U2: el mayor espectáculo del mundo (del rock)

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Bono, The Edge y compañía ofrecieron este jueves el primero de sus dos conciertos en el WiZink Center de Madrid, trece años después de su última visita

Era complicado no sentirse abrumado con la gigantesca pantalla que atravesaba ayer la pista del WiZink Center en Madrid, cuando esta comenzó a proyectar imágenes de las principales ciudades de Europa devastadas durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso de Madrid en ruinas, en 1939, al final de la Guerra Civil. Y a continuación, la famosa escena de «El gran dictador» en la que Charlie Chaplin pronuncia su genial discurso caracterizado de Hitler. Golpes de efecto infalibles con los que el público se puso a los pies de Bono y los suyos, antes incluso de que estos aparecieran en el interior de esa misma pantalla con los primeros acordes de «The Blackout», para poner punto y final a los 13 años de espera en la capital para ver a U2.

En las largas colas que se formaron desde primeras horas de la tarde en el exterior del antiguo Palacio de los Deportes, nadie ponía en duda que iban a ver a la banda de rock en activo más grande de las últimas tres décadas. «Por supuesto que lo son. ¿Quién está por encima… los Rolling Stones? ¡Qué va, pero si no han hecho nada últimamente! Y a ver qué escribes del concierto, que me he quedado con tu cara», advertía Charo antes de empezar, con su entrada de 115 euros en el bolsillo y otra de 217 esperándole en casa para repetir hoy. «Lo sé, es una pasta», reconocía.

El Bernabéu en el recuerdo

Puede que los Rolling Stones tengan algo que decir sobre ese pódium del rock, pero lo cierto es que las cifras cosechadas solo en España desde aquel primer concierto de 1987 —en el que U2 reventó el Santiago Bernabéu con el mítico «The Joshua Tree»—, parecen estar del lado de los dublineses. «Yo estuve. Recuerdo que hubo una masificación enorme, pero yo tuve la suerte de verlo sentado. Fue una puta locura. Se vendieron un montón de entradas falsificadas. Con las medidas de seguridad que hay hoy en día, eso sería imposible… pero fue impresionante», comentaba José, que venía desde San Sebastián para verlos una vez más. Ya van más de 40. En una ocasión, hasta se fue a Hawái.

Algunos seguidores desesperados buscaban entradas en la reventa, mientras sonaba un grupo de jazz en la zona VIP. Apareció el presidente del PP, Pablo Casado, junto a su mujer, Isabel Torres, para disfrutar de este espectáculo que trasciende lo musical, para transitar por terrenos visuales y tecnológicos inalcanzables para otros grupos. El exceso del rock más allá de la música, que también atrajo anoche a Javier Bardem y Penélope Cruz. El propio Bono les saludó desde el escenario.

U2 tiene la partida ganada antes incluso de salir al escenario. Poco importa que sus dos últimos discos —«Songs of Innocence» (2014) y «Songs of Experience» (2017)— no hayan cosechado las mejores críticas, porque cuando ellos tocan, el mundo se para. Desde aquel 1987, han reunido en España a más de un millón de feligreses en los 22 conciertos que han dado, llenando los estadios y pabellones más grandes del país. Desde el Vicente Calderón al Camp Nou, pasando por las cuatro noches del Palau Sant Jordi en 2015, con teloneros como los Ramones, The Pretenders, Keane o Franz Ferdinand. A estas cuentas se sumarán otros 35.000 asistentes entre los que vieron ayer y verán hoy este «Experience + Innocence Tour».

Sin afonía

Con la primera estrofa de «The Blackout» («Un dinosaurio se pregunta por qué todavía camina por la tierra», canta Bono desde el interior de la enorme pantalla) se desató la histeria. La gente se puso de pie para no volver a sentarse en el resto de la noche, cuando fueron sonando himnos como «I Will Follow», la canción que Bono escribió en 1980 sobre la trágica muerte de su madre de una hemorragia cerebral en el funeral de su abuelo, o la celebérrima «Beautiful Day», recibida con mucha expectación. El público era consciente de que fue ese el tema con el que, hace dos semanas, el vocalista de gafas moradas perdió su voz en su segundo concierto de Berlín. Un episodio insólito en su carrera que le llevó a suspender el concierto poco después de haber empezado. «Pero hoy tengo una voz excelente», advirtió ayer, ya sin rastro de afonía y plenas condiciones, antes de lanzarse con «The Ocean», «Iris (Hold Me Close)» y «Cedarwood Road».

Los cerca de 15.000 seguidores cantaron después a gritos el «Sunday Bloody Sunday», esa canción que es difícil que no hayas escuchado algún vez en tu vida, aunque no te guste U2. Recordaba Bono la tristemente famosa manifestación de Derry del 30 de enero de 1972, en la que 15 inocentes murieron por los disparos de un regimiento de paracaidistas del Ejército británico. «Los problemas de Irlanda del Norte cruzaron ese día las fronteras», explicaba el líder, con la que fue una de las primeras proclamas vitoreadas por la multitud.

Fue ahí donde el espectáculo comenzó a virar hacia el mitin, como es habitual en un Bono que tan pronto defiende la unidad de Europa en «New Year’s Day», recuerda a Martin Luther King en «Pride (In The Name Of Love» o reivindica el amor en todas sus formas en «Love Is Bigger Than Anything In Its Way». Y ya de paso, carga contra los dictadores (y Trump) o critica el nacionalismo («ya sea catalán, vasco, español o austriaco, porque soy irlandés, y a los irlandeses nos dan miedo las banderas»). ¡Bono for president!

Cuando el concierto ya había superado con creces la hora, y con los cuatro de Dublín situados al otro extremo del enorme escenario, fueron cayendo entre gritos y palmas éxitos como «Elevation», «Vertigo» (con cita de «Rebel Rebel»), «Even Better Than the Real Thing» o «Acrobat». La gente bota y canta. Todo se hace gigante en un concierto de U2 con estribillos así, en una coreografía de los músicos donde nada parece que pueda salirse de guión. Los miembros del staf perfectamente repartidos en cada rincón del escenario, cada uno con una botella de agua, para dar de beber a Bono cuando lo requiera; los ayudantes saliendo de las escaleras situadas bajo la tarima, como si fueran hormigas, para ir cambiando los instrumentos en cada canción; los movimientos de la pantalla gigante en coordinación con los paseos de The Edge cerca el público, y las cámaras estratégicamente ubicadas para no perderse ninguno de los estudiados pasos de estas estrellas del rock.

Nada puede fallar dentro de este espectáculo de luz, imágenes y música que los fans parecen disfrutar hasta volverse locos de emoción. U2 es un reloj suizo funcionando a la perfección, sin espacio para la improvisación. Bono maneja al público a su antojo, como si se tratara de una misa oficiada por, según palabras del vocalista, «unos chicos normales convertidos en extraordinarios gracias a la música».

Hasta que The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. deciden, en la recta final del concierto, comenzar a calmar a la fiera y explorar el lado más pop, más sensible de su carrera. Suena una versión acústica de «You’re the Best Thing About Me» y «New Year’s Day», antes de entrar en los bises con clásicos como «One», con ese tono oscuro e inconformista inspirado en la reunificación alemana, y la sosegada «13 (There Is a Light)» para poner punto y final al show. Hoy más.

Ver más en: ABC

 

 

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