Hay libros que plantean una suerte de diálogo con su autor o, para ser más exactos, con su narrador. Pero también hay libros unidireccionales que funcionan como un monólogo ininterrumpido y accedemos a ellos como si entrásemos en la cabeza del escritor (o del narrador, no sé muy bien cuál es la diferencia). Esto me suele suceder, en gran medida, con las novelas de Javier Moreno. La relación que mantengo, como lector, con la prosa de Moreno me resulta, en este sentido, gratificante. Son lecturas proteicas que se prestan a constantes relecturas, textos inagotables que trascienden en gran medida la categoría de novelas convencionales, que funcionan como narraciones ficcionales a la vez que como laboratorios de ideas.
El narrador y ¿protagonista? De Null Island es un escritor que sostiene teóricamente la posibilidad de una novela sin personajes. Esta idea parece sobrevolar también la obra de Moreno (al menos en esta novela y sobre todo en Alma); y aunque resulta bastante difícil despojar a una narración de sus protagonistas, sí que es cierto que logra el autor disminuir sus presencias gracias al tono ensayístico que le procura al texto. En Null Island el argumento (es decir, la peripecia de su narrador) se podría resumir en dos líneas: un escritor con problemas de erección viaja a un congreso y, a pesar de amar a su novia, se mete en la cama con una chica más joven que él. No obstante, el argumento, la sucesión de acontecimientos novelescos, pasa a un segundo plano. Lo que realmente ocupa el grueso de la novela son las reflexiones del narrador. Estas reflexiones tienen un tenue hilo que de forma reticular se expande en muchas direcciones. Además, estas digresiones abundan en imágenes que funcionan como metáforas, siendo, por ejemplo, la de la impotencia sexual/ impotencia escritural la más obvia. Es interesante dejarse llevar por la voz narrativa, que divaga en asociaciones intelectuales tan agudas como sutiles. La inteligencia intuitiva de Moreno para conectar conceptos, episodios, citas literarias o matemáticas es magistral. Su tenacidad, casi obsesiva, a la hora de teorizar consigue crear cierta materialización de las ideas (concretar lo abstracto) y, de paso, reforzar la prosa con una textura tupida, transformando las cosas, los objetos, los sentimientos y los más banales aspectos de la existencia en materia literaria, en tema filosófico o metafísico y, en definitiva, en sustancia, en literatura.
Null Island brilla a través de su prosa, es cierto, pero sobre todo gracias a la lucidez/fluidez de su autor, un novelista que desdeña el argumento en virtud de un ensayismo novelesco, como las novelas digresivas de Vila-Matas o las prosas flâneur de Sergio Chejfec. Aunque Moreno se toma más en serio sus novelas que Vila-Matas, pero también es más divertido e irónico que Chejfec.
El propio narrador, un cuasi-alter ego del autor (al menos a lo que escritor se refiere) explica que mientras algunos escritores siguen escribiendo novelas con planteamiento, nudo y desenlace, otros “no tenemos más remedio que dedicarnos a otra cosa”. Así, la escritura como experimento y la novela como mesa de laboratorio son la forma que tiene Javier Moreno de enfrentarse a la literatura. Porque la literatura no es solo contar historias sino también la posibilidad de elaborar nuevos materiales, de ensayar nuevas fórmulas, de expandir la realidad más allá de los límites de su textualidad.
Esta novela, en el fondo, es una novela de amor. Pero un amor como sistema de coordenadas, como gesto intelectual para comprenderlo todo, como brújula emocional y empírica para hallar, a través del lenguaje y del pensamiento, la palabra exacta, el sentimiento correcto.
Autor: Pedro Pujante
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