El historiador escribe en Ciudadanos una monumental crónica de la caída de Luis XVI basada en sus protagonistas
Hay un momento de Ciudadanos. Una crónica de la Revolución Francesa (Debate), en el que su autor, Simon Schama, cuenta que, durante los años anteriores a 1789, en Francia se puso de moda llorar y también reír, pero sobre todo llorar, porque las lágrimas ya no parecían una muestra de debilidad sino una manera de acercarse a lo sublime. «Un buen acceso de llanto indicaba que el niño se había conservado milagrosamente en el hombre o en la mujer, de modo que los héroes y las heroínas de Rousseau, comenzando por él mismo, gemían, lloraban, sollozaban y balbucían a la más mínima provocación. Otro tanto hacían los críticos de la ópera al escuchar a Gluck y los críticos del Salón [de arte]al contemplar a Greuze», escribe Schama, que, unas pocas líneas más adelante añade un dato muy valioso: de todos los franceses de lágrima fácil que vivieron la caída de la monarquía, ninguno era tan sentimental como Maximilien Robespierre, el temido Robespierre. A los revolucionarios les encantaban los sentimientos, la inocencia, la supuesta esencia oculta y bondadosa del ser humano… Tendían a ser un poco cursis, además de terribles.
Ése es el tipo de información que hace único a Ciudadanos, un libro que, a simple vista, podría parecer una simple historia monumental de la Revolución Francesa (1.019 páginas si incluimos notas e índices). En realidad, la extensión importa menos que la excepcionalidad. El libro de Schama renuncia a las explicaciones estructurales, no tiene un solo cuadro estadístico y no utiliza categorías científicas.
A cambio, Ciudadanos cuenta la Historia enhebrando historias, relatos personales que matiza con la agudeza de la novela y eleva a algo más, a un conocimiento histórico nuevo, lleno de desmentidos y paradojas.
«El gran malentendido sobre la Revolución Francesa es que eso que se ha dado por hecho que el Antiguo Régimen era una sociedad arcaica, estática y rígida, que sus miembros eran incapaces de modernizar Francia. En realidad, esa modernización ya estaba en marcha y era muy rápida en todos los aspectos menos en uno, aunque es muy importante: la creación de una representatividad política y de un mercado libre para la circulación de ideas y textos publicados», explica Schama a La Esfera de Papel. «Hay otro malentendido. La violencia, la violencia punitiva no es algo que empezara con los jacobinos. Ya estaba allí en 1789 y fue una de las grandes peleas de la Revolución: cómo contener esa violencia, cómo manejarla».
Vamos con un ejemplo práctico para entender cómo funciona Ciudadanos. Capítulo cuatro, La formación cultural de un ciudadano, páginas 150 a 209. El relato de Schama empieza como un reportaje histórico, contando la ascensión de un globo aerostático en los jardines de Versalles. La nave estaba tripulada por una oveja, por un gallo y por un pato y sufrió un desgarro cuando se elevaba 20 metros sobre la tierra. Cayó al suelo. Los bichos sobrevivieron: al gallo y al pato los encontraron asustados pero la oveja parecía de buen humor.
Pero lo importante es que el espectáculo del globo había congregado a una multitud (130.000 personas se dijo entonces, aunque la cifra es indemostrable), lo que lleva a Schama a explicar que la idea del público ya existía en las vísperas de la Revolución. Con ese hilo, su relato lleva hasta el mundo de los teatros, donde existían dos categorías: la de las compañías «de gusto superior y respetabilidad oficial», encarnadas por la Comédie Française, y la de «los teatros del bulevar», baratos, impresentables y bulliciosos. Sorpresa: en la década de 1780, al bajo teatro le fue muy bien y sus autores y actores empezaron a ganar prestigio y a atraer al público aristocrático.
La prueba está en Las bodas de Fígaro, la obra de teatro de Pierre-Augustine de Beaumarchais que después se convirtió en Le nozze di Figaro de Mozart. Continúa la hilo: Beaumarchais era un personaje difícil de atrapar: un arribista y un moralista, un exhibicionista y, a la vez, un artista capaz de interpretar perfectamente el mundo en el que vivía: un poco de sentimentalismo, un poco de Rousseau, un poco de ética al estilo de Indignez-vous!… Fígaro tuvo un éxito colosal. El rey quiso prohibirla pero la reina María Antonieta acogía pases privados. Los marqueses iban a ver la obra a teatros de baja estofa, exigían los mejores asientos y entonces se montaban líos espantosos que presagiaban la toma de la Bastilla. Después, el público lloraba, porque eso era lo que hacía Francia, igual que lloraban ante los discursos de Marie-Jean Hérault, orador formidable que tenía a su público en un puño. Y así sigue la divagación de Schama.
¿Alguien se ha acordado de que también hoy, en 2019, los portadores de la promesa de un mundo nuevo y más justo lloran y hacen llorar mucho en sus apariciones públicas? ¿Que son fieros y, a la vez, apelan a la bondad del ser humano?
Otra de las ideas que aparecen en Ciudadanos es la paradoja en la que vivió el proyecto revolucionario, fracturado entre aquellos que soñaban con una nueva sociedad laxa y libertaria frente a aquellos que deseaban una nación fuerte en el mundo y un Estado que diera orden a cada aspecto de la vida.
«Yo no utilizaría la palabra laxo y tampoco la palabra libertaria porque nadie en Francia quería un estado mínimo. Lo que sí es cierto es que existía ese dilema», explica Schama. «El problema liberal estaba presente desde 1789, desde el momento en que se debatió si la nueva Francia debía tener una o dos cámaras legislativas, como en el Reino Unido y en Estados Unidos. Puede parecer una cuestión un poco esotérica pero es significativa y tiene que ver con la división de poderes y con la quiebra de la soberanía nacional.Tiene que ver con la definición de quién era un ciudadano francés y quién no lo era».
¿Por qué perdieron los revolucionarios liberales? «Cuando el rey y la reina intentaron escapar en 1791, en un acto desleal y de mala fe, dejaron marcada la posibilidad de desarrollar una monarquía constitucional. Pero pesó aún más la guerra contra las otras monarquías europeas, que obligó al Estado a estar extremadamente concentrado en su supervivencia. Existía pánico por la existencia de una supuesta quinta columna, y eso envenenó la posibilidad de que existiera un sistema judicial liberal».
En las páginas de Ciudadanos aparece en varias ocasiones un aire de evocación, una melancolía por aquellos que han pasado injustamente a la historia en el lado de los egoístas, de los privilegiados, de los comedores de macarons. Un buen ejemplo es el retrato que Schama hace de Jacques Necker, el economista al que el rey Luis XVI confió el rescate de la economía de Francia, arruinada por un estado ineficiente y por el apoyo a la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
Necker aparece en Ciudadanos como un personaje teatral: un zafio, un genio, un inocente… «La opinión pública creía que Necker era un mago de la banca.Alguien que podía sacar conejos de los sombreros y dinero de la nada. Se le atribuía el tipo de poderes milagrosos que asociados con el electricista Franklin.Su abrumadora vulgaridad personal a lo sumo provocaba el halago de los que deseaban oponerle todavía más a los sibaríticos financiers», escribe Schama.
Después, el retrato de Necker progresa entre paradojas fascinantes. Era ginebrino y protestante y se le suponía una «sólida mente suiza», pero se dejaba envanecer por los elogios que recibía.O quizá fuese que empleaba el clima de opinión favorable para apuntalar sus transgresoras políticas de transparencia. Las mujeres de su familia eran fuertes y cultas y él vivía una especie de felicidad pastoral casi irreal. Sin embargo, también era un hombre hipercompetitivo que deseaba controlar áreas de poder cada vez más grandes, aunque por el camino causase agravios. Ésa fue su condena política. Presionado por la corte, Necker renunció el 19 de mayo de 1781. Su sustituto, Joly de Fleury, desanduvo muchas de sus medidas dirigidas a crear una administración más eficiente y meritocrática. Su retiro fue una melancolía. «¡Ah!Todo lo que podría haberse realizado en otras circunstancias. El corazón se siente oprimido al pensar en eso», escribió Necker.
Otro ejemplo: Elisabeth Vigée-Lebrun, la pintora y amiga de María Antonieta, fue una chica de clase media que se convirtió en el símbolo del sistema de los privilegios y los lujos. Fue otro personaje que en sus paradojas es capaz de explicar su tiempo en el relato de Schama.
Vigée-Lebrun era la hija de un retratista menor y de una peluquera. Estudió en escuelas de arte, se casó a los 19 años con un marchante (que era el casero de su madre) y se empeñó en el ascenso social. «Era inteligente, expresiva y sorprendentemente bella: una combinación muy eficaz en el París de la década de 1780», escribe Schama. «Consiguió diferenciarse de la masa de aburridos académicos promoviendo tanto en su vida social como en su arte el culto a la naturalidad».
Vigée-Lebrun aún es famosa por una maternidad dulcísima en la que ella sostiene a su hija sobre su regazo y sonríe como si el retrato fuese una instantánea doméstica llena de encanto. La sonrisa era una novedad histórica en 1780: la mejora en las prácticas de los dentistas había permitido que las bocas abiertas dejaran de ser pozos hediondos. Los ricos de esa época sonreían con naturalidad, igual que lloraban en público como una manera de acercarse a lo divino.
Francia adoraba a Vigée-Lebrun pero también la odiaba por su éxito y por la manera en que endulzaba la imagen del régimen. A los 23 años entró en la corte de María Antonieta y, retrato a retrato, modeló una imagen de la reina cada vez menos hierática y suntuosa, más desenfadada y expresiva.
María Antonieta hizo suyo ese viaje hacia la naturalidad. Construyó en el Petit Triannon una granja en la que idealizaba la vida de los pobres y obligaba a sus hijos a confraternizar con niños campesinos.
¿Era ingenuidad o cinismo? Si las lágrimas de Robespierre recuerdan a 2019, la embellecida naturalidad de María Antonieta y Vigée-Lebrun también hace pensar en las revistas de moda y de corazón de nuestro tiempo.Tras la Toma de la Bastilla, la artista escapó, primero a Italia y luego a Rusia. Se convirtió en una exiliada de oro, una exitosa empresaria de sí misma.Volvió a Francia invitada por Napoleón y consiguió la absolución la Historia.Sus obras cuelgan hoy en el Louvre y su nombre aparece como el de una mujer pionera en el arte.
Los personajes que cuentan la Revolución Francesa de Schama son así: contradictorios, humanos y reconocibles para los lectores de 2019. Si sus 1.019 páginas se quedan cortas, alguien podría buscar en Los últimos libertinos, de Benedetta Craveri (Siruela, 2018), un libro que emplea los casos de unos cuantos aristócratas del AntiguoRégimen para explicar la moralidad de su época, mucho más compleja de lo que pensamos. La otra lectura reciente que complementa a Ciudadanos es14 de julio, del premio Goncourt Éric Vuillard (Tusquets, 2019). Va una paradoja más: Ciudadanos es un libro de Historia que emplea las técnicas de la novela, 14 de julio tiene la apariencia de una novela pero se lee como un reportaje histórico que hace su énfasis en nombrar a los franceses anónimos que fueron a La Bastilla. Son el contrapunto de los Necker, Beaumarchais y Vigée- Lebrun que protagonizan Ciudadanos.