La nueva ‘Ortografía de la lengua española’ ha provocado un aluvión de reacciones muy polarizadas. Pero es el resultado de un enorme esfuerzo de reflexión para lograr una obra rigurosa, cercana y comprensible.
La aparición de la nueva Ortografía de la lengua española no ha dejado indiferente a la sociedad. Las opiniones se polarizan en los dos extremos de la escala. Para unos, la obra es sólida, novedosa, bien fundamentada, coherente, exhaustiva, didáctica. Otros, en el polo opuesto, se fijan en cambios muy concretos y expresan de forma apasionada su desacuerdo.
Paso por alto, claro está, algunas interpretaciones desaforadas que alistan a la Real Academia Española en una cruzada de barbarie educativa empeñada en simplificar la escritura para favorecer a vagos e incultos. ¡Qué desatino! La RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española saben bien que la ortografía no es una cuestión menor. Es el código donde se manifiesta de forma más visible el carácter unitario de la lengua, y posee enormes repercusiones sociales, educativas e incluso económicas. Por eso, han abordado esta obra con enorme cuidado y responsabilidad.
Es el código donde se manifiesta de forma más visible el carácter unitario de la lengua
Cualquier cambio ortográfico se percibe como una agresión que afecta al hábito de escribir
Uno de los asuntos que con mayor asiduidad ha castigado las prensas, que con mayor brío ha cabalgado sobre las ondas y que con mayor celeridad ha circulado por las redes es, sin duda, el problema de los monosílabos con diptongo o triptongo ortográfico. Me refiero a la obligatoriedad de escribir sin tilde voces como guion, Sion, truhan, Ruan, crie, fie, guie, lie, crio, fio, guio, lio, rio, criais, fiais, guiais, liais, riais, crieis, fieis, guieis, lieis, riais, hui, huis, flui, fluis…
Quienes no comprenden el cambio muestran disconformidad, disgusto, grandísimo enojo y desde su trinchera exigen inmediata revocación de la norma. Cuando veo esta amenazante lluvia de dardos, me acuerdo de Lutero en la Dieta de Worms, bajo la mirada olímpica del emperador Carlos y el dedo vociferante de las autoridades eclesiásticas que le exigían inmediata retractación. Aunque sobrecogido, respondía con seguridad: «Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa», al tiempo que admitía discutir sus tesis, siempre que el debate se guiara «por las Escrituras y por la razón».
¿Qué afirman las «escrituras», es decir, la norma heredada? La Ortografía de la lengua española de 1999 (Ortografía99) determinaba de forma taxativa los diptongos ortográficos. Se consideraban tales:
b) Toda combinación de dos vocales cerradas distintas (i, u).
Y añadía: «Algunas de estas combinaciones vocálicas pueden articularse como hiatos (es decir, en dos sílabas), dependiendo de distintos factores: su lugar en la secuencia hablada, el mayor o menor esmero en la pronunciación, el origen geográfico o social de los hablantes, etcétera. Sin embargo, a efectos de la acentuación gráfica, se considera siempre que se trata de diptongos» (Ortografía99, página 43). Tres páginas más adelante, en aplicación de estas reglas, consideraba monosílabos palabras como fie, hui, riais, guion, Sion… (Cf. Ortografía99, página 46). Es decir, tanto si se pronuncia gui.on como guion…, en la escritura estas palabras son monosilábicas. Y, si son monosilábicas, no deben llevar tilde.
La reciente Ortografía es, punto por punto, totalmente fiel a la doctrina heredada. ¿Cuál es la diferencia? Que la Ortografía de 1999 dejaba libertad para poner o no tilde según fuese la percepción de su fonética. Es decir, por un lado dictaminaba que ortográficamente eran diptongos; pero, por el otro, permitía la doble escritura: guion-guión, Sion-Sión, truhan-truhán, fie-fié, fieis-fiéis…
Esta opcionalidad, que constituía una flagrante y cruda contradicción contra la regla, se entendió como una moratoria o periodo de adaptación, pero constituyó una de las cuestiones más criticadas de dicha obra. La ortografía -se aducía con fundamento- ha de establecer normas unívocas, no reglas potestativas.
Dejemos las escrituras y en las razones entremos:
1. Se acusa a la nueva obra académica de dilapidar una de las grandes ventajas que poseía hasta el presente el sistema acentual del español: la propiedad de señalar de forma inequívoca sobre qué vocal de una palabra recae el acento de intensidad. Gracias a las reglas de la tilde, cualquier usuario, nacional o extranjero, que conozca las normas diferenciará en la pronunciación término, termino o terminó. Esta ejemplar propiedad se perdería -se dice- si quitamos la tilde en vocablos como guion, truhan, fie, fio, fieis, fiais. Tal crítica carece de fundamento, pues la ausencia de tilde no modifica la lectura: la intensidad afecta igualmente a la vocal abierta. Por otra parte, la voz hui nunca podrá confundirse con la interjección ¡huy!, ya que en los diptongos de final de palabra la -y siempre es átona.
2. Una segunda objeción señala que las nuevas normas ortográficas no nos permiten saber si las secuencias vocálicas de guion, Sion, truhan, lie, fie, liais, fiais, lieis, fieis… se articulan en el habla como hiato o como diptongo. Esta afirmación es cierta; pero no ha de ser tomada como una crítica, sino como una alabanza. Diría más, como un genial hallazgo de la ortografía. Esta disciplina no debe establecer en la escritura contrastes que no se correspondan con oposiciones de significado, y en los diptongos ortográficos la realización fónica como una sola sílaba o como dos no provoca cambios de significado. Veamos algunos ejemplos. Con independencia de que una pronunciación sea más frecuente que otra, no hay cambio de sentido en los siguientes dobletes: con.fi.ar / con.fiar, va.ci.ar / va.ciar, fi.a.ble / fia.ble, fa.tu.o / fa.tuo, ru.i.do / rui.do, je.su.i.ta / je.sui.ta… La medida es sabia, pues, de lo contrario, tendríamos que escribir un gran número de palabras con o sin tilde según las percibiéramos como llanas o como esdrújulas: glo.ria-gló.ri.a, su.per.fluo-su.pér.flu.o, gra.cia-grá.ci.a, i.bais-í.ba.is, ve.ni.ais-ve.ní.a.is, gar.fio-gár.fi.o, va.cuo-vá.cu.o, con.ti.nuo-con.tí.nu.o, cons.pi.cuo-cons.pí.cu.o, am.bi.guo-am.bí.gu.o, per.pe.tuo-per.pé.tu.o, ar.dua-ár.du.a, te.nue-té.nu.e, a.rio-á.ri.o… y varias decenas de voces más.
Volvamos a los términos que nos ocupan (guion, Sion, truhan, fie…). El hecho de articularlos fonéticamente como diptongo o como hiato no modifica su sentido: gui.on / guion, tru.han / truhan, fi.e / fie… Lo normal en la dicción pausada de gran parte de los países hispánicos es que muchas de estas palabras se articulen como hiatos. Sin embargo, en México y en una gran zona de América Central predomina su articulación como diptongo. Pero no es necesario ir muy lejos para observar que nosotros mismos en muchas situaciones del habla familiar y cotidiana los articulamos también como diptongos: ¡Anda, que liais cada una!; ¡No os fieis de eso! ¡No os riais de mí! ¿Deberíamos poner o quitar tildes ateniéndonos a la pronunciación de cada circunstancia o de cada lugar? En modo alguno. ¡Sería una norma general al arbitrio subjetivo de cada hablante!
3. Se oyen voces de que, con esta norma, la RAE está proponiendo que tales palabras se pronuncien como diptongos y no como hiatos. Tampoco es cierto: al igual que la escritura sin tilde de superfluo no nos impide articularla como esdrújula (su.per.flu.o) o como llana (su.per.fluo), las representaciones gráficas guion, Sion, truhan, lie, fie, liais, fiais, lieis, fieis… (no marcadas por la tilde) pueden representar tanto la pronunciación monosilábica como la bisilábica. Por el contrario, la escritura con tilde de guión, Sión, truhán, lié, fié, liáis, fiáis, liéis, fiéis… sí es excluyente: nos está diciendo que son palabras bisílabas. ¿Cómo aceptarían esta escritura en México y Centroamérica?
Cualquier cambio ortográfico es percibido como una agresión que afecta al hábito mismo de escribir. Provoca reacciones y debates que, una vez enfriados los ánimos, son siempre positivos, pues nos ayudan a reflexionar sobre la lengua y a comprender la fina malla de nuestra estructura ortográfica. Servirán también para desvelar el enorme esfuerzo de reflexión realizado para construir, desde la unidad y para la unidad, una obra rigurosa, cercana y comprensible.
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