muestra tampoco: aparecen la familia, sus hijos. Ahora los protagonistas de las obras son tres, entrelazados en uno solo: una exposición vinculada a la biografía. Primero el sarcasmo. Luego el sacrificio. A veces, el amor.
Fotoperformances para bailarinas rusas
Flavia Da Rin. Sin título (S40), 2019.
De todas las series de obras que conforman la muestra de Flavia Da Rin “¿Quién es esa chica?”, la vinculada a las bailarinas de las vanguardias rusa, francesa, alemana de comienzos del siglo XX –fotos en las que Da Rin aparece caracterizada como ellas, e imitando sus movimientos– se apartan del resto; marcan diferencia.
Admirando a la bailarina rusa Lizica Codrenau, a la norteamericana Martha Graham, a la italiana Giannina Censi y a la excéntrica alemana Valeska Gert (clown, musa del movimiento punk y exhibicionista), Da Rin pone aquí en juego varias cosas: el papel (importante) de las mujeres performers artistas en el período de entreguerras mundiales; y los lugares y modos en donde y cómo se expresaban: con ayudas de marionetas, en teatros pequeños, en cabarets.
Muchas veces consideradas artistas de segunda, ignoradas en su momento, las nuevas lecturas historiográficas les dan una revancha: son, ahora, objeto de culto. Las fotoperformances de Da Rin las trae del pasado, con cariño, con profunda admiración y originalidad. Otra forma –más velada, más discreta– de poner los feminismos en el centro de la escena; no con un grito sino con imágenes pequeñas, potentes aunque delicadas. Persistentes.
Cuándo, dónde, cuánto
- En el Museo de Arte Moderno, San Juan 350.
- Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20.
Autor: Mercedes Pérez Bergliaffa