La exposición que presenta el Museo Tamayo del artista estadounidense Trevor Paglen propone un cuestionamiento sobre la forma en la que vemos las imágenes, con todas las connotaciones tecnológicas que envuelven a su producción y difusión —y la política detrás de ellas, pues el trabajo de Paglen hace hincapié en las distintas formas de control que operan en redes sociales y demás servicios informáticos en algo tan cotidiano como la realización y carga de un retrato con familiares o amigos.
La primera exposición en América Latina del artista presenta meditaciones relacionadas con la crisis de privacidad en internet, misma que es perpetuada no sólo por hackers al margen de la ley, sino por la misma gestión gubernamental de Estados Unidos, con el entrenamiento de máquinas e inteligencias artificiales para reconocer sujetos y objetos. Se trata de un tema crítico, tomando en cuenta la permeabilidad de varias tecnologías de reconocimiento facial en la vida diaria, así como la reciente ampliación de las investigaciones del FBI en el caso de la filtración de datos por parte de Facebook hacia Cambridge Analytica, firma de consultoría política que colaboró de manera directa en la campaña electoral de Donald Trump. Con esto, la opinión pública ha puesto mayor atención en el valor de la información que producimos en nuestro uso de redes sociales o en una sencilla consulta en algún buscador.
Sin embargo, ¿es éste un motivo para sacar a flote las perspectivas paranoides? A primera vista, esa podría ser la respuesta natural, pero la obra de Paglen nos confronta con una propuesta totalmente opuesta: pensar en cómo esta situación se ha normalizado, al grado de que no podamos reconocer —en toda su dimensión— la gran cantidad de información que producimos y que es procesada mediante programas especializados encargados de codificar y volver a representar una imagen que no tiene una lógica para nuestra forma «humana» de ver —en cuestiones fisiológicas y psicológicas.
Lo que Paglen nos presenta en gran parte de sus obras no son imágenes pensadas para el consumo humano. Obras como It Began as a Military Experiment (2017) —compuesta por una serie de retratos que muestran patrones de reconocimiento facial en los rostros de las personas— muestran el proceso con el que se establece una huella informática que no podemos «leer», pero que permite la identificación de una persona en un banco de millones de fotografías diferentes; Stealth Bomber – Linear Classifier (2017) es una reinterpretación visual-informática de una fotografía codificada en patrones de color específicos, mismos que funcionan como un mapa de información coherente para ser leído por un software —si bien para el ojo humano carezcan de significado o den pie a la creación de interpretaciones libres, como si se tratara de un test de Rorschach.
En este sentido, ¿cuál es el propósito de presentar imágenes que, por su planteamiento mismo, no pueden ser comprendidas por el espectador de carne y hueso?
Pienso que, en gran medida, el trabajo de un artista se caracteriza por mostrar situaciones desde un punto de vista que no había sido considerado antes, con lo que se nos permite elaborar un juicio nuevo sobre algo cotidiano —algo que, por su misma condición, rara vez es analizado a profundidad.
El cuerpo de trabajo que Trevor Paglen exhibe en este museo ya arroja —por las consideraciones de su proceso técnico— suficientes preguntas sobre un mundo de imágenes que sucede frente a nosotros y que no podemos visualizar sin la ayuda de otra interfaz. Quizá la cuestión medular de este tipo de trabajos se concentra en el hecho de que hay una producción de imágenes que no está pensada para ser consumida para el propio ser humano, sino para vigilarlo.
Dicha circunstancia rompe en gran medida con la tradición semiótica de la imagen basada en la relación entre significante, signo y significado, perfilando así una producción visual que ya no gira en torno a la participación humana y que obedece a un propósito claro y unívoco —aunque la colisión entre los propósitos de dos tecnologías pueden mostrar resultados divergentes a la estrategia de control anteriormente descrita, mostrando sus fallos, como ocurre en la serie Adversally Evolved Hallucinations.
Para comprender el resultado visual de estas fotografías, es fundamental comprender el proceso: las máquinas de Inteligencia Artificial (IA) —como sucedió en It Began as a Military Experiment— realizan un aprendizaje para el reconocimiento de objetos basado en numerosos acervos de imágenes, organizadas para que correspondan características como forma, color, etc. Con esto —por ejemplo—, si se entrena a una IA con el propósito de reconocer un bolígrafo y éste ha sido cargado con las referencias necesarias, la máquina podrá hacerlo y mostrará un ejemplo, aunque nunca haya tenido una interacción visual directa con el objeto en cuestión.
Con esta dinámica como base, Paglen compuso una serie de «conjuntos de entrenamiento» a partir de referencias literarias, filosóficas, históricas y de otros ámbitos —teniendo como regla no basarse en hechos—, para así instruir a la IA a reconocer elementos asociados a dichas categorías. Posteriormente, creó otra IA con el propósito de «dibujar» las formas a reconocer: así, la IA dibujante interactuó con la tecnología entrenada para reconocer formas hasta producir imágenes que fueran capaces de cumplir con los requisitos solicitados. Los resultados fueron —como las describe Paglen— «alucinaciones» que, aún en la condición abstracta de su planteamiento y producción, aluden en gran medida al conglomerado de símbolos de distintas culturas: la forma en The Tower of Babel (Corpus: Spheres of Purgatory) es reconocible antes de que siquiera leamos el título de la pieza u objetemos algo en contra de la calidad de la imagen —la cual luce opaca por ser la resolución mínima que el software de reconocimiento necesitó para evaluarla.