La primera y última bohemia, hippie antes de los hippies, ecologista antes del ecologismo, bruja, chamán y artista. De personalidad indescriptible, no dejaba indiferente a nadie se cruzara por su camino. En Woman Art House les presentamos la vida y obra de Vali Myers.
Vali Myers nació en Australia en 1930. De mentalidad inquieta, siempre le interesaron el arte y el baile, por lo que pronto dejó la casa familiar y la escuela, y se puso a trabajar para pagar sus clases de danza. A los 17 años ya era bailarina principal de la Compañía de Ballet Moderno de Melbourne. Dos años después, sin embargo, cansada del ambiente represivo de la ciudad, decidió dejarlo todo para irse a París para trabajar como bailarina.
A su llegada a la capital francesa encontró una ciudad devastada por la guerra en la que el trabajo y el dinero escaseaban. Después de una semana, se había quedado sin nada. Se instaló en el barrio bohemio de Saint Germain-des-Prés, aunque su casa eran las calles y los cafés de la ciudad. En este ambiente se hizo conocida por su particular atuendo, su marcado maquillaje y su manera sobrenatural de bailar en los clubes nocturnos, donde la gente se agolpaba para verla. Trabó amistad con intelectuales del momento como Jean Paul Sartre, Jean Genet o Tennessee Williams, que quedó tan marcado por su personalidad que basaría el personaje principal de su obra Orpheus descending en ella.
En 1954, el fotógrafo holandés Ed van der Elsken publicó el libro de fotografías Love on the Left Bank, en el que Vali Myers protagoniza una historia de amor ficticia entre dos jóvenes. Estas fotografías son un gran documento gráfico para conocer cómo era la vida en este ambiente durante los años 50.
De esta época datan sus primeras ilustraciones. Siempre iba acompañada de una carpeta de cuero con sus dibujos en el interior, que realizaba en las mesas de los cafés. Ya en estos años se hizo eco de ellos el editor de la revista The Paris Review, George Plimpton, a los que dedicó un artículo en el número de primavera de 1958. Sus primeras ilustraciones eran monocromas, hechas a plumilla, con un estilo intrincado que se iría haciendo cada vez más complejo y recargado hasta el final de su vida. En ellos, aparece casi siempre la representación de una figura femenina (“yo, pero no realmente yo…”) que, junto a los animales, protagonizarían todos sus trabajos a lo largo de los años.
A pesar de las dificultades económicas de estos momentos, su identificación con sus obras era tal, que rehusaba venderlas, ya que las consideraba una parte de su propio ser, realizadas como una forma de seguir existiendo, y el hecho de venderlas habría destruido esa conexión que la mantenía con vida.
Finalmente, en 1958 decidió dejar París junto con su pareja para escapar de su adicción al opio que la había mantenido al borde del precipicio durante 3 años para terminar instalándose en “Il Porto”, un valle virgen cerca de la ciudad de Positano, al sur de Nápoles. En él se rodearon de cientos de animales como perros, caballos, zorros, cabras, etc. de los que se hacían cargo y cuidaban como si se tratara de su propia familia. Tras años luchando con las autoridades locales que no venían con buenos ojos su estancia allí, consiguieron que Il Porto fuera reconocido como santuario de vida salvaje. En palabras de Flame Schon, directora de cine y artista visual: “… ella literalmente habitaba ese valle. Su energía se extendía, se respiraba en la pequeña casa cupulada, los animales, las colinas y las cuevas de alrededor. Todo formaba parte de las energías de Vali, tan arrolladoramente poderosa era ella.”
A partir de 1970 comenzó a viajar periódicamente a Nueva York, donde se alojaba en el Hotel Chelsea, para realizar alguna venta de sus obras con la que poder subsistir. En esta época se relacionó con otras figuras del momento como Patti Smith, para la cual había sido un referente desde su juventud, Allen Ginsberg, Didi Ramone, o artistas como Warhol o Dalí, gracias a los cuales, y siguiendo sus recomendaciones, comenzó a vender reproducciones de su obra y a exponer en Europa con gran éxito.
El estilo de sus ilustraciones es inclasificable, con múltiples capas, aunque recuerda a los libros miniados, las miniaturas indias o los relieves vikingos. Sus obras están hechas a tinta y acuarela con un detalle y una paciencia que roza lo espiritual, y podía tardar en completarlas meses o incluso años, como los 6 años que estuvo enfrascada en la obra Lammas Tide (1958-64).
En ellas, parece que transcribiera visiones de trances místicos o estados de ensoñación poblados de apariciones paganas. Dibujaba sobre las escenas del mundo que ella conocía y la mitología y sueños que eran parte de él. Ella misma los llamaba “dibujos espirituales”. Las mujeres y los espíritus femeninos son el elemento principal: la Madonna, la bruja, la chamana, Sherezade… todas tratadas de la misma forma, en una especie de autorrepresentación. Sus retratos, al igual que ella durante toda su vida, están muy conectados al mundo animal. De forma frecuente aparece la figura femenina desnuda unida con otras criaturas a través del pelo y otras partes de su cuerpo, en una conexión total con la naturaleza. La presencia de algunos animales sobresale por encima del resto, como la ballena Moby Dick, que representa la fuerza de la naturaleza, que siempre gana, la cabra Teresa o la zorra Foxy, con la que convivió durante 14 años y a la que consideraba su propia hija.
Otro elemento clave de su producción fueron sus diarios, que llevó a cabo desde los años 50 hasta su muerte. En sus páginas se mezcla su caligrafía preciosista en la que plasma recolecciones de sueños, recuerdos, aspiraciones para el futuro, pasajes literarios o poéticos, con recortes de fotografías, periódicos, cartas o telegramas, y en cuyas páginas, de nuevo, tienen una gran presencia sus animales. En palabras de Julia Inglis: “estos diarios son literalmente manuales oníricos de cómo vivir una vida extraordinaria”.
En 1993 volvió a Australia por primera vez desde que se fuera con 19 años y allí pasó los 10 últimos años de su vida. Se estableció en un estudio donde recibía la visita de curiosos y admiradores que habían conocido su vida y obra durante su ausencia. Fue descrito como un oasis bohemio en el centro de la ciudad, con las paredes pintadas, cubiertas por sus dibujos y fotografías, y con todo tipo de objetos y baratijas repartidas por la habitación. Vali Myers siguió trabajando hasta el final de sus días, cuando en 2003 murió de cáncer. Ni siquiera en el hospital cambió su visión frente a la vida: “He tenido 72 años increíbles. No me arrepiento de nada, porque, tu sabes cariño, cuando vives como yo lo he hecho, lo has hecho todo (…) Cada escarabajo, lo hace, cada pájaro, todos lo hacemos… vienes al mundo, y después te vas”. En este video sacado del noticiario se puede ver la relación y el afecto que tuvo con los habitantes de la ciudad durante los últimos años de su vida. Tras su muerte dejó sus obras como legado al estado de Virginia, en agradecimiento a la acogida que había tenido por parte de sus habitantes.
Durante su vida se rodaron diferentes documentales sobre su figura: Vali, the witch of Positano (1965), de Sheldon Rochlin y Flame Schon, The Tightrope Dancer (1989) con el que se hizo conocida en Australia, y Painted Lady de 2002 de Ruth Cullen.
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Autor: Laura Pinillos Villanueva
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