En esta era en la que los medios digitales suelen establecer la agenda en el sector del patrimonio cultural, debemos reflexionar sobre su impacto en nuestros museos. El sentido común nos dice que los museos no deben dejarse arrastrar por la obsesión con todas estas fascinantes nuevas tecnologías. Lo esencial es organizar y exhibir las colecciones y conocimientos de manera verdaderamente relevante y atractiva. Pero para lograrlo, necesitan comprender cómo los medios digitales transforman la sociedad y cómo piensan las personas – todos los perfiles sociales – hoy en día.
La innovación tecnológica siempre ha marcado el ritmo de la sociedad de una manera u otra. Esto ha sido así desde la llegada de la imprenta, que ayudó a democratizar la cultura, pasando por la revolución industrial y terminando con la actual transformación digital. Pero la sociedad también ha influido en el desarrollo tecnológico. Tomemos, por ejemplo, las diferencias de idioma. Esta idea la ejemplificó muy bien Michael Anti en una charla de TED, hace ya tiempo: “Un tweet chino equivale a 3,5 tweets en inglés. (…) Debido a esto, los chinos realmente consideran este microblogging como un medio, no solo un titular en los medios». Las tecnologías de la revolución digital cambian nuestras sociedades tanto como éstas influyen en el desarrollo y uso de aquellas. Por tanto, antes de involucrarse con esas nuevas tecnologías, cada organización que pretenda estar conectada con la sociedad debe comprender sus implicaciones con ésta y viceversa. Una tecnología implementada ingenuamente podria aumentar las desigualdades existentes. Esto también es aplicable a los museos. Ramesh Srinivasan describe, por ejemplo, cómo las diferencias entre las ontologías de los museos y las de las comunidades fuente limitan la diversidad de culturas y voces representadas en los museos. Una inocente afirmación en línea en realidad podría segmentar a las personas desde una institución, en lugar de abrir ésta a comunidades cada vez más diversas.
Si los museos se sumergen en la implementación de las últimas tecnologías solo para estar «en la onda» («¡Tenemos que estar en Facebook!»), se estarán alejando de la reflexión sobre la relación entre la tecnología y la sociedad, así como sobre la influencia en el papel que ellos ejercen, demostrando no tener muy claras las nuevas oportunidades que podrían ayudarles a ser significativos en el siglo XXI.
Una primera reslidad que los museos deben aprovechar es la abundancia de información que invade a la sociedad contemporánea. Un estudio de Gantz y Reinsel muestra que la cantidad de información en el mundo se duplica cada dos años, y eso sin tener en cuenta que estas cifras excluyen a los dos tercios de la población mundial que no disponen de internet- imaginemos lo que sucederá cuando estas personas puedan tener acceso a lo digital -.
Durante años, el libro de Chris Anderson, «The Long Tail» (2006), ha aportado razones para poner tanta información en línea. A diferencia del mundo físico, el espacio en los estantes y paredes es casi gratis e ilimitado en el plano digital. Google permitirá acceder incluso al contenido más marginal a aquellos que estén potencialmente interesados. Pero la investigación llevada a cabo por Anita Elberse ha demostrado que la realidad es algo más compleja. La gran mayoría de las personas dispondrá únicamente de información de carácter más popular; solo los geeks e investigadores altamente entusiastas accederán a otra más profunda. Existe demasiada información, es así, y eso puede resultar aterrador para muchos, o como afirma Barry Schwartz en su charla TED: «Con tantas opciones para elegir, a las personas les resulta muy difícil tomar una decisión».
Neal Pollack explica que el ejercicio de encontrar significados útiles en los mares de información es la nueva obsesión de la tecnología. Los curadores, museólogos e investigadores de nuestros museos lo han estado haciendo durante años: clasificar miles de objetos para construir exposiciones e investigar sobre lo que importa. En la era digital, este papel adquiere una importancia renovada. Los curadores del siglo XXI, no solo necesitan clasificar su propia colección para encontrar significados relevantes, sino intentar además corregir la información equívoca, o directamente errónea, producida por aficionados en plataformas como Wikipedia u otros lugares de la red.
Los museos pueden asumir un papel de liderazgo para dar sentido a la enorme cantidad de información que existe hoy y conseguir que lo importante sea lo más accesible. Tales procesos curatoriales serán mucho más valiosos para prácticamente todos, sin tener que estar constantemente digitalizando – cada vez más – nuestras colecciones con la esperanza de que algún geek o investigador las encuentre, algún día, a través de Google.
Pronto no bastará con presentar lo más relevante según criterios curatoriales. En la actualidad, la competencia por el tiempo limitado de las personas es feroz, e irá en aumento con toda probabilidad. Los museos necesitan, más que nunca, atraer audiencias a sus puertas una vez que la pandemia lo permita. Haciendo uso de la tecnología, pueden alentar al «publico de internet» a que los visiten, siempre y cuando sean capaces de ofrecer una historia que tenga valor y sentido. Hay otros muchos museos del mundo real, al margen de la tecnología, como el Museo de las Relaciones Rotas de Zagreb, que demuestran, día a día, la importancia que tienen las emociones cuando se aplican adecuadamente a la narrativa museológica.
En su libro «Resonate» (2010), Nancy Duarte explica cómo narrar una historia que tenga impacto en la audiencia. Una de las ideas que propone es hacer que el público se convierta en el héroe de la historia: «lo que sea que cuentes debe ser sobre ellos». Muy a menudo, las colecciones de los museos se hallan relacionadas con los visitantes, aunque no siempre esté claro el porqué o el cómo. Otras sugerencias de Duarte son el uso de imágenes, emociones y desarrollo. Una buena historia es objetiva, pero también emocional y activa, por ello es conveniente usar medios mixtos que mantengan la atención de las personas.
En la era digital parece haber una clara distinción entre hechos e historias más emocionales. Los artículos de Wikipedia son hechos, los videos de cachorritos en YouTube son emocionales. Seguro que existe un espacio intermedio para los museos. Proyectos como Open Culture y Crash Course son pioneros narrando historias objetivas pero suficientemente atractivas como para atraer la atención de la audiencia. Los profesionales del museo disponen de las habilidades y la inteligencia necesarias para tomar una información curada y convertirla en historias que resuenen.
Como afirma el Instituto de Estudios de Museos y Bibliotecas en una publicación de hace 10 años, los museos que ayuden a generar las habilidades del siglo XXI podrán y deberán desempeñar un papel fundamental en la educación de sus comunidades. Un museo ha de considerar la educación como una constante en la vida física y digital de las personas, así como un elemento sólido para generar una conexión común en línea . Incluso más que como educadores tradicionales, los museos pueden adquirir el papel fundamental de proveedores de contenido y facilitadores de servicios para la educación en línea, siempre y cuando la brecha tecnológica se haya resuelto.
Al asumir un papel más proactivo, los museos obviamente aportarán un valor más concreto a la vida de las personas. La última, y quizás la tendencia más interesante, es la oportunidad de establecer sistemas más directos para el intercambio de valores que ayuden a consolidar las expectativas de la audiencia.
Uno de los mayores clichés de la era digital es el de haber democratizado la relación entre organizaciones e individuos. Aunque los críticos nos advierten que no sobreestimemos los efectos liberadores de los medios digitales, es indudablemente cierto que si una organización quiere realmente conectarse de un modo directo con su audiencia e interactuar con ella, las herramientas están ahí. Esto significa que la información, las opiniones y la creatividad pueden fluir más libremente de lo que lo hacían antes de la era digital.
Lo mismo se aplica al valor (dinero). Los sistemas de financiación más directos, como el crowdfunding, pueden reemplazar en parte los modelos de financiación tradicionales. Por ejemplo, según Kickstarter, el 10% de todas las películas del festival de cine independiente de Sundance fueron financiadas con fondos colectivos. El intercambio directo de valor implica que un individuo y una organización negocien directamente entre ellos, a menudo utilizando una plataforma en línea, de manera que cada acuerdo sea claro y beneficioso para las partes involucradas.
Al convertirse en pioneros en estos sistemas de intercambio de valor directo, los museos no solo encontrarán nuevas fuentes de ingresos, sino que también construirán comunidades de apoyo que puedan identificar claramente el valor agregado de la institución para la sociedad, incluso antes de que ésta lo requiera en tiempos de recortes financieros y disminución del interés por el patrimonio y las artes.
La gran diversidad de museos y sectores sociales demuestra la existencia de diferentes oportunidades en todas partes. Los museos pueden hacer un mejor uso de sus recursos y optimizar los objetivos estratégicos a largo plazo. Y, ¿cómo? Dando mucha más importancia a las gestiones de recursos humanos, de proyectos y de liderazgo, aunque a veces será necesario dar un paso atrás para reflexionar sobre las tendencias más amplias de la sociedad y observar cómo la tecnología puede desempeñar un papel relevante en ellas.
Para terminar, creemos firmemente que con una actitud correcta, los museos pueden desempeñar un papel fundamental en las sociedades del mañana, independientemente de los cambios tecnológicos que, sin duda, se producirán. Al tratar algunas de las tendencias actuales y futuras, pretendemos ampliaros la idea de que lo que se necesita es una actitud de proactividad inquisitiva, donde la consecuencia del desarrollo – y no solamente las tendencias en sí – debe ser el foco principal de la estrategia y la acción de los museos modernos.
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