Sorolla, el fracaso que le abrió un nuevo camino

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El Museo Sorolla expone 46 obras de carácter religioso que marcaron los primeros años de la trayectoria del pintor

No es muy habitual pensar en Sorolla como sinónimo de pintura religiosa. Habitualmente escuchar el nombre del pintor significa recordar sus paisajes llenos de luz, sus escenas de niños corriendo felices en la playa, de pescadores faenando. Sin embargo, en sus primeros años cultivó una pintura muy fértil y común entre los artistas. Existe, de hecho, una obra que le atormentó: El entierro de Cristo (1885-1887), una pintura de gran tamaño en la que invirtió tiempo y mucho esfuerzo y que en su exhibición en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 recibió unas críticas feroces. 

Todo el esfuerzo que había invertido en aquella pintura se desvaneció y decepcionado y angustiado Sorolla se refugió en Asís junto a su esposa Clotilde García. De la reflexión en torno a aquel fracaso surgió un nuevo camino por el que transitar. Sorolla decidió abandonar aquella obra de siete metros en la que había depositado las esperanzas de un joven pintor en el sótano. El devenir del tiempo hizo el resto y la destruyó casi por completo. Sin embargo, se conservan tres fragmentos que han hecho posible su reconstrucción y sobre ella pivota Sorolla. Tormento y devoción, exposición que reúne 46 obras (30 procedentes de colecciones particulares) fechadas entre 1880 y 1902 que puede verse en el Museo de Sorolla hasta el 9 de enero de 2022.

Primeros años en Roma

‘Un día feliz’, 1892

En sus primeros años Sorolla estudió en Roma, reflexionó en Asís y se asentó en Madrid. Durante esta época la pintura de devoción acompañó al artista en sus indagaciones. En 1883 su obra Monja en oración, con reminiscencias velazquianas, le granjeó su primera medalla de oro en la Exposición Regional de Valencia. Dos años más tarde, en 1885, partió a Roma con una beca de formación. Allí, recibió la “influencia de pintores italianos como Miguel Ángel”, recuerda el comisario de la exposición, Luis Alberto Pérez Velarde. La visita a los sepulcros de los Medici, los monumentos y la escultura antigua supusieron grandes “enseñanzas”.

Para demostrar que estaba aprovechando la beca, el joven pintor tenía que enviar cuadros y trabajos. Entre ellos encontramos obras como El buen ladrón crucificado cuyos “escorzos y anatomía recuerdan a Miguel Ángel”, o Padre José protegiendo a un loco. Sin embargo, es El entierro de Cristo la obra fundamental para comprender esta etapa. “Es curioso porque al certamen se presentan muchas obras y la que gana no es tan impresionante como la de Sorolla”, indica Pérez Velarde. Una de las críticas que le hicieron fue, precisamente, la falta de luz.

Refugio en Asís y traslado a Madrid

‘Costumbres valencianas’, 1895

A Sorolla no le gustaba el ambiente de Roma y a finales de la década de los 80 decidió abandonar Italia para instalarse en Asís, “donde remonta el vuelo, conoce a un marchante de pinturas costumbristas y sus obras más alegres (Santa Clotilde, Toma de hábito) gustan a la burguesía”. Entonces empezó a “manejar la luz de manera concisa y clara”. Es un periodo importante porque a partir de los años 90 “empezamos a ver las escenas de playas y niños que tanto éxito tuvieron en las exposiciones nacionales e internacionales”.

Aunque en Asís encontró un remanso de paz y pudo ordenar su vida, en varias cartas “seguía hablando de la caída como pintor y su maestro, Francisco Pradilla, le consuela”. Sorolla vivió un breve periodo en Valencia, donde se inclinó hacia un costumbrismo refinado y elegante en el que destacan los pasajes de religiosidad popular. A partir de 1894 comenzó una etapa a menudo denominada como ‘costumbrismo marinero’ y en las piezas de esta época se centró en las actividades de los pescadores de las playas de su ciudad. La pieza Un día feliz es, para el comisario, es un buen resumen de este estilo.

Algunas de las obras que se pueden ver en la exposición contienen “estudios de luces magníficos con los que podemos conocer mejor a Sorolla”, incide Pérez Velarde. Por eso resulta importante mostrar estas piezas religiosas que nos acercan a sus primeros años. Además, «algunas se exponen por primera vez, son difíciles de ver porque están en almacenes o en iglesias».

Autor: SaioaCamarzana

Leer más en: El Cultural

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