Colombiana en la Argentina, la escritora redefine cuáles son los límites de la intimidad y de lo público en su libro Primera persona.
Margarita García Robayo, colombiana radicada en Buenos Aires, 38 años, en pareja, dos hijos, escritora. Es una de las firmas femeninas de un género que de novedoso tiene poco, pero que atrapa lectores en el mundo: la “Narrativa del yo”. ¿De qué se trata? De una literatura personal, que no se lee como un diario íntimo o una bitácora del cotidiano, pero sí tiene un tono intimista y los disparadores aparecen en la vida, digamos, real.
Marea Editorial acaba de publicar Primera persona, un libro que ya está a la venta en Colombia, Perú y España. Es una compilación de textos que García Robayo publicó en distintas revistas literarias durante la última década.
Son diez relatos que cuentan el Edipo, la infancia y adolescencia en la abulia de Cartagena –donde se crió–, la soltería, el sexo y el amor con hombres, y con hombres mayores que ella. García Robayo también reflexiona sobre la lactancia, el puerperio y la convivencia. También muestra (para volver a mostrarse) los pantanos de la casa materna-paterna y ofrece, con variados matices, una forma de extrañar la casa propia.
“La literatura es una gran conversación donde cada quien va metiendo un bocadillo. Quien escribe va ejercitando y afilando la mirada para que ese bocadillo sea cada vez más sofisticado y poder participar de un modo más activo en la conversación. Yo escribo para entender… Entender cosas del mundo. Y escribo, también, para entenderme”, dice Margarita.
Primera persona es su octavo libro. /Juano Tesone
Hermana de cuatro, García Robayo vivía en Cartagena, una ciudad levantada a orillas del mar Caribe, en Colombia. Su familia era de clase media esforzada. Se mudaron varias veces, siempre a lugares más modestos que el que dejaban.
Margarita siempre quiso dedicarse a la escritura. Su padre es abogado y su madre, ama de casa. Ambos esperaban que se recibiera en Derecho y así continuar con el legado familiar. Ella estudió Abogacía mientras cursaba la carrera de Comunicación Social. Se recibió de periodista antes que de abogada y entró a hacer una pasantía a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), institución promotora de la ética y creatividad periodística, fundada por Gabriel García Márquez. Su trabajo consistía en gestionar los talleres que los maestros de la FNPI ofrecían, sobre todo, en Latinoamérica.
“En aquella época, principios de los 2000, viajaba mucho por trabajo. Buenos Aires me encantaba. Aquí no era raro tener ganas de escribir. Había, sí, cierta mística en torno a la escritura, pero también era normalito. Eso me interesó bastante”, recuerda Margarita. En Cartagena, dice, dedicarse a la literatura era “un poco ridículo”: un entorno muy cerrado, muy chiquito, muy católico.
En 2004 se instaló en Buenos Aires y dirigió, entre 2010 y 2014, la Fundación Tomás Eloy Martínez, también dedicada a la divulgación periodística. Apenas pudo, se inscribió en el taller de escritura de Liliana Heker. Fue compañera, entre otras escritoras, de Samanta Schweblin, cuya obra fue traducida a más de veinte idiomas. “Ahí estuve dos años. Me pareció increíble que todos hicieran otras cosas además de escribir”, recuerda Margarita.
Margarita García Robayo en la terraza de su casa. /Juano Tesone
Primera persona es su octavo libro publicado. En esa reunión de textos, García Robayo nunca olvida su condición de caribeña, tropical y mestiza. Se ubica en el centro de su neurosis o gira alrededor de las obsesiones de su entorno. Así arma su propio sistema solar, con la posibilidad –la literatura obra de maneras misteriosas– de ser satélite de su propio planeta. Habla de la lactancia pero no sobre “dar la teta”: el planteo que ofrece a sus lectores es mucho más complejo. Se aferra al sexo como tema central, pero para referirse al entramado de vínculos que tejen los seres humanos. Escribe sobre el mar –ella, que creció a su orilla– como un primo lejano al que se le teme. Son los entretelones de la vida de una mujer de treinta y pico.
La tapa del libro es de color negra. En un 3D detrás del título van estampados sus ojos, dos gotas de vino de tinto. Sobre los ojos, unas líneas de Residencia, uno de los textos: “Mi padre me llamaba ‘mojarrita’, un pescado de origen africano con ojos desproporcionadamente grandes. Me gustaba ese apodo porque cuando mi padre lo decía sus propios ojos grandes le brillaban”.
Si Margarita también es capaz de sentenciar en su libro que “somos el resultado de cómo nos han mirado los demás a lo largo de la vida. La historia de nuestra identidad está escrita por otros”, ¿qué sentido tiene escribir sobre uno mismo?
“Cuando apliqué a una beca, me la dieron, probablemente, por ser joven, latina y pobre.” – Margarita García Robayo
Jueves 2 de mayo y todavía hace calor en Buenos Aires. Un repentino corte de luz en el barrio nos deja un poco en penumbras. Pero la cocina da el patio y los vidrios son tan altos y están tan limpios que la luz amarilla de la tarde entra sin pedir permiso. Hay una mesa de madera y dos bancos a cada lado. Los juguetes de los niños en fila, en un orden simulado. La escalera con puerta de seguridad que lleva a la terraza. Una parrilla que parece tener demasiada vida: el tizne la delata. Margarita sirve el té en tazas de colores.
Eran textos dispersos y ahora están juntos, en un libro. ¿Cómo te leés?
Ahí están mis preocupaciones, neuras y obsesiones, que son más o menos las mismas y están enmarcadas en distintos tópicos. Estos relatos fueron un modo de vida y ya habían cumplido su función. Lo que más me interesaba de juntarlos es que hayan sido escritos en distintos momentos, alejados en el tiempo unos de otros. Son preocupaciones en la línea de tiempo de una misma narradora. Una narradora distinta, que fue creciendo o involucionando, pero que cambió con el tiempo. Ahora visto así, como si fuese un mapa emocional, es un poco abrumador.
Contás situaciones muy íntimas, ¿hay un límite para exponerse y exponer a tu entorno?
Uso mucho de mi vida en mis libros. Quienes me rodean pueden eventualmente identificarse o encontrarse o reconocerse en algunas cosas que escribo. Transité mucho ese camino y en algun punto me dije… Les dije, bah, a mi familia, mis padres, mis hermanos, mi marido, mis hijos, mis exs…: “Yo con esto no transo”. En la única cosa en mi vida con la que me permito esta libertad es la literatura. Algunos se enojan, otros no, otros no me entienden, otros dicen “pobrecita”. Cada quien tiene reacciones distintas. Pero saben que yo me nutro de eso y que sería deshonesto hacerlo de otra manera. Y me paré en ese lugar y sigo en ese lugar y sé que no es inocuo. No es algo que no produzaca ningun tipo de “daño”. Sé cuáles efectos produce en el otro y no me importa. Es mi postulado y lo mantengo.
¿Podríamos decir que más que personas son personajes funcionales a la historia que querés contar?
Mis preocupaciones narrativas son más existenciales que otra cosa. Los textos pueden ser de temas domésticos pero lo que subyace ahí son trascendentales. Más allá de contar “intimidades” son relatos que tienen que funcionar. Hay honestidad en estos textos, mucha frontalidad y sin embargo hay personajes que inventé, nombres que no existen o cambiados.
¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad a la hora de nombrarse?
Literatura es trucar, encontrar los recursos que mejor se ajusten a lo que quieres contar, aun cuando lo que estés contando tenga poca invención, en el sentido tradicional del término. Pero son textos que toman mucho de mi propia carne, de mi vida.
Parte de la obra literaria de Margarita García Robayo. /Juano Tesone.
¿Qué te funciona como disparador?
Me encanta escribir por encargo. Es como un regalo. Mis editores me dicen: “Escribí sobre la muerte, sobre el territorio, sobre el amor”. Así sean temas generales, inabarcables, me permiten encauzar lo que igual iba a decir. Quizás el único que se me ocurrió a mí porque lo estaba padeciendo fue el de la lactancia, “Leche”. Me costó muchísimo trabajo darle la teta a mi primer hijo y dije: “Puta, a mi nadie me contó esto”. Y fue como una especie de acto heroico decir: “Esto puede ser terrible». Ese fue un texto escrito por impulso. Los otros fueron encargos, muy precisos, y los usé de excusa para hablar de preocupaciones.
¿Y cómo opera la memoria?
Hay cosas que recuerdo muy bien y trato de ser muy fiel a eso. Pero donde se me acaba el recuerdo lo lleno con otras cosas. Para mí lo importante de la memoria en mi oficio es “una memoria de las sensaciones”. Una memoria residual: como tararear una canción sin acordarte la letra. La parte más emocional del recuerdo. Hay situaciones contadas ahí que no han sucedido o sucedieron pero con variaciones. Pero, ¿cuál es la memoria oficial de una familia? Tantas memorias como miembros tenga esa familia. Y por otro lado, nunca olvido que estos textos deben funcionar. Donde hay baches, hay ficción.
En Mi debilidad, uno de los textos, discutís un poco con el reclamo de algunas escritoras que exigen cupo femenino a la industria editorial en sus catálogos literarios.
Estamos entrando en un terreno minado… Hago dos acotaciones: tengo un problema con el tema del reconocimiento. No escribo para eso, no conozco a ningún escritor ni escritora seria que lo haga. La segunda acotación es que no tengo muchas certezas sobre casi nada, pero me da la sensación de que demandas como la de imponer una cuota femenina en la literatura, frivolizan mucho la discusión acerca temas que realmente necesitan ser visibilizados: aborto legal, brecha salarial, las licencias por maternidad… No iría a una mesa poblada de causas feministas a decir “No se olviden de las escritoras, necesitamos que nos vean más”. Es cierto que un mundo contado mayoritariamente por voces masculinas no es un mundo completo. Pero tampoco son los catálogos de la industria editorial (que por otra parte cuentan con un montón de escritoras best sellers) los que tienen la versión oficial de la literatura universal. El que piense eso, necesita leer más en los márgenes.
Autor: Victoria de Masi
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