El mundo sabía que algo malo iba a pasarle… Breve historia de la literatura de catástrofes

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¿Conservadora y pesimista o rebelde e inconformista? ¿Morbosa o sanadora? ¿’Pulp’ o sublime? La tradición de la distopía, la pandemia y el desastre se ve con ojos diferentes en tiempos del coronavirus.

Es como si el mundo supiera que algo malo le iba a pasar y por eso buscara historias que anticiparan lo peor. Tiranías irrespirables, crisis medioambientales y hambres, inteligencias artificiales descontroladas y enfermedades, cómo no. No son temas nuevos en nuestra cultura pero sí que son distintos los ojos con los que los vemos en los días del coronavirus.

«La peste, por ejemplo, le ha servido al hombre como representación de lo monstruoso en su forma más nítida. El virus es el monstruo que no vemos, es la inquietante extrañeza de Freud. Es la metáfora más pura del miedo atávico».

Quien habla es Antonio Ballesteros, catedrático de Filología de la UNED, especialista en literatura gótica, en dobles, en Daniel Defoe y Mary Shelley y también en pestes literarias. Antes de que el coronavirus se instalara en Europa, Ballesteros ya trabajaba en un libro de divulgación dedicado a las pandemias en la literatura.

«La primera plaga de la literatura fue la del Poema de Atrahasis, de Kasap-Aya, en Babilonia, en 1646 a.C. Ahí ya está el enfoque clásico: la enfermedad es el castigo de los dioses a la sociedad que transgrede sus normas. Es el mismo tema que vemos en las Plagas de Yaveh, en la Iliada, en Edipo Rey, en Tucídides, en Decameron, en Rey Lear…».

La historia de las plagas cambió cuando el conocimiento científico permitió tener una idea más realista de la enfermedad. «Hay un texto muy bonito de Dom Augustin Calmet que trata de entender una epidemia de vampirismo a partir de la relación de Dios con sus fieles. Lo intenta pero al final acepta que esa explicación no sirve».

¿El vampirismo era una plaga? «Sí. Hasta el Papa de aquel momento tuvo que referirse a aquella epidemia», explica Ballesteros. «El vampirismo se transmite. Nosferatu significa ‘el que porta la enfermedad’. Y el mito de Drácula está claramente ligado al miedo a la sifilis de su época. De hecho, con el sida volvieron a aparecer muchas ficciones vampíricas. Rousseau escribió que no hay una sola cultura en el mundo sin vampirismo».

La idea de Ballesteros es que, a partir de la ilustración y del progreso científico, «cada representación de la plaga refleja el signo de cada época, representa su horror». Un ejemplo que no es obvio: La historia interminable de Michael Ende también es un libro de plagas. La nada contra la que luchan Atreyu y Bastian es una enfermedad que representa el miedo al más abstractos de los horrores: el olvido, la depresión, la indiferencia… La nada.

Otro ejemplo y otro tema complementario: El ensayo sobre la ceguera de José Saramago habla, sobre todo, del vano intento de la sociedad y su burocracia por hacer frente al horror y su inutilidad. «Muchas veces se ve la literatura de anticipación como un interés morboso de los lectores. Yo no lo creo así. Creo que lo que les mueve es el deseo de desencantar al monstruo, de exorcizar al miedo, termina Ballesteros.

EL hombre es malo

Sara Martín Alegre, profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona, toma el relevo de Ballesteros: «Diría que gran parte de la ficción distópica del siglo XXI es o bien política (generalmente la que se encuentra en ficción juvenil tipo Los juegos del hambre) o relacionada con una plaga vírica, que puede ser política también, sólo que las consecuencias políticas se derivan de la plaga. Me refiero a cualquier historia de zombis, desde la novela Guerra Mundial Z de Max Brooks a la serie The walking dead. En el caso de la novela juvenil hay una cierta esperanza de regeneración mientras que en el otro tiempo de ficción más bien no. También creo que todas estas historias, que suelen venir de Estados Unidos son una especie de ensayo general del fin del poderío americano. Algo así como ‘ya que nos vamos a hundir como todos los imperios, que se hunda todo el planeta'».

¿Para qué diría que le ha servido el género a la humanidad? «En dos sentidos. Uno, imaginar cómo sería una situación límite y así sentirse más reconfortado en el mundo real en que vivimos. Dos, confirmar la impresión, intuición o creencia de que el ser humano es en el fondo malvado ya que las distopías sacan lo peor de nosotros. Es por esta razón que personalmente las evito lo que puedo (aunque he enseñado en clase y he escrito sobre Los juegos del hambre) . Pienso que hay un exceso de distopías por razones interesadas: son historias que tienden a deprimirnos y esto nos hace más dóciles. Las utopías, en cambio, pueden incitar a que reclamemos un mundo mejor. Aprovecho para reivindicar mi utopía preferida, que es la civilización simplemente llamada la Cultura en las novelas de ciencia ficción de Iain M. Banks, autor escocés que falleció en 2013″.

Sistema e hipérbole

Entonces, ¿es el género de la anticipación catastrofista políticamente conservador? «El franquismo censuró a H.G. Welles, pero censuró las novelas realistas, no las de ciencia ficción. Es un género de admonición y prevención a través de una hipérbole de los rasgos negativos», explica Mariano Martín, traductor y profesor universitario en Bruselas. «Ahora se llama distopía a casi todo, pero la distopía estricta va al sistema en su totalidad. La distopía siempre funciona igual: hay unos disidentes que se levantan contra el sistema, luchan, son aplastados y el lector recibe el mensaje e que hay que pelear ahora porque después será tarde. Hay distopías antisocialistas, anticomunistas, antianarquistas, antiecologistas… ¿Hay distopías anticapitalistas? Es un tema que se debate. Yo pienso que no porque creo que el capitalismo no es suficientemente sistemático».

«En toda Europa, la ficción utópica, que era el nombre que recibía la ciencia ficción, tuvo buena fama hasta los años 50. ¿Qué pasó entonces? Que llegó la novela pulp de Estados Unidos y el género recibió una fama de literatura de mala calidad; y, además, que los partidos comunistas, que tenían mucha influencia cultural, despreciaron cualquier ficción futurista. Claro. La única visión del futuro posible era la de Stalin«.

Novela de denuncia

Sólo nos queda hablar de las vísperas de nuestra pandemia. «En mi opinión, la crisis de 2008 y especialmente tras movimientos derivados de ella como el 15M u Occupy Wall Street, provocó en España una escritura de distopías muy concienciadas socio-políticamente, algunas magníficas como las de Rosa Montero, Guillem Martínez o Ekaitz Ortega«, explica Fernando Moreno Serrano, profesor de la Universidad Complutense. «Se centraron en reflejar las consecuencias directas de mantener a unos gobernantes alejados de los problemas de la población que toman decisiones más destinadas a defender su status quo que a la ciudadanía. En otros países, como EEUU, a esta tendencia se unió el éxito de grandes escritoras que mostraban sociedades enormemente imaginativas y pesimistas, con personajes fuertes y revolucionarios, como Anne Leckie o Kameron Hurley, entre muchas otras. Además, aparecieron más personajes líderes con conciencia de lealtad y de concienciación comunitaria que se enfrentaban a gobiernos deshumanizados».

«La distopía ha marcado como ningún otro género la transición entre una modernidad que creía en sistemas, explicaciones, modelos absolutos y una postmodernidad más suspicaz, menos dispuesta a creer que un sistema puede ser definitivo, que ya no se traga modelos que no dependan de las circunstancias y de las personas de quienes depende. Podríamos decir que ha matizado el proyecto utópico moderno y le ha quitado parte de su soberbia. Menos Imperio Británico como gran modelo de civilización y más trabajo diario de personas en instituciones. Además, las distopías nos hacen entender que la mayor parte de los desastres a que nos enfrentamos -incluso en muchos de los naturales, como esta pandemia que vivimos ahora- el último responsable del mayor sufrimiento es una sociedad no solidaria, unos gobernantes no dispuestos a enfrentarse a los poderes más egoístas por el bien de sus gobernados. Elimina razones divinas, mágicas, azarosas para devolver su responsabilidad al correcto funcionamiento de las instituciones y al comportamiento de los propios ciudadanos. En este sentido, podemos ver una gran diferencia entre las reacciones distópicas a esta pandemia como las de EE.UU., Gran Bretaña o algún países europeos frente a las más cívicas utópicas, como las mediterráneas… Hay quien ha leído las utopías como todo lo contrario: la demostración de que los seres humanos debemos competir con fiereza entre nosotros, pero dudo de que esa gente hubiera sido diferente sin narrativa distópica«.

Autor: Luis Alemany

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