En Latinoamérica está surgiendo un mayor número de editoras que no solo se están abriendo camino con firmeza en el campo editorial, sino que en buena medida están comenzando a revolucionarlo con proyectos innovadores, jóvenes y brillantes.
Hace algunos meses publicábamos en Librújula (España) y Libros & Letras (Colombia) un artículo para reivindicar el trabajo de toda una nueva generación de autoras latinoamericanas como Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980), Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983), Brenda Lozano (CDMX, 1981), Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) y María José Caro (Lima, 1985). Se trataba de un texto que buscaba poner de relieve el auge extraordinario de narradoras y poetas que se está dando en nuestro campo literario durante los últimos años, que entra en franco contraste con todo un muestrario de instituciones anquilosadas en un machismo rancio, amiguista y conservador, incluso en espacios en teoría renovadores como la polémica lista del pasado Bogotá 39-2017. De forma paralela al auge de esta generación de autoras también está surgiendo un mayor número de editoras que no solo se están abriendo camino con firmeza en el campo editorial, sino que en buena medida están comenzando a revolucionarlo con proyectos innovadores, jóvenes y brillantes. Es el caso de Lorena Giménez (Stockholm, 1977, Estela Editora), Claudia Apablaza (Rancagua, 1978, Libros de la Mujer Rota), Alejandra Algorta (Bogotá, 1991, Cardumen), Carmen Lucía Alvarado (Quetzaltenango, 1985, Catafixia) y Anelise Freitas (1987, Macondo y Matinta), quienes se suman a un mercado editorial donde ya despuntaban Lucía Donadío (Cúcuta, 1959, Sílaba), Lía Colombino (Asunción, 1974, De la Ura) y Valeria de Vito (Buenos Aires, 1977, El Ojo del Mármol), por citar tres.
Dentro de este marco, uno de los proyectos más interesantes en América Latina es Antílope, quizá la editorial mexicana de poesía con mayor proyección del momento, donde cuatro de las cinco personas que forman su equipo editorial son mujeres y cuyo proyecto estrella para 2018 es la traducción del poemario feminista Un útero del tamaño de un puño, de Angélica Freitas (Río Grande del Sur, 1973), que ha cambiado por completo el panorama poético del Brasil contemporáneo. Una de sus editoras es Isabel Zapata (Ciudad de México, 1993), quien nos recuerda el mérito de abrirse camino en un espacio anteriormente tan cerrado en torno a los hombres: «Es impresionante cómo, en el campo editorial como en muchos otros, las mujeres nos hemos ido abriendo cada vez más lugar, tanto en cantidad de puestos como en importancia de los mismos. Y no ha sido fácil, porque las mujeres tenemos que trabajar más, en todos los sentidos, para llegar a sitios dominados por hombres, muchos de los cuales no están dispuestos a apartarse al cambio». Isabel encuentra que este cambio en el campo editorial también es reflejo de una mayor presencia de las autoras en el campo literario, algo que en su opinión repercute además en la forma en que estas abordan sus temas: «El cambio puede verse incluso en el tipo de historias que salen a la luz, porque cada vez hay voces femeninas más fuertes que ponen sobre la mesa temas que antes no se tocaban: abuso, maternidad, relaciones entre mujeres, derechos sexuales y reproductivos, etc.». Paula Márquez (Córdoba, 1992), editora de Liberoamérica y coordinadora de una antología de ochenta poetas contemporáneas, comparte esta perspectiva y pone el énfasis en la apertura que supone el auge de las editoriales independientes: «Durante los últimos años asistimos a una notable ampliación del campo literario en América Latina gracias a la labor de editoriales regionales de carácter independiente que se hicieron cargo de la difusión de autoras y autores jóvenes cuyas propuestas poéticas y narrativas no llegaban a los espacios más grandes. Yo pienso que es a partir del surgimiento de esos nuevos espacios editoriales y de difusión que las mujeres no solamente tienen ahora la capacidad de alcanzar una mayor —y más justa— representación como autoras, sino también como productoras dentro del ámbito literario, tan marcado tradicionalmente por la hegemonía masculina».
Durante los últimos años asistimos a una notable ampliación del campo literario en América Latina gracias a la labor de editoriales regionales de carácter independiente que se hicieron cargo de la difusión de autoras y autores jóvenes cuyas propuestas poéticas y narrativas no llegaban a los espacios más grandes.
Julieta Marchant (Fotografía de Sofía Suazo)
Julieta Marchant (Santiago de Chile, 1988), editora de Cuadro de Tiza —donde acaba de publicar una plaquette de Alejandra Pizarnik—, hace énfasis en la noción de comunidad entre las diferentes personas que conforman la pluralidad del campo editorial independiente: «Me parece que la multiplicidad de sellos y proyectos siempre es un buen síntoma porque habla de un entusiasmo necesario para levantar cualquier tipo de comunidad que se quiera configurar. Y hablo de comunidad porque estamos todos cruzados: editores que también son autores y que publican en la editorial de al lado, editoriales que se unen para ferias, que comparten mesón, que comparten también autores o que hacen uniones estratégicas por sobrevivencia». En esta misma transcurre el pensamiento de Salomé Cohen Monroy (Bogotá, 1992), editora de Laguna Libros: «Desde hace unos diez años ha habido una explosión de editoriales independientes que le apuestan a contenidos locales y a autores jóvenes, así como a rescates editoriales, contenidos que las multinacionales estaban dejando pasar por alto». Para Salomé, esta perspectiva es extrapolable a una visión global donde las editoriales independientes no se limiten a la divulgación de sus respectivas literaturas locales, sino que se aventuren a trenzar alianzas entre ellas para proyectar a sus autoras y autores a escala iberoamericana: «Siento que el campo editorial contemporáneo es cada vez más consciente de que así estemos en el mismo continente, este es enorme y lleno de montañas, y que una buena salida es fragmentarlo (y fragmentar los derechos), pero siempre manteniendo un diálogo. Y este diálogo ha resultado en coediciones y alianzas para traducir en conjunto». La convicción por el diálogo interlatinoamericano se hace manifiesta en Laguna Libros, auténtica editorial de referencia que este año apuesta por la obra de Claudia Hernández (San Salvador, 1975), Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) y Sergio Galarza (Lima, 1976) entre otras figuras, además de una estrella colombiana residente en Argentina: Margarita García Robayo.
Las nuevas editoras latinoamericanas, entonces, no solamente están irrumpiendo en el campo literario con una fuerza extraordinaria, sino que están consiguiendo modificarlo y mejorarlo, planteando una propuesta cultural sólida y trenzando un tejido editorial colectivo capaz por fin de plantearse como una verdadera alternativa al monopolio español de Planeta / Anagrama / Random House. La hegemonía incontestable de estos tres gigantes —juntos aglutinan a Seix Barral, Tusquets, Alfaguara, Random House, Anagrama, Destino, Ediciones B, Espasa, Planeta, Reservoir, Lumen, Suma de Letras, Aguilar, Plaza & Janés, etc., además de las casi desmanteladas Sudamericana o Emecé— acapara los estantes de todas las librerías hispanoamericanas y ha venido imponiendo durante décadas un recorrido forzoso donde una autora colombiana, argentina, mexicana o chilena debía pasar necesariamente por España —es decir, desde un prisma europeizante— para llegar al resto de América Latina. Es para romper este monopolio que viene siendo necesario desde hace décadas un flujo interlatinoamericano de autoras y autores libre, independiente y plural, que solo está comenzando a lograrse en estos últimos años gracias al auge de las editoras más jóvenes y de su forma de trabajo generosa, dialógica y brillante. El mérito, entonces, es de ellas, y con él van nuestro apoyo, nuestra atención y nuestra lectura: porque también es de ellas —que nadie lo ponga en duda— el futuro literario de toda América Latina.
Autor: Darío Zalgade