El escritor, editor y activista cultural -en su revista Babab y en su bar, el Pandora- ha fallecido tras contraer el coronavirus. Echaremos de menos su entusiasmo, su compañía generosa, su hospitalidad y sus palabras.
Luis Miguel Madrid, dramaturgo, poeta, narrador, editor y gestor cultural, murió ayer tras contraer la Covid-19. Había nacido en Madrid en 1960, fundó y dirigía la revista cultural Babab. Había publicado poemarios como Rúa das janelas verdes –Premio Internacional Arcipreste de Hita-, La caja italiana, Bomarzo, María de los demonios, El cine de las sábanas blancas, El sacrificio de ganar y Un gol en la frente y era autor de obras de teatro como Coño, El día que me hice caca, Tripa de guanajo y Dulce desazón. En muchos de sus textos hay una combinación de humor absurdo y costumbrismo, de vanguardia y melancolía, de culturalismo y cabaret, de ingenuidad y sabiduría.
Escribía:
Las luces del mar rebotaban en las sábanas,
las puertas se abrían cuando te besaba
y el suelo crujía antes de entrar en la habitación.
Con ese panorama no sé cómo me creíste
capaz de rasgarte las medias como un lobo.
Soy un cordero despistado y además
las traías rotas desde el bar de la estación.
En “Mis deseos” escribía:
No me gusta agobiar a mi dios particular,
le pido pocos favores, los estrictamente necesarios:
encontrar aparcamiento, que no llueva en San Isidro
o la capacidad para olvidar graves decepciones.
Le pido cosas tan sencillas como fundamentales
para sobrellevar esta farsa como si fuera
una obra seria,
con un protagonista decente, creíble
y medianamente distinguido.
Escribía que “A la península de los amores imperdibles/ se llega caminando del revés”. O que la vida “es eso, un combinado de alcohol barato, buenas intenciones,/ unas gotas de angostura, soledad frapé…”. Sobre Bomarzo, el poemario temático que reeditó hace unos meses, con fotografías de su pareja Eva Contreras, el cineasta Sigfrid Monleón ha escrito: “Luis Miguel Madrid, el poeta de las pasiones cotidianas y asombradas, el amigo que tiene un perro fiel en su corazón, al que ríe y canta: ‘Que el mundo asuste por lo nuevo / que lo aguante quien lo entienda’.”
Para muchos era sobre todo Luismi, el dueño del María Pandora, una champañería en las Vistillas de Madrid, en Gabriel Miró. El Pandora ha acogido exposiciones y obras de teatro, presentaciones, rodajes. Ha sido un lugar de reuniones y conversaciones literarias. La escritora Pilar Adón contaba cómo lo frecuentaba hace mucho tiempo, y el periodista y músico Alejandro Luque, muy amigo de Luismi, lo visitaba casi siempre que iba a Madrid. Se han hecho centenares de presentaciones, actuaciones musicales y lecturas. Mariano Peyrou presentó su novela Los nombres de las cosas con Itsaso Arana y Luz Arcas, Aloma Rodríguez hizo durante un verano lecturas de su libro Los idiotas prefieren la montaña. Jonás Trueba hizo una obra de teatro con cartas de Josep Pla –Pienso a menudo en ti– y ha situado en el bar varias secuencias de sus películas. Eran extensiones naturales: sobre todo -con Bea o con Mateo, que estaba últimamente- el Pandora es un espacio de alcohol, conversación y afecto, donde siempre hay un hueco para lo inesperado.
Luismi estaba detrás de la barra, con su gorra que a mí me hacía pensar en un capitán de barco, o en una mesa cerca de la entrada. Si tenía tiempo podía contarte historias eruditas y quizá algo fantasiosas sobre los orígenes de Madrid, las capas y secretos de la ciudad. Era culto y modesto, cariñoso y discreto a la vez, un excéntrico natural, generoso y entusiasta.
Hicimos allí la fiesta de los primeros 200 números de Letras Libres España, y hemos hecho muchas presentaciones de la revista. Es bonito presentar en el Pandora, con el atardecer, y la forma de ver el mundo de Luismi (que en las solapas de sus libros mencionaba su actividad literaria como “poeta, cuentista, crítico literario, letrista y chascarrillero”) me parecía perfecta para la revista. Una vez empezamos después de la presentación de un poemario erótico. Luismi leía la revista, la tenía en el bar y cuando presentabas estaba ahí, escuchando, pendiente de que todo saliera bien.
Escribía en “Soy feliz”:
Como los tontos, los niños, los borrachos y los fontaneros
soy feliz.
Por eso sonrío mirando los tejados
y bailo conmigo mientras cambia el color de los semáforos.
Me comporto como idiota porque soy feliz,
porque soy feliz.
El cielo es azul, mi sastre es rico y el mundo una noria
con los acontecimientos justos
para divertirse.
Cuando terminaba la presentación o al día siguiente por Whatsapp decía: Ha quedado muy bien, sois maravillosos. Yo sabía que la maravilla era él y sé que lo vamos a echar mucho de menos.
Autor: Daniel Gascón
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