En su nueva novela ‘La jaula de oro’, la best seller cuestiona el imaginario en Occidente de Suecia.
Célebre por su saga de crímenes de Fiällbacka, la exitosa escritora escandinava Camilla Läckberg regresa a la palestra con La jaula de oro, una extensa novela en la que toma distancia respecto del género negro por el que se le conoce, y se aviene más con la trama de suspenso e intriga.
La obra está narrada a dos voces y en dos tiempos. Por un lado, Faye, la protagonista, narra su pasado inmediato, mientras una voz externa narra su presente. La narración progresa conforme las dos voces se van alternando para dar cuenta de la vida de una mujer que carga con el lastre de recuerdos terroríficos y es, efectivamente, una prisionera en “una jaula de oro”.
La mujer había decidido romper con la vida que llevaba en Fiällbacka, trasladándose a Estocolmo, y pasando de ser la desgraciada Matilda a ser Faye, la liberada e independiente aspirante a economista que al conocer a quien postuló como el hombre de sus sueños, lo que hizo fue terminar de sellar su destino.
Faye,
al casarse con el triunfador Jack Adelheim, dueño del holding Compare,
se convirtió en la típica esposa que lo tiene todo, “Millones en el
banco, estatus, un marido que le garantizaba un puesto en el escalafón
social”, todo, menos siquiera un atisbo de felicidad. Después de que
ella lo había ayudado a medrar, el famosísimo empresario se convirtió en
un verdadero canalla; un maltratador psicológico, para quien la esposa era solo una muñeca de exhibición, un atributo social.
Es en este contexto en el que surge uno de los aspectos que le dan valor a la novela, la mordacidad con la que Läckberg retrata a la clase alta de Estocolmo, en especial a sus mujeres:
“Alice había encargado la comida, y el buffet libanés estaba servido en
la descomunal mesa del comedor. Faye miraba a Alice de reojo. Llevaba
un vestido rojo muy ceñido, abierto por los costados, de modo que todos
podían ver cómo sobresalían las costillas, que parecían un
estacionamiento de bicis. No prestó atención al buffet y se dedicó a
mordisquear una hoja de lechuga. Seguramente, pronto se limitaría a
chupar las dichosas hojas y poco más”.
Y digo uno de los
aspectos, porque otro, no menos importante, es que la escritora,
siguiendo la estela de otros escritores suecos como Mankell y Larsson,
desbarata el equivocado imaginario que por estos lados tenemos sobre
Suecia (y los otros países escandinavos):
“A la altura de la
boutique Tiger pensó, como siempre, en la ministra de Asuntos
Exteriores, Anna Lindh, y en cómo su asesino escapó cruzando los
pasillos de la tienda. Uno de esos momentos surrealistas en los que el
lujo se mezcla con la tragedia. El mundo se detuvo por un instante.
Observó Suecia con asombro. Aquel país al que gran parte del mundo
consideraba una sociedad de ensueño, sin problemas, sin delincuencia,
poblado exclusivamente por rubias altas de pechos generosos en bikini,
amueblado por Ikea y ambientado con el hilo musical de Abba. Una imagen
tan falsa como su propia vida. Una imagen tan irreal como la visión de
Anna Lindh acuchillada al lado de los trajes grises y las camisas
inarrugables de Tiger.”
La escritora, siguiendo la estela de otros escritores suecos como Mankell y Larsson, desbarata el equivocado imaginario que por estos lados tenemos sobre Suecia (y los otros países escandinavos).
La amplia propuesta literaria de Läckberg en esta novela incluye la manera de jugar con la expectativa del lector, pues al comienzo nos presenta un crimen del que no sabremos sino hasta el final.
Mientras tanto, vuelca la atención en lo social, lo íntimo (narrando o describiendo con total desenfado escenas amorosas), lo psicológico, y en cómo hay de azar en la vida en pareja, mostrando que, por mucha atracción que haya de por medio, nadie sabe en realidad con quién se mete; que es fácil terminar siendo una prisionera en “una jaula de oro”.
Autor: Jorge Iván Parra