Si vas a emprender el retorno a Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos…
Kavafis
Hace pocos días me enteré de que un grupo de tuiteros estaba iniciando la lectura de la Odisea. Un grupo con lectores de todas partes del mundo, o al menos de Hispanoamérica, se ponen de acuerdo para leer cada tanto uno de los cantos y después se juntan en el ciberespacio para comentarlos. El proyecto se conoce, me enteré, con la etiqueta #Homero2019. El viejo poeta, en sus sueños más alucinados, no hubiera podido imaginarlo.
Pero ¿qué hace que, después de 2.800 años, cientos o miles de lectores se junten para leer y comentar uno de los poemas más antiguos de la humanidad? Como saben los estudiosos, lo que hoy conocemos como poesía épica es antiquísimo, más antiguo aún que el mismo pueblo y que la misma lengua griega. Forma parte de las sagas heroicas de los pueblos indoeuropeos, que migraron hacia el año 4.500 a.C. desde las heladas estepas de lo que hoy es Rusia central, buscando el sol y los climas más benignos de la India y el Mediterráneo. Los arqueólogos y los lingüistas saben que estos pueblos ya conocían el hierro, la rueda y la ganadería, aunque eran nómadas. Poseían también un sistema patriarcal y un rígido código ético basado en la guerra y la conquista.
Estos pueblos entraron en contacto, y no precisamente de forma pacífica, con los pueblos prehelénicos que habitaban las islas del Egeo y lo que hoy es la Grecia continental entre los años 2.000 y 1.500 a.C. De la unión y mestizaje de estos conquistadores venidos del norte con los indígenas que ya habitaban la región nació una lengua y una cultura que con el tiempo fue conocida como “helénica”, y que después los romanos llamaron “griega”. En efecto, la antigua Grecia (por qué tendría que ser la excepción) nació de un largo proceso de mestizaje. La Ilíada y la Odisea son la expresión poética griega de las sagas guerreras y de aventuras que esos pueblos milenarios fueron conservando y transmitiendo de generación en generación durante centurias.
Homero, Aquiles y Odiseo
En el siglo VIII a.C. el mundo griego estaba compuesto por pequeños reinos gobernados por caudillos guerreros que se aliaban o enfrentaban entre sí de manera feudal. Era costumbre que las cortes de estos reinos fueran visitadas por aedos o rapsodas, trovadores ambulantes que iban cantando de ciudad en ciudad las viejas sagas guerreras. Al parecer, el más grande de estos aedos fue Homero, un personaje cuya biografía se pierde en la leyenda. Siete ciudades se disputan haber sido su cuna. Nosotros solo sabemos que era ciego, pues su nombre en griego significa, precisamente, “el que no ve”.
A este poeta ciego se le atribuye el haber compuesto los dos poemas más perfectos de los que recogen las antiguas sagas, la Ilíada y la Odisea, es decir, la “canción de Ilión” (el viejo nombre de Troya) y “las aventuras de Odiseo”. Son los únicos poemas épicos que se han conservado íntegros hasta nosotros, aunque había muchos más. Son también los dos poemas con los que se inicia la literatura griega, y por ende también nuestra literatura. Sin embargo, se trata de dos poemas tan diferentes, que a lo largo de los siglos no faltó quien llegara a pensar que sus autores eran personas distintas. La Ilíada canta la guerra que libró una coalición de reyes griegos a fin de rescatar a la mujer más hermosa del mundo, Helena, que se había ido a Troya seducida por uno de sus príncipes, Paris, dejando en Esparta a su legítimo esposo, Menelao (en realidad la guerra de Troya ocurrió, efectivamente, hacia el año 1.200 a.C. por razones estratégicas y comerciales). La Odisea en cambio narra las aventuras y obstáculos que debió superar uno de esos caudillos, Odiseo, rey de una pequeña isla, Ítaca, para volver a casa una vez terminada la guerra.
Sin duda se trata de dos poemas muy diferentes, el uno guerrero y el otro de aventuras. Sus héroes tienen también naturalezas muy diferentes. Aquiles, el principal héroe de la Ilíada, es el guerrero por excelencia. Cruel y sanguinario, de una fuerza superior pues es un semidios (hijo de diosa y mortal), uno de sus epítetos es, nada menos, “corazón de león” (thymoleónta). Lo único que le importa es su gloria, aunque sepa que debe morir joven en combate para conseguirla. Odiseo, en cambio, aunque tampoco falto de fuerza y valentía, descuella por su inteligencia y su ingeniosidad. “Ingenioso” (polytropon) es precisamente uno de sus epítetos. El otro es “astuto”, “rico en ardides” (polymêtis). En algún lugar también se le llama “de gran corazón” (megalêtôr) y “paciente de ánimo” (talasíphronos). En el primer verso de la Ilíada el poeta pide a la Musa que cante “la cólera (mênis) de Aquiles, el hijo de Peleo”. En cambio, al comienzo de la Odisea se nos presenta a nuestro héroe sentado frente al mar llorando de nostalgia (una hermosa palabra griega, el “dolor por el regreso”), deseando volver a casa para encontrarse con su esposa, la reina Penélope, y con su hijo, el joven príncipe Telémaco. Es todo lo que desea: volver a su tierra, volver a su reino. Para eso será capaz de vencer todos los obstáculos que se le opongan.
Modernidad de la Odisea
Sin duda, de ambos poemas, la Odisea se acerca más a la sensibilidad y la forma de pensar del hombre moderno. Los móviles dramáticos que mueven a Odiseo están sin duda más cerca de los sentimientos del hombre común de nuestro tiempo. Sin embargo, no es solo eso lo que hace que la Odisea sea un clásico sorprendentemente contemporáneo. Los resortes de la peripecia, la intriga y el suspenso que mueven la aventura se encuentran demasiado cerca de los recursos de la imaginación y la fantasía de nuestros relatos modernos: monstruos, fantasmas, hechiceras, historias de amor y celos, la Odisea contiene todos los ingredientes del moderno relato de aventuras. Lo mismo diremos de su técnica narrativa, de asombrosa modernidad. Por ello no existe prácticamente ningún relato de aventuras en la literatura occidental (y por tanto en el teatro y el cine) que de alguna manera no esté emparentado con la Odisea, que haya sucumbido a su inevitable influencia, que no esté inspirado, al menos indirectamente, en el poema.
Homero nos presenta a Odiseo muerto de tristeza por no poder volver a casa. Hace tiempo se encuentra prisionero en la isla de la ninfa Calipso, quien lo retiene pues se ha enamorado de él. Entonces los dioses, especialmente Atenea, se apiadan del héroe y ordenan a Calipso que le deje marchar. Calipso acepta a regañadientes, pero Odiseo, a quien detesta Poseidón, el dios del mar, naufraga en medio de una tormenta y termina medio muerto en una playa de la isla de los Feacios (Canto v). Rescatado por Nausícaa, la hija del rey, ésta lo lleva al palacio de su padre Alcínoo. Esa noche ofrecerán un banquete de bienvenida al forastero. Durante el banquete, el aedo Demódoco canta las hazañas de la guerra de Troya y, al cantar el episodio del caballo, Odiseo no puede contener las lágrimas (Canto viii). Entonces el rey Alcínoo pregunta al forastero por su verdadera identidad y nuestro héroe comienza a contar sus aventuras (Cantos ix al xiii).
Esa noche Odiseo relató hasta el amanecer sus increíbles aventuras a Alcínoo y a los asombrados feacios. Cómo llegó al país de los lotófagos, los comedores de una flor dulcísima cuyo exquisito sabor hacia olvidar el deseo de regresar a casa. Cómo llegó al país de los cíclopes, los terribles gigantes semisalvajes, y cómo se enfrentó a Polifemo, que retenía en su caverna y estaba devorando a sus compañeros. Cómo se enfrentó a los lestrigones; a los monstruos marinos Caribdis y Escila; cómo evitó el hechizo del mágico canto de las Sirenas; cómo sus compañeros fueron convertidos en cerdos por la hechicera Circe y lo que tuvo que hacer para revertir el hechizo. Cómo, en fin, bajó al mismo infierno para preguntar al fantasma del adivino Tiresias la mejor forma de volver a casa. Allí Odiseo pudo ver y conversar con su madre muerta: “tres veces traté de abrazarla. Tres veces su sombra huyó de entre mis brazos”.
Odiseo entre nosotros
A la mañana siguiente, Alcínoo y los generosos feacios dispusieron remeros y una veloz nave para que Odiseo pudiera proseguir su retorno a casa. Todavía quedaban muchas aventuras y muchos obstáculos para que nuestro héroe por fin pudiera abrazar a su mujer y a su hijo, y recuperar su reino y su palacio. Sin embargo, las huellas de la increíble historia que esa noche contó Odiseo a los boquiabiertos feacios quedaron para siempre en la tradición literaria de Occidente. James Joyce puso a su Ulises (1922) a deambular por las calles de la brumosa Dublín y Ernesto Sábato hace descender a Fernando Vidal, el protagonista de Sobre héroes y tumbas (1961), a las profundidades de Buenos Aires para descubrir su propio infierno. Borges, a su vez, dedicó a Odiseo algunos de sus poemas más logrados, convirtiendo a nuestro héroe en un ícono de la modernidad. Constantinos Kavafis, quizás el poeta que mejor interpreta el espíritu odiséico, nos habla en su poema Ítaca del viaje de Odiseo como metáfora de la vida misma, la vida de todos los hombres. Entre los nuestros, José Antonio Ramos Sucre y Eugenio Montejo dedicaron al héroe exquisitos textos, y en la novela Cubagua (1931), Enrique Bernardo Núñez también hace descender a su protagonista, el doctor Ramón Leiziaga, a las entrañas de la isla para conocer sus orígenes.
En 1976 Fernando Savater, en su libro La infancia recuperada, reivindicaba los poderes de la literatura por sí misma, el mero gusto por los relatos de aventuras, el ingenuo, necesario y profundamente humano placer de la imaginación, la fantasía y lo maravilloso, la vuelta al gesto puro de narrar. Ello en un tiempo en que en el mercado mandaban la llamada literatura “comprometida” y la narrativa “experimental” tipo Rayuela, los viejos tiempos del Boom. Años después, en un hermoso ensayo titulado “El viaje de Odiseo”, Mario Vargas Llosa se pregunta:
¿Vivió Odiseo las historias maravillosas que refiere a los deslumbrados feacios en la corte del rey Alcínoo? No hay manera de saberlo. Pudiera ser que sí y que su excelente memoria y su habilidad narradora enriquecieran sus credenciales de hombre de acción. Pero podría ser también que fuera un genial embaucador, el primero de esa estirpe de fabricantes de mentiras literarias, tan seductoras que los lectores las vuelven a veces verdades, creyendo en ellas: los fabuladores (…) Si Odiseo, antes que un héroe en la vida lo fuera de la imaginación ¿se empobrecería? En absoluto: simplemente la que cuenta sería otra historia de aquella en la que hacía de protagonista y transcriptor; en ésta, el rey de Ítaca sería el ilusionista, el inventor.
Un invento y una ilusión que todavía hoy congrega a cientos de tuiteros para leer y compartir en el ciberespacio las aventuras del ingenioso y astuto rey de Ítaca.
Autor: Mario Navas Contreras
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