El teatro como una reivindicación popular

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A 30 años de su creación, la Argentina es el país invitado de honor de esta edición donde la efervescencia del público le hace frente a la crisis.

El sábado pasado, el primero de la programación del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB), que sigue hasta el 1 de abril, los vecinos salieron a la calle y 50 mil personas acompañaron la alegre procesión de actores, bailarines y clowns que desfilaron al ritmo de los redoblantes por la avenida Séptima, desde el Parque de los Periodistas hasta alcanzar la Plaza Bolívar. El desfile ofreció este año, cuando se cumplen 30 de la primera edición, una versión impactante por el entusiasmo con que los colombianos fueron sumándose al cortejo y porque participaron 500 artistas, de 15 compañías locales y dos extranjeras.

Las comparsas rindieron tributo a figuras centrales del teatro colombiano –entre ellas la argentina Fanny Mikey (1939-2008), fundadora del FITB–, mientras el público coreaba y aplaudía a lo largo de una calle atestada de gente en la que se vendían, además, paletas heladas, frutas, globos y artesanías. Así, los habitantes de esta ciudad y los artistas dejaron claro hasta qué punto se sienten parte de este evento cultural, el mayor de Colombia dedicado a las artes escénicas y considerado además el tercer festival de teatro más importante del mundo: más allá de lo que sucede en el entramado de teatros que integran la programación, el FITB es una fiesta inclusiva, una reivindicación popular, tal como deseaba su fundadora.

La actriz y gestora cultural concibió el festival en 1988 junto a su par colombiano Ramiro Osorio en el 450 aniversario de la ciudad de Bogotá como una apuesta conceptual y estética contrapuesta a la violencia que signó la historia de Colombia. Soñaban con integrar artísticamente a los países latinoamericanos y a los mismos colombianos. Tres décadas más tarde, el FITB sirve como argumento de unión.

Este año, habrá cerca de 200 funciones –incluyendo también las callejeras– a cargo de 1200 artistas de 32 compañías internacionales, en una red de 23 teatros y algunas plazas que también sirven de marco escenográfico. Son 48 las obras provenientes de 13 países.

Dos días antes de la fiesta callejera, se realizó el acto inaugural del festival en el Teatro La Castellana –fundado también por Mikey–, al norte de la ciudad. Allí, la compañía argentina de tango de Leonardo Cuello causó excelente impresión con Diamante, domingo, eterno, un espectáculo coreográfico técnicamente impecable, gracioso y cuidado desde el punto de vista estético, que fue precedido por un cóctel que reunió a figuras de la escena local y contó con la presencia del ministro de Cultura argentino, Pablo Avelluto. Es que en esta edición, la Argentina participa en calidad de País Invitado de Honor. La distinción al país, que reconoce su influencia en el campo de las artes escénicas de la región, es a la vez un guiño al país de origen de Mikey, una figura cara al afecto de los lugareños y que sentó las bases para una profunda renovación del teatro colombiano. La legendaria actriz Marilú Marini –que llega como protagonista de una obra y directora de otra–, y el gran dramaturgo y director Mauricio Kartun son dos de las figuras centrales del grupo de más de cien artistas que asume la representación del país.

En el marco de esta grilla variopinta, hay además clásicos revisitados como Medea, una versión de la tragedia de Eurípides a cargo del director Oliver Friljc; Macbettu, versión de la tragedia de Shakespeare de la compañía italiana Serdegna Teatro (en la que sólo actúan hombres), ambas provenientes de Eslovenia, e incluso Pinocchio, una adaptación de Carlo Collodi. Y también otras de gran formato, performáticas y de teatro físico, que impactan en la sensibilidad de los espectadores con una potencia imprevista.

Entre las obras que se vieron en los primeros días del festival, puede mencionarse Per Te, de la compañía suiza Finzi Pasca: un homenaje a la artista canadiense Julie Hamelin, fallecida en 2016, a la que su esposo, Daniele –que ya se había presentado en el FITB con Donka, una carta a Chéjov–, dedica un amoroso tributo. El espectáculo apela a un montaje de circo, con acróbatas vestidos con armaduras de 20 kilos de peso: una metáfora visual de la enfermedad cardíaca que afectó a Julie y por la que su corazón se fue calcificando.

Luego, llegaron la australiana Scotch and Soda, que combina proezas físicas y humor, pintoresquismo circense y algunas notas de jazz; y la española Muaré, de la compañía Voalá, una fiesta psicodélica con banda de rock incluida, con imágenes de círculos lumínicos inspirados en el “Roto Relief” de Marcel Duchamp. España ya había dado que hablar en el inicio con Zaguán y Alento, del Ballet Nacional de España: una obra de alta intensidad dramática con 70 bailarines en escena que ofreció momentos de belleza vibrante. La elegancia y la potencia de las coreografías –algunas con aire de época y otras más bien futuristas–, acompañada por la impecable técnica de las guitarras, demostraron que el flamenco es un género vivo que provoca con sensualidad al futuro. Y muy por debajo de las expectativas, la compañía australiana Stalker Theatre, en colaboración con artistas coreanos, no logró convencer con Pixel Mountain –un show de teatro físico que sumó algún truco tecnológico, como el sistema de mapping interactivo por el cual los artistas interactuaban con las proyecciones que se modificaban en tiempo real. Pero no alcanzó: se vieron números monocordes y carentes de poética.

Otra de las obras a destacar son las eslovenas Simphony of Sorrowful Songs, un homenaje al fallecido dramaturgo esloveno Tomaž Pandur, quien había estado presente en numerosas ediciones del FITB con obras como Scherezade, Infierno, 100Minutos, Barroco, Calígula, Medea y Fausto; y Stabat Mater + La consagración de la primavera, un tributo bailado al coreógrafo Edward Clug. Y por su parte, Colombia incluyó en su programa El Idiota de Chernóbil, basada en un texto colectivo, a partir de la novela El Idiota de Fiódor Dostoievski y apoyada en fuentes como Voces de Chernóbil, de la Premio Nóbel Svetlana Alexiévich y un homenaje danzado a Nina Simone, Negra/Anger, bajo dirección de Álvaro Restrepo. También una adaptación de un cuento de García Márquez, En este pueblo no hay ladrones, de Santiago Merchán, y Máxima Seguridad, con dramaturgia de Piedad Bonnett.

Así, el FITB se renueva con ímpetu y parece empezar a superar la crisis que puso en riesgo su continuidad, allá por 2016, cuando los balances transparentaron una deuda millonaria por parte de la organización del festival. Este año, dos de las grandes empresas de espectáculos colombianas (como Páramo Presenta y TuBoleta), prestaron su apoyo al evento. La respuesta del público, que se tradujo en localidades agotadas, también parece augurar mejores tiempos: se estima que, al momento del cierre, 150 mil espectadores habrán disfrutado de esta edición.

Para el espectáculo de clausura, abierto y gratuito, la compañía francesa Ilotopie llegará con su espectáculo Water Fools, un show sorprendente que mostrará artistas caminando sobre el agua y bicicletas flotantes. Esa visión coronada por fuegos artificiales en el cielo acaso evoque, mediante el lenguaje del arte, que los sueños pueden materializarse, que “en la vida nada es imposible salvo la guerra”. Eso también les enseñó a los colombianos Fanny Mikey.

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