Eva Valero: «Cuando se tilda a Benedetti de autor cursi se está cercenando su obra»

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Decía Mario Benedetti que «el futuro es un niño desnudo/ y en consecuencia ufano imprevisible/ cuando menos lo esperas/ te coloca una rosa en la oreja/ o te orina inocente la calva». En este 2020, más cercano al reguero de orines que a los arreglos florares, el poeta habría cumplido cien años. Las celebraciones del centenario se han visto —como todo— forzosamente reducidas, pero en absoluto anuladas. El espai La Rambleta de Valencia dedicó una de sus jornadas de Futuro imperfecto a Benedetti, en parte como cortesía por haber tomado su nombre del citado poema, en parte como reivindicación. Porque aún persiste, ya lo sabrán, esa imagen de Benedetti como un poeta cursi que hace las delicias de imberbes acaramelados, pero poco más. 

Eva Valero (Alicante, 1975) suspira cuando aflora el adjetivo: «Cursi», parafrasea, como un mantra. La directora del Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante lleva años tratando de demoler el mito. Conoció al poeta, le hizo de chófer y lo más relevante: ha estudiado su obra en profundidad. Por eso sabe que el suyo es un legado mucho más rico, prolífico (ochenta obras como ochenta soles) y complejo que lo que creen muchos de los que le juzgan. Con el objetivo indisimulado de que deje de mirársele por encima del hombro, Valero debatió sobre esos prejuicios que llevaron a premiar poco a Benedetti, curiosamente, porque se vendió y se leyó mucho. «Lento pero viene, el futuro se acerca despacio pero viene», se tituló la jornada que, en el fondo, quiso conjugar la esperanza de otro verso, más necesario en el año que acaba: «Quiero pensar el cielo cuando estaba/ sin boquetes y sin apocalipsis». 

Dos preguntas de orígenes: ¿Cómo llega Benedetti a Alicante? ¿Cómo llegas tú a dirigir el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti? 

Empiezo en el año 2012. El centro lo fundó José Carlos Rovira en 1999 y lo dirigió mi compañera Carmen Alemany durante doce intensos años. A partir de aquel momento me tocó a mí el relevo, y llevo ocho años al frente.

¿Cómo llega Benedetti a la Universidad de Alicante? En los años noventa, porque había un estudiante, Rafael González, que realizó la tesina sobre su dramaturgia. Esa tesina la dirigía mi maestro Rovira. Rafa empezó una relación epistolar con Benedetti para hacerle preguntas, lo normal, estás trabajando en un autor en vida y decides lanzarte a enviarle la primera carta. Así se creó una relación epistolar muy bonita entre ellos, que incluimos en la exposición Mario Benedetti y la Universidad de Alicante (1990-2003): defensa de la alegría. A raíz de ello el profesor Rovira invitó a Benedetti al acto de la defensa de la tesina, y de paso a un recital. Por entonces, yo aún ni estaba estudiando en la universidad, así que toda esa primera etapa me la perdí.

Desde ahí se genera una relación muy estrecha con el profesor Rovira, con Carmen Alemany, que era muy joven también y empezaba a dar clase… una relación que es tanto académica como personal. Se gesta una amistad profunda, y Benedetti empieza a venir todos los años a la Universidad. Vino a un seminario precioso que se titulaba Un creador nos introduce en su mundo, a inaugurar la Universidad permanente de mayores, a dar una conferencia, a participar en un recital a dos voces con Daniel Viglietti; a dar el honoris causa en 1997; a dar la primera biblioteca de autor Miguel de Cervantes… Es decir, cada año había una ocasión para traerle.

Toda esa trayectoria de Benedetti en la Universidad de Alicante la recogimos en 2014 en la mencionada exposición, cuando se cumplían cinco años de su fallecimiento. Hicimos todo el recorrido con el material fotográfico, hemeorográfico, grabaciones… Este año, con el centenario, pusimos de nuevo la exposición en una de las salas culturales de la universidad, y ante la situación pandémica, también creamos la versión de la exposición online para dar acceso a todo el mundo. Los técnicos de cultura han hecho un trabajo fantástico porque se puede ir accediendo a todo el material e incluso escuchar a Benedetti recitar cuando llegamos a un panel que contiene un poema suyo.

Alguna vez has destacado que el reconocimiento, digamos, «académico» de Benedetti tardó bastante en producirse, aunque fuera un poeta muy vendido y querido por el público. ¿Qué papel jugó su nombramiento como honoris causa en su aceptación académica?

Justo esta semana volvía a ver la entrevista que le hacían en A Fondo de TVE, aquel programa mítico en el que citaron a todos los escritores latinoamericanos de aquel tiempo. En él hablaban de la crítica literaria de Benedetti en 1978, y se muestran dos volúmenes del momento: uno publicado en Uruguay y otro en la Casa de América de la Habana, porque en ese año él está exiliado en Cuba y en 1980 llega a España. Es decir, que en 1978 ya había algunos estudios publicados sobre su obra.

En 1997 la Universidad de Alicante le nombra honoris causa por primera vez, y ese mismo año lo nombran también en la Habana, en Valladolid… Y más tarde en otros países y universidades. Nosotros fuimos, por tanto, los pioneros. Yo asistí al congreso como alumna, estaba terminando la carrera y me hacía mucha ilusión. Estaba Benedetti, estaba Roberto Fernández Retamar y otros muchos escritores arropándole, y también muchos profesores e investigadores internacionales, más de cien ponentes. El volumen que surgió del congreso se tituló Inventario Cómplice, y para Benedetti fue muy importante porque supuso su entrada en el mundo académico en España. Tenía muchos lectores, pero como suele ocurrir, eso generó el prejuicio de que el que tiene muchísimos lectores es poeta de masas. Enseguida se creó un recelo hacia esa poesía, porque la poesía siempre tiene que estar en una torre de marfil…. Benedetti estuvo muy agradecido con la Universidad de Alicante por esa gran labor crítica que sobre su obra se compuso y publicó a raíz del congreso. Y la Universidad de Alicante, lógicamente, correspondió con creces a ese agradecimiento.

Además de venir todos los años, su generosidad fue una constante: por ejemplo, cuando se creó la primera biblioteca de autor, en la Biblioteca Virtual de Miguel de Cervantes, donó su voz, textos, materiales; nos cedió su nombre para fundar el centro de estudios; y el acto de generosidad más grande fue en el año 2006 cuando donó su biblioteca personal de Madrid a la Universidad de Alicante, un auténtico tesoro. Poco tiempo antes había regresado definitivamente a Montevideo. Desde el fin de la dictadura compartía su vida entre Montevideo y Madrid, medio año en cada ciudad. Y cuando enfermó su mujer, nuestra querida Luz, se trasladó definitivamente.

Eva Valero para jd 1

¿Qué clase de tesoros legó Benedetti, de su biblioteca? Cuéntanos alguna curiosidad sobre sus anotaciones, libros… ¿Cuáles de ellos son de acceso para el público hoy en día? ¿Qué clase de hallazgos puede encontrar el lector, que no supiera?

La biblioteca es accesible a todo usuario y, además de ser un catálogo muy rico en literatura hispanoamericana muy importante, contiene parte de lo que es la biografía más personal de Benedetti. ¿Qué hacemos cuando subrayamos un libro y anotamos? Dejamos parte de nosotros mismos ahí. Nos estamos fijando en lo que nos interesa de verdad. Entrar en esa biblioteca es como si entraras en la cocina del escritor porque empiezas a ver todas las relaciones que se estaban fraguando entre escritores de su época, la generación de los poetas comunicantes. Benedetti, por ejemplo, subraya un verso de Juan Gelman que después reescribe a modo de homenaje como juego intertextual con ese poeta. O podemos ver un prólogo de Julio Cortázar sobre Juan Gelman y luego encontrar que Benedetti lo cita en uno de sus artículos, y que lo tenía subrayado. Ni qué decir de las anotaciones en los márgenes que siempre tienen su curiosidad e interés para reconstruir ideas, relaciones, convicciones.

Benedetti utilizaba la biblioteca como muchos hacemos, como un contenedor: en los libros introducía fotos, cartas, pequeños papelitos para un recital donde anotaba los números de página de los poemas que iba a leer. Por tanto, se trata de un material que nos da la pista sobre qué poemas le eran sus predilectos o pensaba que tendrían mejor acogida al ser leídos… En la última página de algunos libros encontramos también haikus inéditos, el borrador de un cuento o un poema con tachaduras… En definitiva, la biblioteca guarda muchísima intimidad del escritor.

También, las dedicatorias que hay a Benedetti en la biblioteca son una delicia de descubrir y de leer y además nos dan la medida de, como lo llamaba él, «los vasos comunicantes entre escritores». Ahí vemos dedicatorias tanto de escritores latinoamericanos, muchos de su generación, como Retamar, Juan Gelman, Jaime Sabines, Nancy Morejón, José Emilio Pacheco, Gonzalo Rojas, Roque Dalton, Nicarnor Parra, y otros como Sergio Ramírez, Monterroso, Antonio Skármeta, Álvaro Mutis… pero también de escritores españoles: Caballero Bonald, Ángel González, Benjamín Prado, Luis García Montero, Juan Cruz, Maruja Torres,  etc. Lo curioso también es que hay dedicatorias de personajes públicos que no son escritores. Tenemos dedicatorias de Gregorio Peces-Barba, de Jorge Valdano, Gila, de Paco Rabal

El centro no tiene solo una labor expositiva para el público, sino una labor de investigación, para acoger investigadores que estudian la obra de Benedetti y que de alguna manera buscan descubrir nuevas facetas.

Sí, el centro no es sobre Mario Benedetti exclusivamente. Él además lo dejó bien dicho, que quería un centro latinoamericanista que tuviera muy en cuenta la investigación de la cultura y la divulgación a la sociedad. Era una persona absolutamente comprometida con la sociedad y no quería un centro exclusivamente académico sobre él. Nosotros tratamos de realizar una actividad muy amplia que contemple ambas dimensiones: por un lado, la académica e investigadora, que desarrollamos con nuestros alumnos y trayendo a profesores y a escritores en una actividad continua. Por otro, la de divulgación de la literatura y la cultura latinoamericana.

Recibimos a investigadores que vienen de América latina, y también de España. En algunos casos vienen a estudiar a Benedetti, y en otros a realizar estudios y trabajos de investigación sobre los más diversos temas de la literatura latinoamericana. Por nuestra parte, tenemos cantera de alumnos que hacen sus trabajos de fin de grado o de master sobre su obra, como también por supuesto sobre otros muchos autores. Benedetti sigue despertando mucho interés, y la biblioteca les aporta nuevos ángulos para la investigación.

¿Cómo conociste tú a Benedetti?

La primera vez que le vi fue en ese año 1997, siendo alumna asistente al mencionado congreso. Después ya empecé a introducirme en el grupo de literatura hispanoamericana de la UA, con mi tesis doctoral. El caso es que poco tiempo después el profesor Rovira me mandó a buscar a Benedetti al hotel para llevarle a una actividad en el campus. Allí fui, nerviosísima, directa al hotel cuando no había móviles por si ocurría algún imprevisto. Llegué y le pedí al recepcionista que llamara a Benedetti, y nada, no bajaba de su habitación. Me aumentaban los nervios y seguía sin bajar, hasta que no tuve más remedio que subir a tocarle la puerta de su habitación. Infructuosamente, porque tampoco contestaba. El sofoco iba en aumento, pensando en que iba a volver al campus sin Benedetti. Al rato abrió la puerta y dijo «¡Ay! ¡Algo escuché!». Estaba jugándose el Mundial de fútbol, jugaba Uruguay, y lo tenía puesto tan alto que no nos había escuchado [risas]. Entonces ya me tranquilicé y subió en un coche muy antiguo que tenía yo de estudiante, que era de mi abuelo. Le cayó en gracia el coche y su historia, y cuando llegó al campus le dijo a Rovira que a partir de ahora no le mandara ningún coche oficial, porque solo quería ir con el del abuelo Ataúlfo de Eva Valero [risas]. Por eso yo decía de broma que me convertí en su chófer, porque efectivamente le llevé por todas partes, entre el campus y la ciudad… A mí me encantaba. Fíjate que él era asmático y ese coche no tenía ni aire acondicionado ni nada y en pleno verano… pero él quería ir igualmente.

Juan Cruz ha contado en alguna ocasión que a Benedetti le gustaba mucho darse baños de masas con sus lectores, eso de ser «una estrella del rock», y en la Feria del Libro de Madrid iba haciendo muescas de cuántos libros firmaba…

Yo creo que a lo mejor lo hacía por aburrimiento [risas]. Él era una persona sencillísima, con muchísima humildad, una estrella del rock tiene un ego y unas ínfulas que Benedetti no tenía en absoluto. Cuando le veías firmando autógrafos y dedicatorias a filas larguísimas, intuías una resignación. Por eso quizás lo de los palitos era aburrimiento, porque las colas eran inmensas. O tal vez la burocracia de la que laboralmente provenía pueda ser otro motivo. En todo caso, era una persona muy a ras de tierra.

Muchas veces se dice eso de que Benedetti fue un poeta masivamente leído, pero poco premiado. ¿A Benedetti se le escapó el premio Cervantes?

Sí. Me ha dado permiso Rovira para contarlo, porque él estuvo en el jurado del Cervantes. Benedetti fue muy premiado desde joven en su país, no sé cuántos premios llegó a ganar, pero al final los rechazaba y todo, a veces por motivos políticos.

Pero hablando en serio, el más importante que consiguió fue el Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía. Ganó también el premio Internacional Menéndez Pelayo, el José Martí… Quedó finalista del Cervantes en 2004 y también en 2005, cuando lo ganó Sergio Pitol. En aquel año Benedetti era ya muy mayor, o lo ganaba o se le escapaba. Rovira cuenta que aquello fue motivado por «un club de exquisitos» que no le perdonaba a Benedetti su pasión política, social, comunicativa, su forma de escribir… Rovira concluye que al final fue el premio Cervantes el que se quedó sin Mario Benedetti. Yo creo que su mayor premio son los lectores, al fin y al cabo.

Aunque fue y es un poeta respetado, hay cierto sector del público que sufre una especie de «distanciamiento» con él, llegada cierta edad. De alguna manera se le considera como un autor para adolescentes, o para iniciarse en la poesía, quizá demasiado cursi… 

Benedetti sigue sufriendo muchos ataques. A un escritor no se le perdona bien tener muchos lectores y se le trata de tildar de cursi. Hace poco escuchaba a Alberto San Juan en À punt, dándole la vuelta a esa palabra, para incidir en la «ternura y el humor», algo muy destacado en la obra de Benedetti, aunque muchos no lo crean porque conocen solo unos pocos poemas. De hecho, leí un artículo que decía algo así: «Dos de las facetas más desconocidas de Benedetti: el humor y…», tan ilustrativo sobre el desconocimiento de su obra, pues nos hartábamos de reír en los recitales. El humor está impregnando toda su obra.

Pero volviendo a la palabra «cursi», que tiene mucho que ver con la vigencia de Benedetti. Rovira, en un texto que escribió para la Casa de América, explica que más allá de que a uno le pueda parecer cursi o tierno, lo cual entra en la subjetividad del lector, Benedetti logró uno de los lenguajes del amor más efectivos del castellano. Efectivo porque llegó a tantísimos lectores en el mundo, y está traducido a cuarenta idiomas de las diferentes culturas. Eso es indiscutible.

Cuando se tilda a Benedetti de autor cursi, o de autor para jóvenes exclusivamente, se está cercenando mucho su obra. Se le juzga más por lo que corre por las redes sociales, que es sobre todo una pequeña parte de su poesía amorosa. Pero Benedetti es muchísimo más, a mí me gusta su poesía amorosa como me gusta su poesía sobre el tema del exilio, el desexilio, el tiempo, la muerte… Si me permites, leemos unos versos del poema «Hombre preso que mira a su hijo»:

Botija, aunque tengas pocos años,
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides, por eso
no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones.
Todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos miran hipnotizados
son durísimos golpes, son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte,
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló o puteó como un loco
que es una linda forma de callar
que tu viejo olvidó todos los números,
por eso no podría ayudarte en las tablas
y por lo tanto olvidé todos los teléfonos
y las calles y el color de los ojos,
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina y en qué bar,
qué parada, qué casa.

Uno lee esto y piensa: dónde está la cursilada. Tengo la impresión de que está perviviendo un solo Benedetti, el un puñado de poemas amorosos, que tampoco merecen esa descalificación. Por eso me gusta mucho lo que ha dicho Serrat en la antología de Alfaguara, que ha intentado compendiar a «todos los Benedetti que Mario llevaba en su mochila»: al Benedetti del amor, al Benedetti del exilio, al Benedetti del compromiso, al Benedetti que reflexiona sobre el tiempo y la vejez, al Benedetti en toda su dimensión. Pero es que, además, más allá de la poesía, están sus otros géneros, porque los abordó todos. En aquella entrevista de A Fondo, dice: «Yo primero soy poeta, después va el cuento, después el ensayo, luego vino la novela».

Los cuentos de Benedetti son una maravilla, los de Montevideanos, los de Despistes y franquezas… son todos unos relatos de una altísima calidad literaria. En ellos, además, vemos el Montevideo gris, burocrático de los años cincuenta y sesenta. El Montevideo de La tregua. Sus novelas Gracias por el fuego o Primavera con una esquina rota son testimonios de cada una de las épocas donde se puede ver cómo va cambiando Uruguay, están tratados los temas del exilio, del desexilio o la tortura de una forma magistral. Y luego los ensayos, que son maravillosos. Yo reivindico totalmente al Benedetti ensayista, que aborda tanto temas literarios como los problemas de la época. Hay algunos que son maravillosos, como La realidad y la palabra, que es un monumento de filosofía literaria explicada con esa claridad con la que él escribía poesía, pero, además, con una perspicacia, con una agudeza, con una finura en los análisis de los temas literarios, del escritor latinoamericano y la revolución posible… sin parangón. También tiene ensayos sobre La convalecencia del compromiso, que son textos absolutamente reveladores de la actitud literaria y de los ideales que tuvieron no solo él sino toda su generación. Yo creo que hay que leer al Benedetti ensayista y sacarlo de esa reducción a la que, creo, se le está abocando.

¿Se le está abocando o ha estado siempre ahí? 

Yo creo que en su época la poesía del compromiso fue absolutamente rigurosa. Hay una coyuntura histórica que ensambla al creador y su contexto, y uno podría pensar que el éxito del Benedetti de la canción (que, como dice Serrat, es el más cantado), tiene que ver solo con esa coyuntura histórica. En ese tiempo las novelas también fueron muy leídas.

Pero sobre la vigencia de Benedetti, quiero llegar a una cuestión paradójica: la generación de Benedetti es la de la de la poesía coloquial o conversacional, esa poesía que trabajó una nueva estética basada en el lenguaje de la calle, las frases hechas, los refranes, la realidad. Él tenía ese interés absoluto por la comunicación con el lector, «mi prójimo próximo». Quiso ser reclutador de prójimos en esta generación que, como decía Benedetti, quería aludir al lector y no eludirlo. Hasta tal punto, que muchos de ellos quisieron quitar toda la importancia al autor. De hecho, José Emilio Pacheco tiene un poema que se titula «En defensa del anonimato». Ellos querían ser transmisores del mensaje, transformar al lector… Tenían esa visión poética que hoy en día no estaría de moda, porque en ella el autor no tiene la mínima importancia, se tiene que fundir con esa masa lectora.

Paradójicamente, uno de los poemas que más corren por la red, que ha sido recitado por mandatarios, políticos, artistas, que está en letras de tangos, de raperos, etc. es el famoso «No te rindas», ¡Y no es de Benedetti!. Estamos cansados de desmentirlo desde la Fundación Mario Benedetti y desde el Centro Benedetti de la UA. El poema utiliza los mismos resortes de «No te salves», pero Benedetti no habría escrito jamás «No te rindas, por favor». Quienes conocemos a fondo la obra de Benedetti lo sabemos de sobra. ¿Por qué corre ese poema con tanto éxito? ¿Lo habría tenido si no se le hubiera atribuido a él? Probablemente no.

Hoy leía una entrada en internet de alguien que dice ser el autor de ese «No te rindas», y lo explica. De hecho, pone la versión original. Dice que nunca lo desmintió porque se sintió muy halagado y pensó que el poema no podía ser tan malo si se le atribuía a Mario Benedetti. La paradoja es esa: que al final, es la marca Benedetti la que hace que ese poema se difunda de esa manera, cuando ellos, los poetas de su generación, en sus bases fundacionales e ideológicas del hecho poético, o si se quiere, en su arte poética, querían borrar las huellas del autor.

Juan Gelman dijo que, al margen de su calidad literaria o no, «deberíamos agradecer que alguien haya ganado tantos lectores para la poesía». 

A mí me parece que es uno de sus méritos porque la poesía es un género que, aunque hay antecedentes de poetas más apegados a la realidad y a la coloquialidad, se considera difícil, elitista, que debe costar de interpretar. Benedetti consiguió encontrar una estética que tiene una gracia, ese algo que consigue atrapar, seducir al lector, provocarlo, no solamente sentimentalmente, sino también ideológica o intelectualmente. Si es un pecado para alguno, pues bienvenido sea.

Estoy de acuerdo con Juan Gelman en que él consiguió acercar el género poético a muchísimos lectores. Más allá de que te guste o no, lo cual entra en el ámbito de la subjetividad, creo que es algo que hay que reconocerle. Su generación, en general, hizo ese planteamiento. Como dijo Nicanor Parra, «los poetas bajaron del Olimpo». Hay un poema que se titula «Semántica», del poemario Quemar las naves, donde Benedetti habla de la que la poesía debe «desolimpizarse». Le gustaba mucho hacer neologismos, en este caso vinculado con Nicanor Parra. Todos consiguieron muchos lectores en esa generación, pero Benedetti muy en particular. De hecho, fue un objetivo muy deliberado, un reto expresado en más de una ocasión.

Hay un libro que se titula Los poemas comunicantes en el que él entrevista a todos los poetas de su generación. Y hay un momento de las entrevistas en el que les pregunta a todos lo mismo: «¿Haces alguna concesión estética, es decir, rebajas la exigencia estética para la comunicación con el lector?». Y todos responden que no, que trabajan una nueva estética.

Como dice Roberto Fernández Retamar, no hay que confundir sencillez con simpleza. Y ello lo ejemplifica con los versos de José Martí, el gran poeta cubano. De hecho, Benedetti le dice: «¿La sencillez para ti es una forma de meterte en honduras, en profundidades?». Es interesantísimo ver todas estas entrevistas y sobre todo irse al prólogo y ver cómo Benedetti se queja de que el boom de la literatura de los sesenta fue narrativo y dejó relegada a la poesía. Él quería que la poesía cruzara esos límites y se hiciera de masas… Pero claro, eso lo escribió en 1972, y aún no habían llegado las décadas de superventas. Al final, protagonizó lo que reclamaba en aquel prólogo con respecto al género poético.

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Hasta Montevideanos, Benedetti tuvo que autopublicarse sus primeros libros, hasta que el sector editorial reconoció su valor ¿Está, en tu opinión, la poesía ligada a ese «malditismo» de tener que luchar más que la narrativa para encajar en la industria?

Claro, pero ¿qué escritor empieza publicando en grande? Eso también lo plantea Cortázar en la entrevista de A Fondo, cuando le dicen que los del boom tuvieron las editoriales a sus pies. Él explica maravillosamente que no fue así, que empezó pagando las ediciones, pasándolo muy mal, sin un duro… «El boom vino después, las editoriales vinieron a nosotros mucho después», dice. Si eso ocurre en narrativa, imagínate en poesía. Claro que Benedetti se empezó publicando él mismo hasta que consiguió dar el salto y vencer esas barreras.

Es apabullante la cantidad de obra que genera, aún hoy, la obra de Benedetti. Adaptaciones teatrales, musicales… Pero, ¿qué estamos pasando, qué aspecto de Benedetti habría que reivindicar?

Pues efectivamente es apabullante… Yo recibo una cantidad de correos para ofrecer obras teatrales, funciones de todo tipo, impresionante. ¿Pero qué es lo que hace falta? Leerlo entero [risas]. Leer todo lo que parece que se está quedando un poquito atrás, como te he comentado antes. A Benedetti hay que juzgarlo en la medida de su obra, no solo por unos pocos poemas amorosos.

Recuerdo que una vez, estando Benedetti en Alicante, Benedetti me contó que le cansaba que le siguieran pidiendo el «Te quiero», y es que notaba que se le estaba encasillando, que se le empezaba a identificar con cuatro poemas. Él mismo decía que su obra era mucho más.

Cuéntanos, para terminar, la historia del poema «Zapping de siglos»

Ese poema lo leyó en el discurso honoris causa en 1997. Dijo que lo había reservado inédito para la ocasión, para responder a tanta generosidad de la universidad de Alicante. Bueno, es un poema muy finisecular. Leeré el principio, porque es muy largo, pero ya se ve que tiene algo de premonitorio y cómo cobra sentido en el tiempo que estamos viviendo:

Ahora que este siglo
uno cualquiera
se deshilacha se despoja
de sus embustes más canallas
de sus presagios más obscenos
ahora que agoniza como una bruja triste
¿tendremos el derecho de inventar un desván
y amontonar allí / si es que nos dejan
los viejos infortunios / los tumores del alma
los siniestros parásitos del miedo?

lo atestigua cualquier sobreviviente /
la muerte es tan antigua como el mundo
por algo comparece en los vitrales
de las liturgias más comprometidas
y las basílicas en bancarrota

lo vislumbra cualquier atormentado
el poder malasombra nos acecha
y es tan injusto como el sueño eterno
por algo acaba con los espejismos
y la pasión de los menesterosos /
archisabido es que sus lázaros
no se liberan fácilmente
de los sudarios y las culpas

Quiero pensar el cielo cuando estaba
sin boquetes y sin apocalipsis
quiero pensarlo cuando era
el complemento diáfano del mar
pensar el mar cuando era limpio
y las aletas de los peces
acariciaban los tobillos
de nuestras afroditas en agraz.

Autor: Bárbara Ayuso

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