Literatura y mercado: ¿es posible vivir de escribir?

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Por su vínculo con la idea del placer o porque resulta complejo deducir el tiempo de trabajo humano que supone escribir un libro, la relación entre literatura y mercado aviva opiniones distintas en torno al interrogante de si escribir constituye un trabajo, un debate que se reactivó en los últimos días a partir de una página que liberó textos sin la autorización de sus autores y que generó diversas apreciaciones que se condensan en las miradas de escritores como Elsa Drucaroff, Juan Mattio, María Rosa Lojo y Hernán Ronsino.

En la Argentina son pocos las y los escritores que viven exclusivamente de la venta de sus libros. El imaginario que proyecta autores en torres de marfil, desconectados de las lógicas del sistema de producción capitalista, refuerza una construcción que poco coincide con la realidad local, sobre todo cuando el oficio es más que una práctica individual porque forma parte de un engranaje, en caída desde los últimos cuatro años.

Para la escritora e investigadora María Rosa Lojo, hay «imaginarios de distintos orígenes que confunden y oscurecen el panorama. Por un lado, juega la idea bíblica de que el trabajo es sufrimiento, el castigo que debemos soportar por haber sido expulsados del Paraíso; cuando quienes escriben dicen disfrutar de aquello que hacen, se colocan sospechosamente del lado del placer; si algo complace, no sería realmente trabajo ni ameritaría una compensación material».

«Otras imágenes cristalizadas son las del artista (usualmente en masculino) como genio creador, cuya obra está por encima de cualquier circulación mercantil y no se somete al ‘sistema’. O la del artista como aristócrata. También se considera que, frente a la alienación laboral de quienes practican oficios rudos, la literatura no es ‘verdadero trabajo’, y representa un privilegio. Incluso, por su goce implícito, o su narcisismo, supondría una cierta inferioridad moral con respecto a esa otra clase de trabajadores, sacrificada y genuina», apunta.

En opinión de la escritora y académica Elsa Drucaroff el debate planteó «dos ideas muy graves» en cuanto a la escritura desligada de la idea del trabajo: «La primera, escribir no es un trabajo porque da placer, daría vergüenza llamarlo trabajo. Cualquier trabajo bien hecho y con vocación da placer: estoy segura de que una neurocirujana que salva vidas en la sala de operaciones se siente Dios, y con grandes motivos, estoy segura de que mi colega no duda en llamar trabajo a lo que hace la neurocirujana».

Las novelas no son idénticas. No es lo mismo ´El túnel´ de Sábato que ´El corazón es un cazador solitario´ de Carson McCullers, aunque los encontremos en una librería al mismo precio. Podríamos decir que el valor literario no lo asigna el mercado. Los libros pueden ser idénticos pero no los textos. De modo que deberíamos separar economía literaria (novela) de economía capitalista (libro)».

Juan Mattio.

«El otro argumento -continúa la ensayista- es que el tiempo que lleva la creación no puede medirse: estamos creando, imaginando, todo el tiempo. Pero tampoco puede medirse el tiempo que le llevó a la neurocirujana hacer lo que hace en dos horas en la sala de cirugía: años de preparación, estudio, prácticas, están acumulados en esas horas. Marx lo llama ‘trabajo compuesto’: en el trabajo simple una hora vale una hora, en el compuesto vale muchísimo más. Escribir es trabajo compuesto. La diferencia es que a la neurocirujana le pagan bastante más dignamente que a nosotres», argumenta Drucaroff.

Elsa Drucaroff, escritora, profesora y crítica, autora de «Los prisioneros de la torre».

Sobre este punto, la posición del escritor Juan Mattio toma otra dirección: «Tengo muchas dudas sobre definir a la escritura literaria como un trabajo. Sobre todo porque vivimos en una sociedad capitalista, donde el trabajo se orienta a la producción de mercancías y las mercancías son objetos idénticos que coagulan una cantidad de trabajo humano abstracto».

Y ejemplifica: «Una silla representa una cantidad de horas de trabajo y eso determina su valor en el mercado. Además, se espera que una silla sea igual a otra del mismo modelo. Y se supone que cualquier trabajador, sin importar su nombre, edad o género, aporta la misma cantidad de trabajo abstracto para producir una silla. Nada de eso sucede con una novela donde un autor puede estar tres semanas escribiendo, como Faulkner con ‘Santuario’ o treinta años como Abelardo Castillo con ´Crónica de un iniciado´».

«algunos pocos escritores y escritoras tienen la suerte de haber llegado a vivir solamente de la literatura, en Argentina conozco muy pocos y me consta que son trabajadores recontra esforzados».

Elsa Drucaroff.

Mattio se refiere a que «el tiempo varía y entonces no puede deducirse el valor de una novela por el tiempo humano abstracto. Por otro lado, las novelas no son idénticas. No es lo mismo ´El túnel´ de Sábato que ´El corazón es un cazador solitario´ de Carson McCullers, aunque los encontremos en una librería al mismo precio. Podríamos decir que el valor literario no lo asigna el mercado. Los libros pueden ser idénticos pero no los textos. De modo que deberíamos separar economía literaria (novela) de economía capitalista (libro)».

Ahora bien, como dice Drucaroff, «algunos pocos escritores y escritoras tienen la suerte de haber llegado a vivir solamente de la literatura, en Argentina conozco muy pocos y me consta que son trabajadores recontra esforzados y aunque los libros les den para vivir, no por eso se han vuelto millonarios. Que las condiciones de la industria editorial argentina dificulten que te hagas millonario escribiendo libros no significa ni que haya que festejarlo ni que en nombre de eso se justifique que se nos robe el trabajo».

En ese sentido, el hecho de que sean «poquísimas las personas que pueden vivir solo de sus derechos de autor, en Argentina» significa «una razón más para insistir en que se proteja el trabajo literario y que los servicios derivados que un/a escritor/a presta a la comunidad se remuneren», dice la autora de «Finisterre».

Hernán Ronsino, escritor, sociólogo y docente de la UBA.

Por su parte, Mattio entiende «que la escritura necesita tiempo y el tiempo, bajo el capitalismo, tiene un precio. Las grandes mayorías solo tenemos para vender nuestra fuerza de trabajo, es decir, nuestro tiempo. ¿De dónde sale el tiempo para escribir una novela si renunciamos al mercado? Hay dos posibilidades: una es que el autor pertenezca a la clase poseedora y pueda vivir de rentas o cosas por el estilo. La otra es que se dedique a cualquier trabajo, ligado o no a la literatura, y robe tiempo libre para escribir».

«Este último -dice- es el modelo hegemónico y creo que es muy precario. De modo que estamos ante una situación muy compleja que algunos intentan solucionar con la figura del artista que se muere de hambre, el genio incomprendido. La única solución es volver a pensar y organizar las condiciones materiales de esta práctica social y quitarle el aura sagrada e intangible».

Tras una crisis agudizada por un sector en caída de ventas en los últimos cuatro años, la pandemia redobla el estado crítico. Sin embargo, el escritor Hernán Ronsino, apuesta al circuito: «Creo que va a golpear muchísimo a la industria pero hay un circuito muy potente y sólido que se manifiesta en la experiencia de las editoriales independientes y en lo que pasa, por ejemplo, en la feria de editores que será el espacio de resistencia y de vitalidad».


Derechos de autor y democratización de la cultura: los desafíos del sector editorial

Ante un escenario de crisis histórica para el sector editorial, representantes de la literatura argentina contemporánea, como Elsa Drucaroff, Juan Mattio y María Rosa Lojo, complejizan su rol como trabajadores de la cultura en las sociedades contemporáneas y se atreven a plantear desafíos y roles en la cadena de producción.

Drucaroff destaca que «la industria editorial venía tremendamente dañada por los años de macrismo y el cierre de distribuidoras y librerías le dio el tiro de gracia. Muchas editoriales que levantaron proyectos, pagos de anticipos de derechos y contratos que ya estaban prácticamente acordados, planes editoriales, etc. Esto afecta por supuesto directamente la economía de muchos escritores».

«No estoy abstractamente en contra de los cliks ni de descargar un PDF, estoy en contra de no consultarlo antes con les escritores, socializar un PDF puede ser en cierto contexto la diferencia para el/la autora entre cubrir o no ingresos esenciales», explica la docente, ensayista y crítica.

Juan Mattio, autor de «Tres veces luz».

Lojo afirma que «Internet marcó una nueva era en cuanto a la circulación cultural y el libre acceso al saber y al arte. Eso es maravilloso. Pero detrás de cada contenido al que accedemos, hay horas de trabajo y de servicio a los demás».

La autora de «La princesa federal» considera que «el gran desafío es encontrar la manera en que –sin anular el proceso de democratización del conocimiento- se pueda retribuir a quienes lo producen. Quizá, por ejemplo, con un porcentaje de lo que se paga por publicidad dentro de los mismos buscadores o redes sociales».

En su caso, Lojo cuenta que nunca pudo vivir de sus regalías, llegó a tener «buenas rachas» pero sus ingresos «regulares y estables» vinieron siempre de su trabajo como investigadora y docente.

En tanto Drucaroff dice que de sus obras publicadas algunas se tradujeron y eso representó entradas de dinero, lo que hicieron que «de a poco los ingresos por derechos de autor se volvieran un 20 o 30%» de sus ingresos anuales.

«En sí no son enormes pero es una proporción significativa. No vivo de mis libros pero mis libros hacen una diferencia esencial para vivir. No pagan lujos ojo, pagan cosas importantes. A esto se suma que gané un premio por mi novela «El infierno prometido» y desde que cobro ese premio me sostengo con más facilidad. Entonces: sí, subrayo que también vivo de escribir/haber escrito libros, aunque no únicamente. Y somos muchos y muchas en Argentina les escritores en esta situación».

¿Es justo que un autor reciba el 10% del precio del libro que escribió? Nos dicen que esa es la única manera de que el negocio funcione. ¿Quien nos dice? Todos los otros participantes. Creo que revisar esa situación es una tarea urgente».

Juan Mattio.

Para Mattio, «vivir de la escritura en este país supondría que un autor puede vender sus textos en el mercado. Y eso no es ni posible ni creo que sea deseable. No es posible porque la cantidad de lectores que tiene la ficción contemporánea argentina es muy limitado. Un libro al que le va muy bien tal vez alcanza a vender 15 o 20 mil copias. Pero son muy, muy pocos. La mayoría apenas puede vender una tirada de 3 mil ejemplares».

Cuando dice que no cree que sea deseable es porque «en la medida que un autor quiere vivir de su escritura se enfrenta a dos problemas: escribir al ritmo que generan sus necesidades (una novela por año, por ejemplo) y además escribir novelas que le interesen al mercado, lo que puede ser una trampa muy peligrosa».

Por otro lado, el escritor y docente remarca que «el autor recibe el 10% del precio de tapa del libro que escribió. En la cadena de producción las imprentas se llevan el 25%, las editoriales el 15%, las librerías y las distribuidoras se reparte el 50%».

Mattio apunta que «el promedio de una novela de ficción contemporánea es de 700 pesos, lo que representa el 5% de un salario mínimo» y señala que esos precios están fijados por los «grandes monopolios editoriales, precio dolarizado del papel, escasa o nula intervención del Estado».

«¿Es justo que un autor reciba el 10% del precio del libro que escribió? Nos dicen que esa es la única manera de que el negocio funcione. ¿Quien nos dice? Todos los otros participantes. Creo que revisar esa situación es una tarea urgente», asevera el autor de «Tres veces luz».

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