El joven filósofo y el viejo Sócrates

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«Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente».
(Miguel Hernández).

Los filósofos de oficio (por supuesto me incluyo) tienden hoy a concentrarse en difíciles problemas, algunos en la intersección de pluralidad de disciplinas, que conciernen al tiempo que nos ha tocado vivir:
¿Cómo afectará al planeta el desequilibrio climático? ¿Qué tipo de sociedades serán las nuestras tras una crisis sanitaria que hace evocar épocas oscuras? ¿Cómo se transformaran las relaciones humanas (erotismo incluido) en un mundo digitalizado? ¿Se hallaran o no los seres dotados de inteligencia artificial en condiciones de emular ciertas proezas humanas? Y un extenso etc.

Sin embargo para todos estos problemas hay nombres designativos de disciplinas: ecología, sociología, cibernética… En algún momento el problema puede derivar hacia la filosofía (suele ser el caso de los físicos cuando se adentran en ciertas aporías de sus disciplinas), pero la mayoría de las veces no es así, y desde luego no se ve en qué se enriquece la cuestión por el hecho de categorizarla como filosófica.

La filosofía, o carece absolutamente de contenido, o plantea problemas cuya temporalidad es meramente ocasional; la filosofía se aprovecha de lo circunstancial para poner sobre el tapete, para hacer que emerja, lo a-temporal. No porque la filosofía no tenga ella misma una fecha de nacimiento, sino en razón de que una vez aparecida (en las costas de Jonia, en una lengua y siglo determinados), trata de algo irreductible a un tiempo, una peripecia o una lengua, trata simplemente de lo que acontece al hombre por el hecho de ser hombre; el ser [del hombre]en cuanto meramente es, por expresarse en la jerga. Trata de verdad de lo no contingente, de lo que no pudiera ser de otra manera, aunque la contingencia sea su envoltorio.

Por ello el joven filósofo, desconfía de que le lleven a interrogaciones, gravísimas sin duda, pero que no conciernen a todo hombre por el hecho de serlo y en consecuencia carecen de prioridad ontológica, son de hecho secundarias. Al joven filósofo solo le atraen aquellas mismas interrogaciones que en sus últimos momentos formula el viejo Sócrates.

¿Y cuando dejan de atraerle? Simplemente cuando deja de ser joven, cuando busca distraerse, cuando la filosofía no es ya soportable, cuando pesa más el tiempo que le consume como individuo que el problema del tiempo como tal. Al hombre como tal, le afecta la naturaleza y le afecta el tiempo; las circunstancias en las que la naturaleza acentúa su agresividad y el tiempo sus inevitables efectos es asunto que concierne a tal o tal hombre, o tal grupo de los mismos.

La perseverancia en los problemas metafísicos, es muestra de razón vital, su desaparición es muestra de abatimiento, su sustitución por otros a los que se da un barniz filosófico es ya casi una impostura.

En estos momentos varios de nosotros nos ocupamos de asuntos en los que cuenta nuestra percepción actual del mundo y tienen gran peso en la vida social, concerniendo indirectamente a millones de personas, pero en tal actividad no nos ocupa aquello que, dice Aristóteles, es objeto de la filosofía : » Una disciplina que se ocupa de lo que es en cuanto es (to on he on) y de aquello que el hecho mismo de ser acarrea».

Y aquí una precisión importante: precisamente porque hace referencia a lo que como humanos nos concierne, la filosofía he de ser cosa de todos. Cada uno, decía hace un momento, es pasto del tiempo, pero relativiza el peso del tiempo en la medida misma en la que lo convierte en objeto de reflexión. De ahí que (una vez que ha surgido) vivir sin filosofía es de alguna manera vivir sin alma.

No se responde a nuestra naturaleza (y por consiguiente hay pobreza) cuando no se ejercitan las funciones, las capacidades innatas, de simbolización y conocimiento que nos distinguen y elevan sobre el orden animal. En una tesis muy clara y muy rotunda: el hombre desea que su especie se renueve, porque desea ver generarse los frutos de la misma; desea que surjan metáforas y fórmulas y tras ellas la reflexión sobre el ser que las forja.

Y eso (como Aristóteles indica) nos pasa a «todos», siendo al respecto variable irrelevante la diferencia entre individuos, la diferencia entre hombre y mujer o la diferencia de razas. Por tanto, pobreza es en general que exista una sociedad en la cual la inmensa mayoría de los que viven en ella estén excluidos de la simbolización y el conocimiento debido a la miseria social, la opresión, la injusticia y la esclavitud.

Autor: Víctor Gómez Pin

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