La conjura de los necios

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John Kennedy Toole no tuvo mucha suerte a pesar de merecerla. Su obra titulada La conjura de los necios, publicada póstumamente, ganó el Pulitzer en 1981, y es la mejor tragicomedia que he leído hasta la fecha.

La Conjura De Los Necios es una disparatada, ácida e inteligentísima novela. Pero no sólo eso, también es tremendamente divertida y amarga a la vez. La carcajada escapa por sí sola ante las situaciones desproporcionadas de esta gran tragicomedia. Ignatius J. Reilly es, probablemente, uno de los mejores personajes jamás creados y al que muchos no dudan en comparar con el Quijote. Más aún, es el antiprotagonista perfecto para una novela repleta de excelentes personajes, situados en la portuaria ciudad de Nueva Orleans, magistral Ignatius. Él es un incomprendido, una persona de treinta y pocos años que vive en la casa de su madre y que lucha por lograr un mundo mejor desde el interior de su habitación. Pero cruelmente se verá arrastrado a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, obligado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía ebria.

Tras leer esta magnífica obra, lo primero que me pregunto es: ¿Por qué no hay todavía una adaptación cinematográfica? En mi opinión, la historia tiene infinitas posibilidades. Tras indagar en dicho porqué, descubro que se ha intentado sin éxito, como si se tratara de una obra tan insólita como maldita, encontrándome con titulares de este tipo: Tres actores elegidos por Harold Ramis para interpretar al protagonista fallecieron poco tiempo después, dos de ellos por sobredosis. Un nuevo intento de llevar la novela a la gran pantalla fue fulminado por el desastre del Katrina.

El autor se suicidó poco tiempo después de intentar divulgar su obra. Más tarde, gracias a la insistencia de su madre viuda, la novela se publicó y ganó el Pulitzer. John murió sin saber que su obra pasaría a la historia. Es, sin duda, una de las mejores novelas del s. XX, con un diseño de personajes digno de análisis y estudio, y presume de una estructura férrea que se sostiene mediante el género de la comedia más sotisficada.

No recuerdo haber reído tanto al leer una novela. Quizá porque comparto esa visión sórdida que tiene el protagonista frente a lo que le rodea, siendo él capaz de plasmarlo sin servirse del drama expositivo que define a este tipo de existencias. Para Ignatius, casi todos son subhumanos, esclavos de un sistema que no tiene sentido alguno. Él es un simple inadaptado, y como en el fondo sabe que no puede hacer nada al respecto, intenta cambiar el mundo desde su nauseabundo dormitorio, escribiendo para nadie, de un trabajo precario a otro, aguantando la estupidez de su ebria madre. Y como todo humano, es contradictorio.

Como decía, todos y cada uno de los personajes que forman parte de esta novela guardan su atractivo, una coherencia digna de mención. Enjaulados en un estado como Nueva Orleans, nadan en su pecera combatiendo aparentes desgracias, conectando sus tentáculos con los más próximos y, en definitiva,  extendiendo su fragilidad en un núcleo limitado por imaginativas fronteras.

Ignatius, con treinta años de vivencias a sus espaldas y habiendo permanecido ocho años en la universidad, no encaja en ningún sitio. Siendo consciente de su inadaptación y de los motivos que le llevan a permanecer aislado, creyéndose por ello superior a todos, comete un error tras otro, y no está dispuesto a dejar de equivocarse.

Esta novela forma parte de la serie especial que ha publicado Anagrama en su cincuenta aniversario, una editorial que por lo visto tiene criterio. Espero que las productoras no tarden mucho más en tenerlo.

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