Somos
lo que nos contamos, pero necesitamos muchos relatos para sentirnos
satisfechos y la misma historia se puede contar desde diversas
perspectivas».Ana García Herráez
es segoviana, aunque valenciana de adopción. Estudió Filología Inglesa
en la Universidad Complutense de Madrid y, una vez en Valencia, adonde
llegó hace ya casi dos décadas, trabajó como profesora de literatura
inglesa y traducción de textos literarios en la Universidad de Valencia.
Ha realizado traducciones y subtitulaciones para la Filmoteca Valenciana
y colaborado con la Fundación Shakespeare en la traducción de la obra
Ricardo II. En la actualidad compagina la escritura con la enseñanza de
lengua inglesa en la Escuela Oficial de Idiomas de Valencia.
Tiene en su haber tres novelas, dos de las cuales están todavía inéditas («Muerte, tú morirás» y «El anillo de Ariella»). Bruno Montano de Trabalibros ha tenido el placer de entrevistarle por «El Sendero de la Palabra«, que ha sido publicada por la editorial Apache Libros tras ganar el Premio Tagus de Novela organizado por la Casa del Libro en 2017.
– Bruno Montano (B.M.): Somos una especie narrativa, en algún momento de nuestro pasado evolutivo contarse cosas tuvo un éxito colosal y mejoró nuestra posibilidad de supervivencia. Esos relatos primordiales nos permitieron contar la realidad haciéndola comprensible. Esa realidad relatada no era una representación exacta de la misma, sino una interpretación cuya finalidad era dar sentido a lo que ocurría o nos ocurría, de forma verosímil, razonable y eficaz. Y esto nos lleva a la pregunta de si puede haber “sentido” más allá de lo que nos contamos. Jerome Bruner dice que los relatos proporcionan a las culturas el modelo de identidad y de conducta que deben seguir sus miembros. ¿Somos lo que nos contamos?
– Ana García Herráez (A.G.H.): Todos necesitamos una explicación para nuestra existencia, para los hechos que acontecen y seguro que cada uno tenemos nuestra propia interpretación. Por eso es fundamental ser capaz de explicar con palabras la realidad, para comprenderla mejor, pero al mismo tiempo, no existe una sola historia sobre los mismos hechos… de ahí que la literatura sea una serie infinita de versiones de la realidad. Las unicidades, el pensamiento único, no suelen promover la libertad de opinión, al contrario que la multiplicidad de puntos de vista. Así que sí, somos lo que nos contamos, pero necesitamos muchos relatos para sentirnos satisfechos y la misma historia se puede contar desde diversas perspectivas.
– B.M.: La música es otra manera de contar, otro lenguaje. Está muy presente en tu novela (varios personajes son excelentes músicos) y además nos consta que tu primer contacto con la cultura irlandesa fue a través de su maravillosa música. ¿Somos también lo que nos cantamos?
– A.G.H.: La música posee magia, es un lenguaje universal que conecta razas, géneros, hasta especies, diría yo… Las emociones que suscita en los humanos se deben a que cada uno la sentimos como si nos estuvieran contando una historia, curiosamente, una distinta para cada uno… otra vez la multiplicidad de interpretaciones. En mi obra la música es fundamental, de hecho está tratada como un personaje más, tiene el poder de conectar almas, de obrar prodigios, de emocionar a la raza humana por igual, aunque como he dicho, cada uno la sienta a su manera.
– B.M.: Además de la música, el otro pilar fundamental del mundo gaélico es la palabra y sus portadores. Connell, el protagonista principal de “El sendero de la palabra”,
es un “seanchai”, una especie de bardo celta, una mezcla de poeta,
historiador y cronista capaz de memorizar y reproducir oralmente,
palabra por palabra, la historia, el folklore y la literatura ancestral.
¿Tu libro, en el fondo, es una vindicación de este tipo de figura,
básica en toda sociedad?
– A.G.H.: En parte sí lo es, pero como
“mero” transmisor de historias cuya función es mantener vivas las
culturas y, sobre todo, la memoria colectiva de los pueblos y la
individual. Y lo hace para que no olvidemos. Lo que de verdad es
esencial en mi obra es la palabra, en virtud de su poder como elemento
evocador, como herramienta para construir y destruir… Pero también como
instrumento para darle sentido a la vida, mantener vivo el pasado y
crear el futuro. Por eso en mi novela tenemos un seanchai, que se ocupa
de mantener vivo el pasado, y vates, que miran hacia el porvenir y lo
interpretan.
– B.M.: En tu libro narras la historia de un narrador. ¿Este juego
metaliterario te ha permitido explorar las posibilidades de este arte y
pensarlo de una forma activa?
– A.G.H.: Claro, porque ese narrador
está contando relatos que yo pongo en su boca… somos dos narradores y,
debido a cómo he perfilado ese personaje, se trata de alguien con unas
dotes excepcionales, mágicas para contar historias. Eso me ha permitido
meterme entre esos dos tejidos narrativos, el suyo y el mío, para
escucharlo como lo hace su audiencia y leerme como lo hacen mis
lectores. Es un juego metaliterario que me encanta y que seguro volveré a
explorar, porque creo que es muy enriquecedor desde el punto de vista
de la técnica narrativa. Hay mucho que aprender en ese terreno.
– B.M.: William Butler Yeats, el Nobel irlandés de 1923 y gran conocedor de la tradición y folklore de Irlanda, en un poema titulado “La torre” dijo:
“Elijo a los hombres honrados
Que remontan las corrientes
Hasta la misma fuente, y al alba
Echan su anzuelo al lado
De la piedra que mana […]”Connell es un profesor de literatura que vive en el
siglo XXI en España. Después de una pérdida familiar muy importante,
decide trasladarse a Irlanda, tierra de sus ancestros, en busca del
origen (la fuente) de las historias que pueblan su mente. Desde allí y
“atravesando océanos de espacio y tiempo” llega al siglo XII irlandés.
Este salto espaciotemporal es el que dota a la novela de un componente
fantástico. ¿Qué crees que aporta este giro narrativo hacia la fantasía
pura?
– A.G.H.: Ese giro es un recurso que
me permite llevar la trama a dos lugares/tiempos si no simultáneos, sí
coexistentes. Me ofrece la posibilidad de acercar pasado y presente para
que los huecos que la vida ha dejado en la memoria se rellenen y la
existencia cobre sentido de nuevo. El uso de la fantasía es una excusa
también para hablar de cosas que nos preocupan a todos, ya sea a quienes
vivimos en este siglo XXI, como a quienes vivieron en el XII, en Irlanda,
en España o en cualquier lugar del mundo; a todos nos afectan y
emocionan las mismas cosas. Esos elementos universales (el amor, la
pérdida, la nostalgia, el miedo a la muerte, etc.) nos unen y nos
permiten vernos reflejados en los otros. Porque al final somos todos
bastante similares. Provenimos de la misma fuente y estamos en el mismo
barco, lo cual debería ayudarnos a convivir, a tirar en la misma
dirección, que es una idea que también está muy presente en mi obra.
– B.M.: Tu novela está poblada de druidas, conjuros, magia, los cuales
nos remiten a un mundo que ya no existe, pero que el hombre actual, pese
a su equipamiento tecnológico y su mente hiperracional, sigue
necesitando. ¿Qué hemos perdido en el gran proceso de desencantamiento
del mundo contemporáneo?
– A.G.H.: Pues me temo que hemos perdido parte de esa magia que
necesitan los niños (y muchos adultos, entre los que me cuento) para
aceptar las dosis de insoportable realidad que nos metemos cada día. No
hay más que ver las noticias para acabar desencantado y hundido. Además,
con tantas explicaciones racionales nos hemos deshecho de la
posibilidad de lo inexplicable, de lo que requiere de un acto de fe para
ser aceptado. No hablo de religiones; me refiero a la libertad que nos
brinda el ser capaces de seguir soñando que todo es posible, que no
hemos llegado a explicar con nuestras teorías ni la décima parte de lo
que significamos. Que no todo está fijado y escrito y que podemos
cambiar lo que no nos guste e incluso recomponer mucho de lo que hemos
destrozado. Desencantados sí, vencidos nunca. Si seguimos soñando,
explorando las infinitas opciones que aún no podemos ver, pero que seres
humanos inteligentes, creativos y de mentes abiertas van descubriendo
cada día, seremos capaces de evolucionar y recuperar la ilusión.
– B.M.: Connell, desde el silencio (Parte I), se adentra en el sendero de la memoria
(Parte II) hasta recuperar su voz (Parte III) y dotarla así de alas
(Parte IV). ¿La historia de Connell, la búsqueda de la voz propia, no
sería la metáfora de la lucha de cualquier escritor o incluso de
cualquier hombre?
– A.G.H.: Por supuesto, es la lucha y
la búsqueda en la que todos nos embarcamos a lo largo de nuestra vida.
El arquetipo del viaje del héroe, aunque no haga falta serlo para
iniciar un viaje de descubrimiento, es el esqueleto de mi novela. Esa
lucha por encontrar nuestro camino, por conseguir nuestros objetivos (en
el caso de los escritores, lograr que alguien nos dé una oportunidad
para que lean nuestras obras, claro) y por comprender lo que somos y qué
significado tiene este fascinante viaje que es la vida.
– B.M.: El amor en sus diferentes modalidades (romántico, filial,
fraternal), la pérdida, el dolor, los sueños, la memoria, la lucha entre
el bien y el mal (personalizado en Charles Willoughby / “Beoceorl”).
Todos los universales literarios quedan reflejados en tu novela.
– A.G.H.: Eso es, algunos ya los he
mencionado yo. Es inevitable recurrir a los universales, porque nutren
nuestra experiencia y nos guían a la hora de interpretar el mundo. Lo
que ha ocurrido antes, lo que otros han vivido, es un espejo en el que
vernos reflejados. Como raza compartimos rasgos que nos cohesionan, que
nos ayudan a no sentirnos solos. Y eso es de agradecer. Por eso creo que
esta historia, aun perteneciendo al género fantástico, puede gustarle a
muchos tipos de lectores, porque van a encontrar elementos que
comprenderán a la perfección y con los que pueden identificarse. De lo
que les estoy hablando, en realidad, es de las cosas importantes y
cotidianas de la vida, no de que podamos viajar en el tiempo.
– B.M.: La presencia imponente del paisaje irlandés hace de éste un protagonista muy especial. Los acantilados de Moher, las tormentas, la orografía de la isla, no son un adorno, tienen mucho que aportar al sentido de la narración, ¿no es así?
– A.G.H.: Desde luego que sí. El
paisaje es un personaje más y, como tal, afecta a las vidas de los demás
protagonistas. Lo que me interesaba era que fuera un canalizador de
emociones, que permitiera identificar estados anímicos y servir de
escenario para todo lo terrible y todo lo hermoso de la existencia. Un
poco como se hacía en el período del Romanticismo, en el que los
artistas (pienso sobre todo en pintura) reflejaban estados emocionales
mediante la naturaleza y las manifestaciones climatológicas. Y también
quería describir el efecto que tuvo en mí aquella zona de los
acantilados de Moher cuando los visité por primera vez. Quedé hechizada.
En aquel lugar, de una naturaleza hermosa y brutal, es posible creer en
la magia.
– B.M.: Algunos visionarios pronostican que la civilización de la
palabra está en un proceso de declive y que en breve será reducida a la
mínima expresión o sustituida por una civilización de la imagen, en la
que el uso literario de la palabra carecerá de interés. ¿Qué piensas al
respecto?
– A.G.H.: Supongo que para determinados sectores, como el de la publicidad o los negocios, puede resultar muy ventajoso utilizar más imágenes que palabras. Sin embargo, creo que el ser humano necesita de estas para expresarse y para interpretar el mundo. Estamos hechos de palabras, con ellas nos definimos a nosotros mismos y a los demás. Nuestro cerebro crea estructuras lingüísticas que pueden, quizá, hallar un equivalente en forma de imagen, aunque creo que esta nunca comunicará de una manera tan precisa, tan rica, lo que una palabra puede transmitir. Y no digamos ya un texto literario, con su variedad de matices e interpretaciones.
Para mí es muy recurrente y querida la escena de un grupo de personas en la que alguien, o tal vez todos por turnos, ejerce la función de narrador. Ese ya es un uso literario, aunque se realice de forma oral, y es innegable su valor para una raza que utiliza la literatura como entretenimiento, pero también como enseñanza. Por eso nos contamos historias del pasado, gracias a la memoria, e imaginamos hechos futuros por medio de la imaginación. Es algo tan intrínseco a la especie humana que incluso si se produjera un apagón tecnológico, si todas las invenciones del mundo moderno desapareciesen, las narraciones seguirían existiendo… Mientras tengamos la facultad de pensar y de hablar usaremos las palabras, que definen y describen nuestra vida. Y quiero creer que siempre será así o, de otro modo, no creo que me interese un futuro sin palabras.
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