Interpretar a los personajes: las claves básicas

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Es muy común encontrar artículos analizando diferentes técnicas que pueden usarse o qué elementos son «imprescindibles» para crear un buen personaje. Otro tema de los que se suele hablar es la evolución de los personajes, el modo en que pueden cambiar a lo largo de la historia. Sin embargo de lo que no se suele escribir demasiado es de una de las labores básicas del autor; cómo interpretar a los personajes que se acaban de crear.

Interpretar personajes: La labor invisible del autor

Empecemos analizando nuestra labor como autores con respecto a los personajes. En un primer momento los creamos. Es algo que sucede naturalmente durante la planificación de la obra. Si nuestro personaje va a evolucionar, es importante también haber planificado cómo sucederá dicha evolución y cómo se presentarán en la narración los cambios más significativos.

Pero estas dos tareas no sólo suceden «fuera» de la escritura activa, sino que representan una fracción minúscula del tiempo total que toma la creación de un relato o una novela. La mayor parte de ese tiempo, lo dedicamos simplemente a manejar al personaje. O lo que encima de un escenario llamaríamos «interpretando a un personaje».

Como autores no debemos olvidar nunca que una de nuestras labores es que los personajes sean creíbles, que para el lector estos puedan pasar como personas reales que actúan de un modo coherente antes las circunstancias presentadas. Mientras la interpretación de los personajes sea adecuada, el lector no percibirá que estos actúan de un modo extraño, incoherente. En este sentido, esa parte de nuestro trabajo pasa desapercibida, es casi invisible.

¿Cómo interpretar a los personajes?

La interpretación se basa en que las acciones y las decisiones de los personajes sean coherentes en base a la información que el lector tiene de ellos. Aquí, la suspensión de la incredibilidad juego mucho a nuestro favor; el lector está dispuesto a aceptar que un personaje puede tener motivos ocultos, que es posible que todavía no tenga la información necesaria para comprender por qué ha hecho algo o tomado una determinada decisión.

Pero no os equivoquéis, la suspensión de la incredibilidad es temporal, si un personaje actúa de repente de un modo distinto a cómo ha estado haciéndolo hasta ese momento, si toma una decisión que contradice lo que hemos estado contando de su carácter, el lector necesitará comprender sus motivos.
Eso significa que debemos saber en todo momento por qué los personajes están haciendo lo que hacen. Y a menudo eso entra en conflicto directo con nuestras necesidades narrativas.

La planificación que ahoga la interpretación

Cuando planificamos nuestra obra, no basta con decidir qué sucesos van a desarrollarse. Si nos limitamos a hacer una lista de las cosas que deben pasar en nuestra historia y los personajes sólo deben «desfilar» por esa lista, tarde o temprano nos daremos cuenta (o alguien nos lo señalará) que los actos de los personajes no tienen sentido.

Los personajes y la historia que contamos forman una unidad simbiótica. Los personajes no serán siempre entidades pasivas que «sufren» lo que ocurre en la historia; tarde o temprano tendrán que tomar decisiones. Y para que esas decisiones sean creíbles, necesitamos que sea coherente con la situación presentada y, sobretodo, con el personaje que la toma.

Vamos a ilustrar esto con el esquema más clásico a la hora de trabajar con personajes; el camino del héroe. El camino del héroe suele empezar con el personaje viviendo un lugar tranquilo cuando sucede algo inesperado que le obliga a actuar. Así empiezan, por ejemplo, El Señor de los Anillos, Crónicas de Belgarath o la saga de La Rueda del Tiempo.

Un ejemplo de cómo interpretar a los personajes: El camino del héroe

Supongamos a un personaje tranquilo, que no siente deseos de conocer mundo, de obtener riquezas o alcanzar la fama. Que en todo momento su único deseo es volver a la vida que conocía. De hecho explotamos esa falta de espíritu aventurero para que el lector empatice y se compadezca de su sufrimiento. Pero cuando llega el momento de tomar el control de su vida, el personaje decide por propia iniciativa enfrentarse a sus miedos y partir en un viaje lleno de peligro. ¿Por qué?

Interpretar a los personajes

Básicamente porque esa es la historia que queremos contar; si el personaje decidiera que quiere volver a su pueblo a seguir cuidando a sus cabras, que es feliz con esa vida y que no quiere ponerse en peligro por una recompensa, sencillamente se nos acabaría la novela. Pero el hecho básico es que el personaje que hemos estado describiendo, no tomaría esa decisión.
Pensemos, por ejemplo, en «El Señor de los Anillos».

Frodo, y Bilbo antes que él, son héroes reticentes, pero bajo toda la pereza y el deseo de normalidad propio de los hobbits, ambos tienen sangre Tuk, lo que les hace ser más inquietos y aventureros.

Cuando empezamos la planificación de nuestra obra y estamos decidiendo qué historia vamos a contar y qué personajes van a vivirla, tenemos que tener claro en todo momento que todas y cada una de las acciones que se lleven a cabo van a depender de que los personajes lo decidan. Si quiero que un personaje se sacrifique al final del segundo acto, debo haber presentado que ese personaje tiene motivos para tomar esa decisión.

Interpretar a los personajes es una labor transversal

Durante todo el tiempo en que estemos escribiendo, estaremos interpretando, no a uno, sino a multitud de personajes. Cada réplica en un diálogo, cada gesto en las acotaciones, incluso los pensamientos o sentimientos que mostremos del personaje, estará reforzando la imagen que el lector tendrá de cada uno. Es una labor constante que debe seguir siempre las directrices que hemos definido durante la creación y la planificación.
Porque esa es la idea que quería transmitir con este artículo: no importa que, sobre el papel, hayamos creado al personaje más interesante del mundo, lleno de matices que vienen de su complejo trasfondo, si luego nosotros como autores, cuando nos pasemos horas describiendo sus acciones, sus decisiones, sus gestos y hasta sus pensamientos, nos olvidamos de todo ello y supeditamos el personaje a nuestras necesidades narrativas.

Autor: Jordi Noguera

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