El título correcto debió ser «Corre de Conejo»

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Harry Angstron me pareció un personaje notablemente dibujado por Updike… Logra que uno lo deteste; en mi caso, aborrezco a estos seres indecisos, timoratos al extremo, ya que ninguna de sus acciones es sostenida por mucho tiempo… Se mueve por esa línea entre la rebeldía (vaya uno a saber de qué y hacia quién o quiénes) y la cobardía más nefasta. Al igual que otros personajes literarios idénticamente odiosos, como Madame Bovary, Nora Helmer y seguramente otros más, que se dedican a perturbar a los que no lo merecen y jamás se hacen cargo de sus propios errores, Harry pasa del remordimiento, tan volátil y transitorio como falaz, a la repetición del error que lo llevó en primera instancia a ese remordimiento previo, reanudando así el círculo de su infantil sentimiento de inconformidad ante la vida. Es egocéntrico, pueril, un idiota angustiado, igual que la repugnante Nora Helmer.

Sus gritos de ayuda no son producto de excavaciones metafísicas, no ahondan jamás en ninguna angustia existencial, ni, por el contrario, en ningún acontecimiento concreto, en algún trauma; no existe algún jirón del alma desgarrado en el pasado como para justificar sus conductas; sólo se limitan a herirse a sí mismos (y con notable celeridad curarse a sí mismos) y a todos aquellos que los rodean pero de una manera vil, ya que son personajes sumamente ciclotímicos, pero, sobre todo, pusilánimes. Ofenden (a sus seres queridos y, sobre todo, a aquellos que son débiles y que le son fieles y les perdonan) y luego piden disculpas. Se van pero luego vuelven. Son como quinceañeras ofuscadas, histéricas, que están descentradas y cuyas actitudes responden más a impulsos propios de una especie de ente semi-imbécil que a un ser consciente de sus actos y seguro de ellos.
Insta a su mujer, a quien desprecia, a beber alcohol de nuevo, justo después de haberla abandonado, justo después de haberle reprochado su conducta de persona débil y viciosa. Luego comete el mismo error y cuando parece en algún tramo que asume parte de su responsabilidad en el trágico suceso de la bañera, más tarde y en el momento menos apropiado, reconduce la culpa hacia la otra persona, hacia la misma a quién él mismo empujó, en un acto de total egoísmo, a caer nuevamente en el mal hábito.

Updike escribe muy bien. Se demora en detalles insólitos y su prosa resulta cargada, altamente expresiva. Sus criaturas se mueven en una suerte de infierno terrestre, en el aburguesado extrarradio de Pensilvania, un suburbio de casas de ladrillos rojos y gente que se aburre y que abreva el hastío a grandes sorbos, como en casi todas las pequeñas comunidades. La ciudad, o las ciudades, mejor dicho, provocan en uno una distracción permanente, un estado de alerta, una especie de bifurcación constante de los sentidos… Con todo su veneno a cuestas, sirve de tónico -que muchas veces termina por devorarnos, por aniquilarnos- pero que, al menos, no produce ese estado de incomodidad que se experimenta en los sitios silenciosos, en los arrabales que rezuman raquíticos dramas familiares y representaciones mediocres de las vidas conyugales con todos sus nimiedades y todas sus luces… Tal vez a Harry «Conejo» Angstrom le haya caído esa loza encima, ese cielo azul y esas colinas y esos escapes en auto no sirven de nada cuando uno carga sobre sus hombros el agobiante peso de la vulgar existencia y se pierden en una indecisa niebla todo horizonte y toda esperanza.

Autor: Nikkus

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