“Ha parido usted un escritor”

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Rodrigo Fresán publica su novela ‘La parte recordada’, que presentó en la FIL de Guadalajara

Cortázar no nació en Argentina. Andando el tiempo, uno de los escritores argentinos más prolíficos, Rodrigo Fresán, sí vio la luz en Argentina, pero nació muerto. Ahora publica en Literatura Random House su novela La parte recordada, que presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México.

Muy vivo, se levantaba de madrugada y paseaba por el hall helado de su hotel. El periodista le preguntó dónde había nacido, por si le había ocurrido lo que a Cortázar, que verdaderamente nació en otra parte.

Fresán explicó: «Yo nací muerto». En Buenos Aires, pero muerto. El parto fue muy difícil. «Fui un bebé muy pesado, en una época [1963] en que los partos no estaban tan controlados como ahora y nací muerto y declarado muerto». Inmutable, sin adjetivos, como Hemingway.

Eso se lo contó su madre cuando ya él tenía poco más de 20 años. «Nunca me lo habían contado… El parto duró entre 12 y 16 horas. Ella recuerda que le dicen ‘nació muerto’, que se desmaya y cuando despierta, convencida de que el hijo estaba muerto, llegan los médicos a decirle: ‘Ha vuelto. Pero lléveselo. No queremos volverlo a ver nunca más en la vida porque esto ha sido muy complicado’. Tal vez por eso mis libros empiecen por el final».

Fue como si le dijeran a su madre: «Señora, ha tenido un escritor». «Jajaja. Eso me ha llevado a pensar que la explicación para mi vocación es que soy alguien que revivió para contar el cuento… Ella me dijo, cuando me lo contó, un día en que yo estaba en crisis pero mantenía el buen ánimo: ‘Tal vez sea porque lo peor y más dramático que te puede pasar en la vida, la muerte, te ha pasado al principio’. Supongo que el impulso también viene de ahí».

El impulso es el motor de una literatura torrencial, como si no quisiera parar nunca de estar vivo. Como Julio Cortázar, por cierto, es un hombre imán de los azares. Hace 20 años, en este mismo enclave ferial, vivió una historia igualmente surreal.

Una muchacha lo vio retratado en un periódico que publicaba fotografías de los visitantes de la FIL de ese año. Al ver a Fresán esta joven le confesó a una amiga: «No me casaré nunca porque con quien me quiero casar es con este hombre». Horas después la coincidencia los juntó en un stand. Sin que hubiera otra mediación, los amigos empezaron a relacionarlo con ella, hasta que llegó el momento de las confidencias. Pero con respecto al matrimonio soñado, ella confesó que eso nunca sería cierto, a no ser que algo altamente improbable pasara en Guadalajara, de las tierras más secas del mundo.

Esa condición disuasoria era que nevara en el otoño de Jalisco. Y esa noche, muchos años después de tal sequía, nevó como si aquello fuera la lluvia de mariposas en Macondo. El azar se completó con una boda, en la misma FIL del año siguiente. Ahora, en Barcelona, su hijo de 13 años dibuja las cubiertas de Fresán, que lo lleva al colegio a las ocho de la mañana. A esas horas el escritor que vino del frío (y de la nieve) ya lleva trabajando más horas que un celador.

Él dice que el niño que lleva dentro no ha desaparecido ni un centímetro. «Y sigue vivo».

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