Cien años después de su muerte, el gran escritor español moderno sigue siendo víctima de los malentendidos que le han fosilizado y alejado de los lectores. Un genio menospreciado al que hay que reivindicar más allá de los tópicos.
Galdós se nos aparece como una figura imponente pero borrosa. Esto tiene en parte que ver con su proverbial discreción en vida. Visto desde hoy, que con pudor no se llega a ningún sitio, su éxito sin primera persona tiene un mérito añadido. Pero borroso también Galdós por las distorsiones y carencias interpretativas padecidas por el personaje y su obra. La categoría más indiscutible –el escritor realista– es también la más discutida en este número de LEER dedicado a Galdós. Porque poco explica y mucho hurta: el peso de la imaginación en su escritura, la variedad evolutiva de su estilo, la novedad de la psicología en sus novelas. Su polifonía social queda reducida a un casticismo que él rechazó política y literariamente. Y consolida la idea de que fue un escritor elemental y sin recursos. Difundida prolijamente por quienes, como Juan Benet y otros autores de la nueva narrativa española, presumieron de no leerle.
A base de tópicos «a Galdós le han robado la universalidad», lamenta Germán Gullón, comisario de la exposición del centenario en la Biblioteca Nacional con la que ha querido contribuir a cambiar el paradigma de lo que se entiende por Galdós. El objetivo es liberarle de la rigidez y la pobreza de los esquemas críticos que le han fosilizado y alejado de los lectores. Este número de LEER pretende contribuir modestamente a ese propósito.
Borja Martínez, introduce la cuestión después de conversar con Gullón y Marta Sanz, compañera de tarea en la muestra de la BNE, así como con Francisco Cánovas Sánchez, autor de la biografía Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso, que recibió casi en solitario un Año Galdós que parece haber cogido a tantos con el pie cambiado, y Yolanda Arencibia, la catedrática canaria que vela por su figura en la patria chica de Las Palmas y que está a punto de publicar una biografía bendecida por el Premio Comillas.
Uno de los grandes galdosistas españoles, el profesor Francisco Caudet, contrasta las sucesivas maneras narrativas de Galdós con sus ideas sobre la modernización de España. Influida por Cervantes y la picaresca tanto como por la novela contemporánea europea, la prosa galdosiana va evolucionando en respuesta a los acontecimientos del país. Álvaro Cortina reflexiona sobre el desencanto de Galdós con la burguesía, la clase social que alimenta su novela. Y Paloma Hernández –creadora del canal ¡Qué m… de país y ponente de una conferencia reciente sobre Galdós en la Escuela de Filosofía de Oviedo–, analiza su idea de España, con frecuencia oscurecida por interpretaciones apresuradas o malintencionadas.
Su fama de republicano y anticlerical le colocó en mala posición, incluso después de muerto, en la España de posguerra. A cambio, el exilio académico propició el surgimiento en Estados Unidos del fenómeno del galdosismo internacional coincidiendo con el centenario del nacimiento del escritor en 1943. Alan Smith, profesor de la Boston University y director de Anales Galdosianos, revista de la Asociación Internacional de Galdosistas con sede en EEUU, escribe de todo ello en LEER.
«Es muy difícil traducir a Galdós por culpa de Galdós», de su vibrante y variadísimo español, afirma Smith, y eso quizá explique la escasa difusión de su obra en ámbitos como el anglosajón o el francés. Óscar Caballero escribe la crónica de una ausencia, la de Galdós en Francia, más allá de la efímera popularidad por el escándalo de Electra. Aquel gran fenómeno internacional fue el éxito más resonante del repertorio teatral galdosiano, más de una veintena de títulos a los que se aproxima Javier Huerta, crítico con el exceso de «ideología y didactismo» de su dramaturgia.
Pese a la desconsideración oficial y literaria de algunos, la obra de Galdós sigue en el sustrato, se le lee más de lo que cabría suponer, y es precisamente ese interés espontáneo lo que ha obligado a improvisar programaciones y títulos con que estar a la altura del centenario. Un ejemplo de lector espontáneo es Weldon Penderton, escritor y editor, que cuenta para LEER cómo atravesó la secundaria sin tocar a Galdós y cómo a sus 25, leyéndolo por su cuenta recién llegado a Madrid, se convirtió a la fe galdosiana hasta confesar: «Yo me hice madrileño leyendo Fortunata y Jacinta».
La visión de Galdós de Luis Alberto de Cuenca y el contraste de Tristana con la adaptación de Buñuel, analizada por Noemí Sabugal, completan una aproximación en la que no podía faltar la Auténtica Entrevista Falsa de Víctor Márquez Reviriego, que se cita con don Benito en el Congreso de los Diputados donde ejerció como tal: «Hay que ser generoso, como yo lo fui. Eso también lo aprendí de Cervantes, el más grande y más bueno de todos nosotros, a quien tanto homenaje rendí». Una comentarista entusiasta de Galdós como María Zambrano le hermanó con Cervantes a partir de dos ingredientes clave en la novela: la piedad y la ironía. Germán Gullón lo expresa de otro modo: en Galdós «el elemento humano siempre va por delante de la expresión artística», y por ahí se llega a su grandeza, pero también al malentendido de la insuficiencia estilística. Uno de tantos malentendidos que se someten a crítica en este número de LEER, disponible en quioscos y librerías.
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