Ramón Lobo: “Vivimos en el clic y el like, y la vida es otra cosa”

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El periodista Ramón Lobo, conocido sobre todo por sus trabajos como corresponsal de guerra y reportero en África, acaba de publicar ‘Ciudades evanescentes’, una mirada desde la soledad, la decepción, la rabia y la melancolía, sobre el discurrir de las grandes ciudades, entregadas al turismo de masas a costa de machacar a barrios y vecinos. “La vida está en las pequeñas cosas”.

“Era el peor de los tiempos; la edad de la locura; la época de la incredulidad; la era de las tinieblas; el invierno de la desesperación”. Quién sabe si Charles Dickens se hubiera quedado con esta parte del inolvidable comienzo de Historia de dos ciudades para describir la situación actual. Lo que sí está claro es que la pandemia ha servido de sustrato al reportero Ramón Lobo para un libro que había decidido dejar en el cajón.

Ese libro es Ciudades evanescentes (Península, 2020), cuyo autor empezó con la idea de reflexionar sobre la soledad que envuelve a las grandes urbes y que ha terminado resultando una suerte de reflexión sobre la pérdida de las ciudades y su capacidad de redención tras el shock sanitario.

¿Cómo un libro que en origen planteas desde la soledad de la vejez termina hablando de un sentimiento general?

Creo que he tenido suerte en muchos sentidos, porque el libro lo comencé hace unos tres años en Nueva York. Por primera vez en muchísimo tiempo me sentí expulsado de una ciudad que sentía muy cercana. Todo fueron detalles que me hicieron pensar “¡vaya mierda de ciudad!”. Fue como si de repente viera todas las trampas de la sociedad en las que no había caído antes: gente que no saluda, que no te da las gracias… Luego me di cuenta de que en realidad venía averiado de Madrid, una ciudad que cada vez sentía más extraña. Así que empecé a escribir una novela que a partir de la página 10 se convirtió en un ensayo basado en ciudades y soledades.

Y justo cuando ya lo tenía terminado llegó la pandemia y mi primera impresión fue que el libro había muerto y lo deseché. Estuve tres o cuatro semanas sin saber muy bien en qué tiempo verbal vivíamos, qué era pasado, qué presente y qué iba a sobrevivir. Y cuando volví sobre el libro vi que no tenía tanto que cambiar, porque no iba a ser un libro sobre la pandemia, sino sobre la soledad potenciada por la pandemia.

¿Te quedaste muy corto en esa primera aproximación a la soledad?

Fue como si un libro que está escrito en el aire de repente tomara raíces, por eso creo que ahora tiene más sentido.

Mientras leía el libro pensaba en el arranque de ‘Historia de dos ciudades’. ¿Vivimos en el peor de los tiempos?

Sí, aunque soy más pesimista cuando escribo que cuando hablo. Cuando pienso y me encierro a mirar adentro me sale un pesimismo latente. Creo que todo es una porquería. Hemos construido una sociedad de mierda, pero existen muchos espacios sobre los que podemos gobernar nuestra vida. El problema es que vivimos en una sociedad donde todo el mundo va por la letra gruesa, se fija en las grandes cosas y ambiciona objetivos que no va a disfrutar nunca. Todo tiene que ser una especie de demostración de poderío sobre la pasarela, cuando la vida es otra cosa.

¿Qué es?

La vida está en las pequeñas cosas, y esas sí las tenemos controladas. Siempre juego con la idea de que cuando vamos a morir tenemos unos segundos de lucidez en los que se nos proyectará la película de nuestra vida. Como el hielo que narra Gabriel García Márquez en Cien años de soledad o el trineo en Ciudadano Kane. En mi caso es la nieve, porque nací en Venezuela, pero llegué aquí con cuatro años y medio y a los siete vi nevar por primera vez. Me causó tal impresión que me tiré sobre ella y me quemó de tal manera que seguramente será uno de esos recursos. Si ahora tuviéramos la oportunidad de ver nuestra película, nos daríamos cuenta de que es justamente a lo que no hemos dado importancia.

¿Las prioridades cambiarán cuando se estabilice toda esta situación?

De la sociedad, no creo. Saldrá más o menos igual. Habrá algunas o varias vacunas contra el virus, pero no contra el cambio climático. Escuchaba en la radio que no hubo memoria de la gran pandemia de 1918, aunque eso también se explica porque coincidió con una gran guerra mundial. Tampoco creo que ahora la vaya a haber.

Alguna lección sacaremos…

Claro. De la gripe del 18 nació la sanidad pública universal. La inventó Lenin, aunque hasta los 60 no cubrió a toda la Unión Soviética y su calidad era una porquería. Y en el norte también nació la ausencia de excesivo contacto. Aquí ya está habiendo cambios fundamentales, como la imposición del teletrabajo, la robótica o la desaparición de muchas profesiones. Y todo esto tendrá efectos en la familia, en el hecho de estar todo el tiempo juntos, de convivir con la gente que te apetece estar o no. También va a potenciar las desigualdades.

¿La palabra esperanza ha perdido su significado?

Parece que muchos gobernantes han pulsado el botón de pausa. A mí me gusta mucho la palabra crisis y cómo la expresan los chinos. Para ellos puede significar peligro, pero también oportunidad. Y una situación como esta es una oportunidad para repensar.

En el libro cuentas que tampoco hay que repensar mucho las ciudades. ¿Basta con volver al modelo de hace 50 años?

Es que todos estos cambios que se van a producir en la robótica hay que ponerlos en favor de la gente. Una forma de repensarlos y vivir de otra manera es apostar por las comunidades pequeñas. Hay ciudades que lo han hecho durante el confinamiento impulsando espacios peatonalizados y más verdes. Recuerdo que cuando Bloomberg llegó a la alcaldía de Nueva York, su mano derecha para el transporte se sorprendió de que, aparte de los parques, no había bancos. Era una ciudad que nunca se sentaba. Muchas veces estos cambios no son tan importantes ni tan caros, tan sólo hace falta voluntad política. Pero en las ciudades no puede haber ideología; los alcaldes de Madrid y Barcelona no tienen que ser un ariete contra el Gobierno.

La cuestión es ver la ciudad que nos dejará la pandemia.

Aquí en Madrid no sólo no se han creado más carriles bicis, sino que los han quitado. Claro, si tú no lo facilitas, la gente no se mueve en bici. En París y otras ciudades es increíble el uso que hacen de ella. Es un problema que afecta a todos. Vivo al lado de la Plaza de Herradores, en puro centro; teníamos un árbol gigantesco que cuidaban los vecinos, y de pronto el ayuntamiento decidió cambiar la plaza y cortar el árbol. Es una maquinaria perversa en contra del ciudadano. Confío que de la pandemia salga una sensación de comunidad, ya no de ciudad sino de barrio. Si fuéramos capaces de defender la plaza o el árbol, crearíamos una dinámica que afectaría quizás a toda la ciudad. Pero soy muy pesimista en cuanto a nuestros gobernantes, porque hasta los que parecía que venían con brío se contaminan enseguida. El problema de todo esto es la especie humana.

Paseando el otro día vi un cartel que decía: “Somos una especie en peligro de extinguir todo”.

Fíjate. Cuando se pararon las ciudades, aparecieron animales por todos lados y surgía el verde debajo del asfalto. Este planeta se recuperaría de la extinción del hombre en poquísimo tiempo. En 30 o 40 años sería un vergel.

¿Es posible alcanzar un equilibrio entre el desarrollo económico y el sostenible?

Debería, porque Finlandia, por ejemplo, demuestra que una orientación verde puede ser muy rentable, y al final el capitalismo busca rentabilidad. Para eso hace falta tener unos gobernantes capaces de imponer una serie de leyes y no buscar el cortoplacismo.

Una de las cosas que me parece más lamentable es que los directivos de las grandes multinacionales tengan acciones además de un salario. Eso hace que se trabaje para aumentar el valor de las acciones, independientemente de la viabilidad de la empresa en el largo plazo. Es lo que ha pasado en las aerolíneas, a las que esta situación les ha pillado en pelotas. El gobierno alemán tiene interés en que Lufthansa no se hunda y por eso quiere poner dinero, para controlar parte de la empresa. Es fundamental cambiar la mentalidad, por eso creo que incluso los partidos políticos de izquierda se mueven con ideas que no creen. Hay que ser mucho más prácticos e ir demostrando con pequeños cambios que hacer las cosas bien también puede traer dinero.

Bueno, uno de los temas que surgió durante el confinamiento fue el refuerzo del sector público.

Es la gran batalla. Teóricamente, medios como Financial Times o The Economist, que son biblias del capitalismo, creen que el sector va a jugar un papel fundamental. En Inglaterra están acostumbrado a una especie de patriotismo positivo, como cuando acabó la Segunda Guerra Mundial y tuvieron que trabajar todos una hora extra. Aquí el sentido patriótico sirve para echárselo a otro en cara, no para movilizar lo positivo, por eso no me gusta la palabra patriotismo.

¿Estamos a tiempo de pagar la deuda con nuestros mayores?

Deberíamos, sobre todo porque yo ya soy muy mayor. Me gusta mucho el sentido africano y asiático de considerar al mayor como una persona a la que debemos tener respeto porque ha trabajado para dejarnos un mundo mejor y nuestra obligación es recoger el testigo y entregar algo mejor. Además, es un problema de egoísmo, porque todos vamos a ser mayores, pero hemos creado una sociedad líquida en la que se vive en el clic, en el like, y no existe nada más. Los que corren por la carretera como locos pensando que Ítaca es la muerte nunca van a llegar y un día se encontrarán con que se ha acabado el camino. Lo importante es pararse y disfrutar.

Para que no se nos olvide, ¿quiénes son los imprescindibles y quiénes los impostores?

En primer lugar, los imprescindibles han sido todos los que han estado en primera línea de trabajo para mantener la ciudad en funcionamiento. Todos tenemos la capacidad para distinguirlos dentro de nuestro entorno: familiares, mayores, los comerciantes de la tienda de al lado. Y los impostores son aquellos a los que se ha visto claramente que no están con la mayoría. No voy a decir políticos, porque hay mucha gente que está haciendo cosas bien en pequeñas ciudades, incluso en Madrid o en el Gobierno. No puedes meterlos a todos en el mismo saco, pero creo que todos sabemos quiénes son los impostores. Cuando vas caminando por la calle, ves muchas tiendas cerradas y la mayoría estaban orientadas al turismo, por lo menos en el centro de Madrid. Creo que tenemos que trabajar más por la comunidad y no tanto por la gente que viene aquí cinco minutos y pasa como los bárbaros.

Autor: Telmo Avalle

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