La narradora integra el Jurado de Honor 2019, junto con Jorge Volpi y Jorge Fernández Díaz. En esta entrevista recomienda tomarse el tiempo para lograr la historia que uno quiere contar. Una maestra de escritores, que dejó la Física para abrazar la ficción.
Liliana Heker acaba de terminar un libro de no ficción: La trastienda de la escritura. No son consejos, aclara. “No creo que uno pueda darlos. Tampoco creo que alguien le pueda enseñar a otro a escribir. Cada escritor aprende cómo funciona para él su propio oficio”, enfatiza esta escritora y maestra de escritores, que hace más de cuatro décadas coordina talleres literarios.
Pero luego concede, con cierta cautela: “Lo que un creador puede hacer por otro que quizás no tenga tanta experiencia es abrir la puerta a ciertas revelaciones. La creación no se parece ni a la crítica literaria ni al estudio de la literatura sino que cada texto propone nuevas posibilidades y nuevos problemas. No es posible preverlos en su totalidad pero la escritura como oficio está vinculada a algunos cuestiones recurrentes como el punto de vista, la voz narrativa, el lenguaje”.
Si Heker es cuidadosa para elegir las palabras que describan su próximo libro –que será editado por Alfaguara y aún no tiene fecha de publicación–, es porque esta gran escritora (reconocida en todo el mundo por sus textos y también, por su generosidad) elige estar en constante estado de pregunta. Es decir, la narrativa para ella no es una fórmula. Por eso, asegura, le gustan los textos que la sorprendan.
Lo que espera leer como Jurado de Honor de la 22ª edición del Premio Clarín Novela –lugar que comparte con el escritor mexicano Jorge Volpi y el autor y académico argentino Jorge Fernández Díaz– son historias singulares que no la devuelvan a la vida cotidiana del mismo modo en que entró en ellas.
–Ser jurado de un premio de estas características, ¿es novedoso para vos?
–Mi experiencia como jurado viene de hace muchos años, antes aún de empezar a dar talleres. Con Abelardo Castillo fundamos El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco, dos revistas literarias que juntas abarcaron desde los 60 hasta los 80. Ahí organizamos concursos de cuentos que tenían mucha difusión y premiados prestigiosos. Ya en el primero que intervine habían llegado unos 500 cuentos y ganaron Ricardo Piglia, inédito hasta entonces, Miguel Briante, Germán Rozenmacher y Octavio Getino. Así que leer textos encontrándoles las virtudes no es una actividad rara para mí. He sido jurado en Argentina, en premios como el Haroldo Conti o en el Fondo Nacional de las Artes pero también en Cuba, Colombia y México, por ejemplo.
–¿Qué elementos tienen las novelas que te gustan?
–Estoy abierta a lo que cada texto proponga. Uno no sabe si puede aparecer John Berger con una escritura totalmente clásica y una manera extraordinaria de abordar un tema o Joyce con su escritura magnífica y experimental. Es necesario saber reconocer lo excepcional. Me interesa no ser la misma cuando empiezo a leer un texto y cuando lo termino, que haya algo realmente movilizador ahí por el impacto estético o emocional o por todo junto. Pero uno no puede saber qué está buscando en una novela o en un libro de cuentos si todavía no lo leyó. Así que permanezco expectante.
–En 2018, Almudena Grandes manifestó su sorpresa como jurado porque pensaba que la novela ganadora, Tú eres para mí, había sido escrita por una mujer, aunque su autor resultó ser José Niemetz.
–Sí, esas sorpresas suceden. Si un escritor se presenta a estos concursos es porque confía en el libro que escribió. También es cierto que hay textos notables que no siempre ganan. Porque la literatura no es una ciencia exacta. Lo ideal es que ganen creadores excelentes que así empiezan a ser conocidos, como Pedro Mairal, Claudia Piñeiro y podemos dar varios ejemplos más de otros ganadores del Premio Clarín.
Además de todos los cuentos que has escrito, sos autora de dos novelas: Zona de clivaje, que se publicó por primera vez en 1987 y que obtuvo el Primer Premio municipal, y El fin de la historia, de 1996. ¿Cómo fueron esas experiencias de escritura?
–Los dos libros han tenido varias reediciones. El fin de la historia volverá a salir en breve y Zona de clivaje se publicó una vez más el año pasado. Si hay algo que me gusta de esa novela es que me sigue leyendo gente muy joven. Originalmente iba a ser un cuento: la primera idea surgió cuando tenía veinte años pero solo pude resolverla mucho tiempo después. Me propuse escribir sobre el conflicto de una mujer entre su mente y su cuerpo. Ahora no sorprende demasiado esa idea pero me formé en un mundo donde la literatura era un universo de hombres. Yo tenía 17 años cuando empecé a trabajar en las revistas con Abelardo. Y para que te des una idea, a comienzos de los setenta salió en la revista Crisis una sección dedicada a jóvenes escritores: eran doce varones y yo. Esto marca cómo era ese mundo en aquel momento. Muchos de ellos tenían desdén por el cuerpo en favor del alma y, por el contrario, yo nunca sentí que el cuerpo fuera desdeñable.
Liliana Heker en su casa de San Telmo. / Leandro Monachesi
–¿En qué sentido te interesaba el cuerpo?
–Hay una anécdota autobiográfica que usé para la novela. Irene Lauson, la protagonista, se mira al espejo cuando tiene once años y piensa que no tiene cara de nada, que esa cara no la representa. Eso me pasaba había pasado. Tengo la sensación de que me fui haciendo: empecé a existir a través de lo que deseaba de la vida y eso moldeó mi aspecto. No me refiero a lo estético en términos superficiales sino a que mi cuerpo transmitía una forma de existir vinculada a lo que quería. Era una época compleja pero también fascinante. Había dejado la carrera de Física, me había abierto a la literatura, andaba de acá para allá por las mías. La novela también plantea temas como la libertad, la soledad o la maternidad como elección. No eran asuntos muy expuestos en la literatura de entonces y a mí me importaban mucho.
–Dijiste que Zona de clivaje iba a ser un cuento. ¿Cómo fue el proceso para convertirlo en novela?
–Fue necesario acumular conocimiento. Antes, publiqué libros de cuentos como Los que vieron la zarza, que en 1966 ganó el Premio Casa de las Américas, Acuario y Las peras del mal. La literatura no es para apurados. No importa cuánto tiempo le lleve a una persona escribir un libro; lo importante es que termine siendo lo que uno busca. Y defendí esa novela, aun cuando me dijeron que el título no era adecuado. Inicialmente la iba a publicar Emecé pero observaron que la palabra “clivaje” no estaba en el diccionario de la RAE e insistieron para que cambiara el título. Yo estaba segura de que ése era el nombre que quería así que la terminé publicando en otra editorial, Legasa.
–¿Cuál es la importancia de un buen título?
–Es parte de la estructura de una novela, ayuda a sostenerla. En los cuentos me aparece enseguida, antes de sentarme a escribir, pero en las novelas, no está tan claro desde el principio. La zona de clivaje, lo aprendí mientras estudié Física, es aquella donde la unión de los átomos se muestra débil y por lo tanto, el cristal se vulnera y se quiebra. Me pareció una idea fascinante. Si la novela funcionaba, la palabra “clivaje” iba a funcionar. En general, acepto las propuestas editoriales pero si no estoy de acuerdo, no. Al fin, la novela fue premiada y reeditada en sucesivas oportunidades. Digamos, le fue bien.
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