Thierry Laget: “Proust escribía así porque era asmático”

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Cuando Proust ganó el Goncourt por A la sombra de las muchachas en flor, le cayeron por todos lados. Protestaron excombatientes, pacifistas, reaccionarios, revolucionarios que se sentían insultados. Un verdadero escándalo. Todo lo que rodea a aquel diez de diciembre de 1919 en que se le concedió el galardón a Marcel Proust (París, 1871-1922) y su polémica posterior lo ha recupera Thierry Laget en Proust, Premio Goncourt (Ediciones del Subsuelo).

Desconfianza periodística

“Citaba a los periodistas a media noche, en su casa, él acostado y, delante, una cena recién traída del Ritz”

Durante semanas, la prensa ataca a Marcel Proust y se mofa de él. Es demasiado viejo (48 años), demasiado rico (los 5.000 francos le serían más útiles a un escritor necesitado), demasiado mundano (aunque vive recluido en su cama, sólo bebe leche y no soporta ni la estufa ni las flores), demasiado hablador (¡una novela de más de 400 páginas!), demasiado loco. Creció sobreprotegido por su padre, médico, y su madre, judía cultivada. Total: hipocondríaco y melifluo.

Explorar Los límites

“Hizo experimentos de muerte inminente tomando ciertos fármacos y opiáceos”

Dorgelès, su rival literario, se ríe abiertamente del estilo proustiano. Escribe “Te dormirías leyendo el libro de Proust. Es tan temible como la ‘encefalitis letárgica’”. Con ironía aborda Thierry Laget (Clermont-Ferrand, 1959) cómo se gestó la concesión del Premio Goncourt y cuál fue la reacción de sus coetáneos ante la publicación de una de las obras literarias más importantes del siglo XX.

A Proust le odiaron mucho por recibir ese premio. Le recriminaron que ganara un libro sobre chicas en la playa mientras su rival escribía sobre la guerra y el honor patriótico.

Y eso que él había hecho la mili, hay fotos en Orleans, con su capa. No le llamaron a filas por enfermo, ¡no hubiera sobrevivido ni al primer día en trinchera! Pero era patriota y siempre se batía en duelo.

Una vez porque se metieron con su homosexualidad

Sí, esa fue la razón. También retaba mucho a los periodistas, les tenía bastante manía.

Cuando ganó el Goncourt no quiso hablar con ellos.

Le dijo a Celeste, su asistenta, que no les dejara entrar (“no recibo a periodistas: hablan mal de mí”) pero fue listo. Habló sólo con el del periódico más leído.

El libro dibuja ese Proust enfermo y perezoso al llaman “el ermitaño parisino”. ¿Tantas manías acumulaba?

Bastantes, bastantes. Bebía mucha leche y cerveza fría. Parece que se alimentaba casi exclusivamente de croissants y café, de vez en cuando, un lenguado o una pechuga de pollo.

¿Es cierto que sólo salía tres veces al mes de su casa?

No salía casi. Y cuando hablaba con algún periodista lo citaba en su casa, les invitaba a medianoche, él acostado y delante una mesita con la cena. Cena que se hacía ­traer del Ritz. Así no sufría ese olor de fritanga que le provocaba total irritabilidad.

“Lo recibiré acostado el día que usted quiera, salvo el siguiente del que haya salido, puesto que en esos días me siento mal hasta las once de la noche”.

Eso escribió. Era un caso, muy frágil. Además, era asmático. De hecho hay quien cree que su condición de asmático tiene que ver con su estilo literario. Algo que yo intento entender porque, precisamente, en ese caso sería más sincopado, ¿no?

La lentitud, el ritmo, sería su zona de confort.

Supongo, los expertos dicen que su fraseo es propio de un asmático. Que escribía así porque era asmático. Se cansa, afloja, toma aire y fuerza, vuelve, retoma, cíclicamente. Los motivos físicos podían explicar su vida y su obra.

Cuando Proust ganó el Goncourt por A la sombra de las muchachas en flor, le cayeron por todos lados. Protestaron excombatientes, pacifistas, reaccionarios, revolucionarios que se sentían insultados. Un verdadero escándalo. Todo lo que rodea a aquel diez de diciembre de 1919 en que se le concedió el galardón a Marcel Proust (París, 1871-1922) y su polémica posterior lo ha recupera Thierry Laget en Proust, Premio Goncourt (Ediciones del Subsuelo).

Desconfianza periodística

“Citaba a los periodistas a media noche, en su casa, él acostado y, delante, una cena recién traída del Ritz”

Durante semanas, la prensa ataca a Marcel Proust y se mofa de él. Es demasiado viejo (48 años), demasiado rico (los 5.000 francos le serían más útiles a un escritor necesitado), demasiado mundano (aunque vive recluido en su cama, sólo bebe leche y no soporta ni la estufa ni las flores), demasiado hablador (¡una novela de más de 400 páginas!), demasiado loco. Creció sobreprotegido por su padre, médico, y su madre, judía cultivada. Total: hipocondríaco y melifluo.

Explorar Los límites

“Hizo experimentos de muerte inminente tomando ciertos fármacos y opiáceos”

Dorgelès, su rival literario, se ríe abiertamente del estilo proustiano. Escribe “Te dormirías leyendo el libro de Proust. Es tan temible como la ‘encefalitis letárgica’”. Con ironía aborda Thierry Laget (Clermont-Ferrand, 1959) cómo se gestó la concesión del Premio Goncourt y cuál fue la reacción de sus coetáneos ante la publicación de una de las obras literarias más importantes del siglo XX.

A Proust le odiaron mucho por recibir ese premio. Le recriminaron que ganara un libro sobre chicas en la playa mientras su rival escribía sobre la guerra y el honor patriótico.

Y eso que él había hecho la mili, hay fotos en Orleans, con su capa. No le llamaron a filas por enfermo, ¡no hubiera sobrevivido ni al primer día en trinchera! Pero era patriota y siempre se batía en duelo.

Una vez porque se metieron con su homosexualidad

Sí, esa fue la razón. También retaba mucho a los periodistas, les tenía bastante manía.

Cuando ganó el Goncourt no quiso hablar con ellos.

Le dijo a Celeste, su asistenta, que no les dejara entrar (“no recibo a periodistas: hablan mal de mí”) pero fue listo. Habló sólo con el del periódico más leído.

El libro dibuja ese Proust enfermo y perezoso al llaman “el ermitaño parisino”. ¿Tantas manías acumulaba?

Bastantes, bastantes. Bebía mucha leche y cerveza fría. Parece que se alimentaba casi exclusivamente de croissants y café, de vez en cuando, un lenguado o una pechuga de pollo.

¿Es cierto que sólo salía tres veces al mes de su casa?

No salía casi. Y cuando hablaba con algún periodista lo citaba en su casa, les invitaba a medianoche, él acostado y delante una mesita con la cena. Cena que se hacía ­traer del Ritz. Así no sufría ese olor de fritanga que le provocaba total irritabilidad.

“Lo recibiré acostado el día que usted quiera, salvo el siguiente del que haya salido, puesto que en esos días me siento mal hasta las once de la noche”.

Eso escribió. Era un caso, muy frágil. Además, era asmático. De hecho hay quien cree que su condición de asmático tiene que ver con su estilo literario. Algo que yo intento entender porque, precisamente, en ese caso sería más sincopado, ¿no?

La lentitud, el ritmo, sería su zona de confort.

Supongo, los expertos dicen que su fraseo es propio de un asmático. Que escribía así porque era asmático. Se cansa, afloja, toma aire y fuerza, vuelve, retoma, cíclicamente. Los motivos físicos podían explicar su vida y su obra.

Resulta casi cómica su reconstrucción del momento en que entran en su habitación para anunciarle que ha ganado el Goncourt. ¿Vivía en la cama?

¡Prácticamente! Dijo que ni siquiera recordaba que el fallo fuera ese día, no le dio importancia. Yo creo que exageró un ­poco. En realidad estaba loco por ganarlo e hizo todo lo posible para conseguirlo. Se dio cuenta de que entraba en otra dimensión.

¿Qué documentos inéditos ha consultado?

Encontré unos originales, bocetos, centenares de páginas que no se han publicado. Su letra es bastante legible pero tomaba tantas notas que cuando se le acababa la cuartilla buscaba otra y otra… las pegaba todas como en un desplegable. El resultado final son… ¡acordeones de dos metros de largo!

El segundo protagonista es Roland Dorgelès, su principal rival en el Goncourt. Él sí escribió sobre la guerra.

Antes de ser un héroe de guerra fue periodista satírico y vivió como un bohemio en Montmartre. Pero después se tragó todas las trincheras de guerra, todas.

Usted que habrá leído todo Proust, en confianza, ¿no le resultó tan indigesto como a quienes acusaban a sus textos de ser galette de plomb?

Jamás. He leído mucho de él y sobre él, lo he releído y nunca me cansé. Para disfrutarlo necesitas tiempo, sólo eso.

¿A quién amó más?

A su madre. Y, entre sus amantes, al final de su vida, sobre todo, a Alfred Agostinelli, su chófer y secretario. Proust le regaló un aeroplano, Alfred se subió para pilotar y se estrelló con él. Hay cartas de Proust desgarradoras sobre ello, sobre ese amor.

¿Experimentaba peligrosamente con el paso del tiempo?

Hizo varios experimentos de muerte inminente tomando ciertos fármacos, somníferos y opiáceos que hoy ya no están a la venta. Cuando hacía esto Celeste tenía prohibida la entrada en su habitación. Durante dos días no se sabía nada de él. Creo que quería probar cómo era acercarse al límite.

¿Por qué seguimos con esa proustitis ? ¿Pesa más su leyenda que su calidad literaria?

Es una gran leyenda -la magdalena , su habitación de Lieja–, pero también un inmenso escritor. De Dorgelès ya no se acuerda nadie, así que, de algún modo… aunque muchos se encarnizaran contra Proust, al final Proust venció.

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