José Ángel Mañas: «La literatura está convaleciente y sufre mucho intrusismo»

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Según este escritor, «los novelistas, ahora mismo –aunque de esto hace ya muchos años–, sobreviven en buena medida como argumentistas de lujo».

Finalista del premio Nadal en 1994 y ganador del premio Ateneo de Sevilla por La última juerga en 2019, José Ángel Mañas puede presumir de ser un escritor generacional que, como Almodóvar en el cine, marcó a los nuevos escritores de la post-movida en el terreno de la literatura. Su primer libro «no llegaría a nada», le dijo a principios de los noventa un entonces escritor consagrado, de esos santurrones que hoy hace tiempo que han caído en el olvido. Su opera prima, Historias del Kronen, adaptada después al cine, está ahora disponible en Amazon Prime y su nuevo libro El Hispano demuestra que el tigre todavía no ha perdido sus rayas. El que fuera un joven intelectual de biblioteca – y discoteca – es ahora un autor consagrado que se reinventa adentrándose en nuevos géneros. En esta entrevista entenderemos a qué se refería Proust cuando hablaba de la «consanguinidad del espíritu».

— José Ángel, tu novela ‘Historias del Kronen’, no solamente quedó finalista del premio Nadal sino que te hizo famoso en los años noventa ¿qué opinas de la adaptación que ahora podemos ver en Amazon Prime?

— Es la adaptación que concibieron entre Elías Querejeta, como productor, y Montxo Armendáriz, como director. Una visión moralista y descafeinada de lo que era Historias del Kronen. Como objeto cinematográfico, el plano a plano funciona y puede considerarse una buena película. Como adaptación, me parece fallida. No capta ni el espíritu de la época ni el de la novela. Dicho esto, entiendo que haya gente a quien le guste. A mí no me fascinó.

— Soy más joven que tú, pero nací en los ochenta y soy un nostálgico de los noventa. Todo era mejor: el cine, la música, la literatura… ¿cuál ha sido la mejor década de tu vida y cómo viviste la época de la postmovida en Madrid? ¿Queda algo de ese Madrid? A ver si lo puedes expresar en unas pocas palabras.

— Para mí, la mejor década fue la de los noventa, porque coincide con mi juventud, nada más. Supongo que a todos nos pasa: los años en los que fuimos jóvenes nos parecen los más atractivos. Sería complicadísimo resumir aquellos años de la posmovida en Madrid, aunque creo que hay un elemento clave, que era el bar. Ahora que empieza a faltarnos -y quedar por ver que después del coronavirus vuelva a vivirse la vida de bar como la la hemos podido conocer- creo que es el momento de hacer una apología del bar español. Ese ha sido siempre el ágora callejera donde antes incluso de que hubiera parlamento ya se confrontaban las diferentes posturas vitales y ahí triunfaban o morían las ideas a voces en los contadores, con el alcohol haciendo de lubricante social.  Yo el bar que más echo en falta es el bar de música noventero, que era donde se mironeaba y se ligaba. La educación sentimental y estética la gente de mi edad la hemos hecho en esos bares.  Para mí los garitos míticos malasañeros –el Agapo, la Vía Láctea, el Tupperware- siguen siendo los templos de mi juventud. La madalena de Proust para mí es un güisqui con cocacola y el Kronen, en el fondo, una cervecería del montón.  De hecho, mi próxima novela (la publica la editorial Algaida en marzo) se titula Una vida de bar en bar y está dedicada a todos los hosteleros españoles.

— He leído varios de tus libros iniciales; de los últimos creo que voy a comprar el de La última juerga; es el que más me llama porque es de adultos que han cambiado el after y la vida de noche por la tranquilidad y el vino de calidad, y aunque sigan teniendo el espíritu de antes el tiempo pasa. Creo que Bret Easton Ellis fue una de tus mayores influencias e hizo algo parecido con Suites Imperiales, que como sabrás es la continuación de Menos que cero, cuando Clay y sus amigos de Los Ángeles ya son adultos. ¿Has tratado de hacer algo así? Una especie de segunda parte años después.

— La última juerga cierra un ciclo de novelas noventeras, mis primeros textos, que pivotaban en torno al mundo de la noche, la música, las drogas, el sexo. Es una temática que trataron muchos escritores noventeros y no solo americanos, también Irvine Welsh con su Trainspotting o Virginie Despentes con su Fóllame y Vernom Subutex, que es la última serie que he visto, o el primer Houellebecq, escribieron obras en esa línea. Era como algo que estaba en el aire, una sensibilidad de la época. Casi todos han retomado los personajes de sus primeras novelas veinte años después y yo, después de mucho resistirme, hice lo mismo.  Es como cerrar un ciclo.

— Sé sincero, ¿el Premio Ateneo es limpio -con plica- o ya te lo dieron por ser quien eras…?

— Hombre, uno concursa siempre con seudónimo más que otra cosa por si pierdes. Ese es el sentido del seudónimo. Por supuesto que lo he enviado por correo y con plica y cumpliendo todas las bases. Otra cosa es que el estilo de un autor se pueda reconocer más o menos. En todo caso los jurados de los premios están formados por profesionales que votan libremente lo que les da la gana. Yo he participado en varios de ellos y puedo decirte que he tenido broncas importantes y que he defendido lo que he considerado justo. Todo depende de la calidad de los textos que concursan.

— De las series qué están apareciendo ahora, ¿hay alguna que te guste especialmente? A mí me está gustando Cobra Kai y me gustó Narcos, de hecho voy a publicar este año un libro sobre el narcoturismo en Latinoamérica.

— Narcos era muy buena. Vi todas las temporadas, también las mexicanas. Me han gustado mucho Vikingos y The Last kingdom. Y ahora estoy viendo El colapso, que está fantástica. Como serie noventera, Vernom Subutex es estupenda, aunque echo en falta un poquito más de erudición musical. Me da la sensación de que Despentes entiende mucho de sexo, pero poco de música. O por lo menos esa es la sensación que me deja la serie.

— De haber empezado recientemente a escribir ¿crees que hubieran funcionado tus libros tan bien entre el público como lo hicieron en los noventa? ¿cómo crees que está ahora el panorama – si pudieras hacer una comparativa – con como estaba hace veinte o treinta años?

— El interés de los noventa iba mucho en ese realismo salvaje, crudo, muy punki, que recreaba con autenticidad lo que estaba pasando en la noche de muchas ciudades. Ahora eso creo que se vehicula mucho más por el trap, por ejemplo, o por series como I may destroy you. La literatura parece haber abandonado esa vía. Yo he ido derivando, con la edad, hacia lo histórico. Aunque lo alterno con el realismo: en marzo publicaré Una vida de bar en bar y el año que viene volveré al realismo con una historia sobre una boxeadora vallecana.

— A mí me da la sensación de que en este mundo de la imagen en que vivimos más que escribir ahora hay que saberse vender. Tener un buen libro o ganar un premio no garantiza lectores. Antes comprabas un libro porque creías que te iba a entretener, ibas a aprender o te ibas a identificar con los personajes, quizá incluso porque había recibido buenas reseñas o te gustaba un determinado género. Hoy en día vende más libros una influencer o un YouTuber de los que puede vender un autor consagrado como tú. Tiene más éxito el personaje que el escritor. ¿Ha muerto la literatura o está convaleciente?

— Has descrito muy bien el panorama. La literatura está convaleciente y sufre mucho intrusismo. No solo youtubers y actores, sino políticos, deportistas, presentadores de televisión. Todos ellos tienen derecho a publicar sus biografías y sus novelas, por supuesto. El problema no es ese. El problema es que ocupen mayoritariamente el espacio comercial. De todas formas, es lo que hay y hay que entender a los editores. Editar es un negocio y es importante que las cifras cuadren.

— Sin embargo, la gente necesita que le cuenten historias. Los videojuegos son cada vez más sofisticados narrativamente y la gente está enganchada como nunca a las series. ¿Serán (seremos) meros guionistas los escritores del futuro?

— Los novelistas, ahora mismo -aunque de esto hace ya muchos años-, sobreviven en buena medida como argumentistas de lujo. Pero, vamos, eso no es ninguna novedad. Lo que está claro es que las series son las ficciones que están haciendo ahora mismo la labor que pudo hacer en los noventa la novela. Hay que rendirse a la evidencia. El tiempo que antes teníamos para leer era antes de ir a la cama. Ahora lo dedicamos a ver dos o tres episodios de cualquier serie. Eso por no hablar de las redes sociales, que parasitan buena parte de la jornada. Entre una y otra cosa, la literatura, por el momento, parece haberse quedado sin espacio. O con muy poquito espacio. Mi impresión es que ahora luchamos por esos quince minutos que los lectores de libros todavía emplean, después de sus series y una vez acostados, antes de echarse a dormir.

— Y, por último, de tu prolífica producción, ¿podrías destacar lo que consideras tu mejor obra hasta la fecha?

— De las clásicas, Ciudad rayada. Del ensayo, La literatura explicada a los asnos. De lo más reciente, Conquistadores de lo imposible en lo histórico, y Una vida de bar en bar en lo realista

Autor: Santiago Alonso Buers

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