El Museo de Orsay le dedica una retrospectiva
James Joseph Tissot nació en Nantes en 1836, se formó en la École des Beaux-Arts de París y con el tiempo se convertiría en uno de los artistas más fascinantes y ambiguos (hoy semiconocidos) de la segunda mitad del siglo XIX, a uno y otro lado del Canal de la Mancha. Ha formado parte en los últimos años de varias exposiciones colectivas, pero Francia no le dedicaba una retrospectiva desde 1985 (en aquella ocasión, en el Petit Palais) y ahora es el Musée d´ Orsay el que reivindica su figura.
Fue a finales de la década de 1850 cuando Tissot debutó en París, donde pronto cosechó reconocimiento gracias a sus conexiones con los círculos más influyentes y su querencia por ciertas notas del arte japonés, entonces en boga. En una época en que la capital francesa era todo un crisol creativo y Whistler, Manet y Degas formulaban las imágenes de la modernidad tal y como Baudelaire la entendía, Tissot, casi un dandi, alcanzó pronto popularidad.
Tras la guerra de 1870 y el establecimiento de la Comuna, se trasladó a Londres, donde también logró labrarse una carrera de alto perfil moviéndose entre las clases privilegiadas. Allí adaptó las convenciones de la pintura narrativa británica a la hora de retratar los instantes ociosos de la sociedad victoriana en lienzos poco inocentes que solían albergar varias capas de significado. Fue protagonista de buena parte de su trabajo su compañera entonces, Kathleen Newton, de figura primero radiante y luego más frágil y, a la muerte de ella en 1882, el artista decidió regresar a Francia, donde continuaría retratando a mujeres parisinas en sus distintas ocupaciones (les dedicó la serie Mujeres de París) y también exploraría asuntos místicos y religiosos, en otras series como El hijo pródigo o en cientos de ilustraciones bíblicas que darían gran fama a Tissot en el cambio de siglo.
La muestra de Orsay, abierta hasta septiembre, incide en el contexto artístico y social en que se desarrolló su producción e incluye tanto obras emblemáticas como experimentos audaces; también examina sus procedimientos (técnicas y materiales), los temas y variaciones que le eran más queridos y su constante deseo de expresarse en medios diversos, de la pintura al grabado pasando por la fotografía y los esmaltes. Fraguó Tissot su estilo al calor de la contemplación de Ingres y Flandrin, admiró en su juventud a los primitivos flamencos y a los maestros italianos, a los prerrafaelitas y al citado arte nipón y fue en la década de 1860, ya asentado en París, cuando abrazó la influencia de los que serían pioneros del impresionismo.
Aficionado a todo lo original y ecléctico, levantó críticas por sus ocasionales desvíos hacia el pastiche, pero también fue alabado por lo que su producción tuvo de expresión personal y por moverse siempre guiado por sus propias inclinaciones, camino que llevaría al límite cuando, como dijimos, abandonó prácticamente sus géneros habituales en su regreso a Francia en la década de los ochenta y se dedicó a ilustrar la Biblia, ofreciendo una iconografía renovada de las Sagradas Escrituras que incidiría en la estética de algunos cineastas posteriores.
La fuerza de la obra de Tissot reside en su búsqueda de nuevos enfoques y técnicas a la hora de lograr una alta difusión de sus composiciones; su intuición, o quizá su perspicacia, le dijo que, en una época en que la tecnología podía distribuir imágenes a una escala sin precedentes, el artista tenía la responsabilidad de producirlas.
Como el propio pintor, al que Edmond de Goncourt se refirió como “este ser complejo”, su obra es cautivadora y ambigua a partes iguales. A primera vista, resulta brillante y encantadora, pero un examen más detallado de sus pormenores nos desvela paradojas, sugiere significados ocultos y a veces desconcertantes. Sabía Tissot despertar la curiosidad del observador sin satisfacerla por completo, permitiéndole extraer sus propias conclusiones.
Es interesante rastrear su evolución. Tras un primer periodo historicista en el que algunos le achacaron falta de originalidad, presentó dos pinturas rompedoras respecto a su producción anterior en en Salon de 1864: Retrato de Mademoiselle L.L. y Dos hermanas, obras ambas que se harían extremadamente populares y le valieron a su autor un nombre en la corriente realista. Basadas en la tradición del retrato de aparato, destacan por la elegancia de sus modelos.
Al igual que sus mencionados amigos Whistler y Degas, se nutrió de fuentes diversas, cultivó la hibridación de categorías pictóricas y reevaluó la jerarquía tradicional de géneros. En sintonía con la sociedad burguesa y materialista del Segundo Imperio, fascinado por su propia imagen, se esforzó por representar la belleza que encontraba en rostros, vestimenta y objetos de época.
Innovador pero no revolucionario, sofisticado pero aún preocupado por la plasmación de una cierta grandeza, tanto su personalidad como su trabajo cautivaron a clientes adinerados y aristocráticos y a las clases medias y altas, que le encargaron retratos y escenas de género. Sus pinturas también se difundieron a través de fotografías que se vendían en París y Londres y se exportaron a Estados Unidos, convirtiendo a su autor en uno de los creadores más destacados de su tiempo y, muy pronto, también en un hombre rico.
Tissot formó igualmente parte de la primera ola de artistas franceses que se dejaron inspirar por Japón, después de que este país entablara relaciones con Occidente en 1853 e incluso antes de la Exposición Universal de 1867, a la que los nipones enviaron una delegación y en la que el de Nantes expuso por primera vez. Este autor se convirtió, además, en entusiasta coleccionista de objetos asiáticos y fue maestro de dibujo de Tokugawa Akitake, hermano del último Shogun.
Su amor por esa cultura quedó patente en Mujer japonesa en el baño (1864), obra en la que ofreció Tissot una visión fantástica de un Oriente imaginado mostrando a una mujer europea portando un reluciente kimono. Son abundantes, asimismo, los objetos del país en sus pinturas, sobre todo en las de su época londinense, lo que sugiere que llevó su colección con él a Gran Bretaña o que continuó acrecentándola allí.
Corría el mes de septiembre de 1870 y París se encontraba bajo el asedio de las fuerzas prusianas cuando Tissot, parece que firme patriota, se unió al cuerpo de voluntarios de la Defensa Nacional en el batallón de infantería del Sena. Ese camino emprendieron también otros artistas, como Degas, Manet, Jules Regnault y Joseph Cuvelier. Luchó en Malmaison y registro en sus cuadernos la ferocidad de los enfrentamientos, que tendrían en su recuerdo un impacto vivo y duradero. Es difícil, sin embargo, dilucidar si participó en la Comuna, al no tener de él noticias de un compromiso político tan claro como el de Courbet.
Cualquiera que sea el caso, abandonó el pintor Francia tras la llamada Semana Sangrienta, que puso fin a la Comuna, y en Londres, como explicamos, no tardó en relanzar su carrera. Su reputación lo precedió, pues antes había participado allí en exposiciones oficiales en 1862 y 1864, y desde 1863 colaboraba con el marchante Ernest Gambart, que operaba en la capital británica. Recibiría Tissot, asimismo, una bienvenida especialmente cálida de Thomas Gibson Bowles, editor de la revista Vanity Fair, a quien ya había presentado algunas caricaturas durante el Segundo Imperio.
Renovó en su nuevo hogar amistad con Alphonse Legros, Giuseppe De Nittis y James Whistler, sin embargo, nunca dejó de ser en Inglaterra un exiliado francés y mantuvo respecto a su nuevo entorno cierta distancia, contemplando con ironía la moral victoriana. Obras como Demasiado temprano o Visitantes de Londres reflejan su percepción de las costumbres británicas. Eso sí, se enamoró de los paisajes del Támesis y de las costas, y allí se inspiraría a menudo, fijándose en la unión en estos enclaves del ocio y la industria, de lo trivial y lo bello; esos trabajos llegarían a la Royal Academy y la Grosvenor Gallery.
Sin embargo, también llegaría cierto cansancio: no es raro encontrar piezas muy similares, a veces rayanas en la repetición, aunque ese rasgo favoreció su identificación, popularidad y difusión. En la segunda mitad de la década que residiría en Londres, predominaron en la producción de Tissot los jardines y los parques, escenarios para el francés de escenas entre cautivadoras y enigmáticas.
Las figuras femeninas, inspiradas frecuentemente en la de Kathleen Newton, coparon una presencia importante. Soñadoras, enojadas, muy a menudo, digámoslo, convalecientes o inactivas, se convierten en puntos focales de tramas de las que el pintor, desviándose de los códigos de la pintura narrativa típica de la época victoriana, no proporciona pistas. El espectador puede discernir el esbozo de una narración, pero se enfrenta a imágenes que no se pueden descifrar claramente.
Si ofrecía nítidos detalles de sus objetos, cuidaba los volúmenes, logró un dominio exquisito y atractivo del color y alentaba al público a disfrutar de esos rasgos sin pensar demasiado en sus interpretaciones, aunque en algún caso pecaba de barroquismo. La impresión general que nos produce hoy su obra es que destaca por su ejecución brillante, sus composiciones hábiles, las texturas exquisitas y el cuidado de poses y atuendos, no tanto por partir de fuentes extrapictóricas, sean eventos dramáticos, parábolas o episodios históricos.
A Newton, por cierto, la había conocido justamente en Londres, cuando él tenía 41 años y ella 23. Era divorciada, tenía dos hijos y pronto comenzaron a convivir, convirtiéndose ella en gran fuente de inspiración. Encarnó para Tissot un ideal de feminidad, de belleza joven y radiante pero frágil (pronto sucumbiría a la tuberculosis y la muerte, aunque hasta que falleció no dejó de ser su modelo).
Probablemente en duelo por su muerte, Tissot comenzó a interesarse por el espiritismo y la comunicación con los muertos, de moda entonces en Europa. De hecho sabemos que creyó contactar con Newton en una sesión celebrada en 1885 en la capital inglesa, de la mano del medium Eglington; ese supuesto encuentro lo plasmó en una obra llamada La aparición, en la que conjugó alusiones a escenas fantasmales románticas con otras tomadas de fotografías.
Como decíamos al principio, a su regreso a su país se volcó en los retratos que componen la serie Mujeres de París, que presentó en sendas muestras individuales en París y Londres en 1885 y 1886. Presentó a sus modelos como epítomes de belleza y sofisticación, también seductoras, a medio camino entre muñecas y esfinges. Prestó atención al intercambio de miradas entre mujeres y hombres, y entre estos con el espectador, y los escenarios predominantes de su nueva obra serían los propios del naturalismo: bulevares, tiendas, lugares para el ocio y la esfera social artística.
Tissot, que había reestablecido sus lazos con los círculos literarios galos antes de su regreso a París, especialmente con sus amigos Edmond de Goncourt y Alphonse Daudet, esperaba adaptar esta serie para su publicación y produjo grabados que quería acompañar con relatos de Ludovic Halévy, Théodore de Banville, Alphonse Daudet, François Coppée, Albert Wolff y Guy de Maupassant, pero el proyecto no se concretó. Quizás por el escaso entusiasmo de la crítica: se acusó a estas mujeres parisinas, y al propio artista, de ser “demasiado británicos” y ese fracaso llevó a Tissot a embarcarse en el mencionado proyecto de ilustrar la Biblia, que ocupó los últimos quince años de su vida.
Aquel citado interés del artista por el ocultismo se unió al redescubrimiento de su fe católica. Unos meses después de la supuesta aparición de Kathleen Newton, experimentó otra visión, esta vez del mismo Cristo, en la iglesia de Saint-Sulpice en París y este acontecimiento le llevó a darle definitivamente la espalda a los asuntos mundanos para volcarse en los Evangelios. Su objetivo fue nada menos que reestablecer la verdad de la historia bíblica, distorsionada, en su opinión, por las fantasías de ciertos pintores.
Para lograrlo, viajó a Tierra Santa en 1886-1887, en 1888-1889 y en 1896, buscando los espacios donde redescubrir el verdadero mensaje de las Escrituras. Su afán de autenticidad se fundó en su propia fe y las imágenes que pintó tradujeron sus “visiones”.
270 acuarelas fruto de aquellos esfuerzos (de las 365 que llevó a cabo) se presentaron en el Salon de 1894 y fueron muy populares. Publicadas por la editorial Mame con el título de La vida de Nuestro Señor Jesucristo, fueron todo un éxito de ventas. Tissot fallecería en 1902 en su casa de Buillon, mientras completaba su proyecto de ilustración del Antiguo Testamento.
Exposición
“James Tissot (1836-1902). Ambiguously modern”
MUSÉE D´ ORSAY
1 Rue de la Légion d’Honneur
París
Del 23 de junio al 13 de septiembre de 2020
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