La actriz recibe el galardón a sus 85 años tras una carrera de más de 60 años
El año pasado Julieta Serrano se propuso celebrar una fiesta para conmemorar sus seis décadas de trayectoria como actriz y, de paso, anunciar su retirada. Tenía 84 años y pensaba que había llegado el momento de descansar. Pero cuando llegó el momento, cambió de idea. No solo no hubo fiesta ni jubilación, sino que además aceptó actuar en dos nuevas producciones: Dentro de la tierra, del Centro Dramático Nacional, y Ricard III, del Teatro Nacional de Cataluña. Quizá esa decisión fuera resultado de una premonición inconsciente, pues este lunes le ha sido concedido el Premio Nacional de Teatro precisamente por los papeles que interpretó en estos dos espectáculos.
Lo raro es que no se lo hubieran dado antes. Serrano (Barcelona, 1933) es de las pocas actrices que quedan cuya trayectoria podría servir para resumir la historia del teatro español del último medio siglo: empezó en los escenarios en la década de los cincuenta con los directores Miguel Narros y José Luis Alonso —”mis primeros padrinos”, asegura—, siguió en la compañía de José Tamayo y se extendió al cine de la mano de Jaime de Armiñán —“mi padrino cinematográfico”, dice— y Pedro Almodóvar —“el que me hizo más famosa”, reconoce—.
En este tiempo pocos directores de escena españoles —ortodoxos o rompedores, veteranos y jóvenes— se han resistido a ofrecerle algún papel: José Carlos Plaza, Calixto Bieito, Gerardo Vera, Mario Gas, Eduardo Vasco, Sergi Belbel… ¿Le gusta la variedad? “Es cierto que he tenido una carrera muy variada, pero en el fondo de todos estos directores tan distintos subyace lo mismo: la búsqueda de la verdad en el teatro. Eso para mí es el talento”, explica.
Uno de los episodios más sonados de la trayectoria teatral de Julieta Serrano es el que vivió en 1969 junto a Nuria Espert (a la que había conocido de niña en las clases de teatro del Liceo barcelonés) en el mítico montaje de Las criadas que dirigió Víctor García, prohibido por el franquismo en Madrid y aclamado poco después en París y Belgrado. “Eran años turbulentos. Nos echaron del teatro Reina Victoria sin contemplaciones. Por suerte, después triunfamos en el extranjero —recuerda—. Vencimos a la censura, pero luego hemos tenido que luchar contra la precariedad, la desatención de los políticos… Esto no se acaba nunca”.
El jurado que le ha concedido la más alta distinción teatral en España (dotada con 30.000 euros) destacó precisamente su disposición a aceptar retos muy distintos, resultado de su “incansable búsqueda artística e intelectual” y de una “vocación sostenida a largo de una carrera de más de 60 años”.
Lo mejor es que la edad no la ha hecho más vacilante ni recelosa de nuevos desafíos. La prueba está en que el próximo noviembre participará por primera vez en una ópera, una versión lírica de La casa de Bernarda Alba con producción del Teatro de la Zarzuela. “Tengo mucha curiosidad por ver cómo se desarrolla este proyecto. Todo el mundo ahí va a cantar menos yo. Va a ser raro, pero nunca es tarde para aprender algo nuevo”, ríe al teléfono.
“También me hace mucha ilusión el hecho de que me vaya a dirigir Bárbara Lluch, nieta de Nuria Espert, a la que yo tuve en brazos muchas veces cuando era bebé. ¡Eso me emociona!”, exclama. “Y he de reconocer que, a pesar de que a estas alturas ya no pienso en personajes que quiera hacer, también me hace ilusión interpretar a la madre de Bernarda Alba porque he hecho varios personajes de esta obra y este me faltaba. Hice Adela en 1964, Martirio en 1976 y Poncia en 1998”, recita con asombrosa memoria.
Este último papel le valió su primer premio Max en el año 2000, al que siguió otro por Divinas palabras en 2006 y un tercero por Ninette y un señor de Murcia en 2015. ¿Habrá más? “Quién sabe. Yo seguiré trabajando hasta que la vida me diga”, repite. Quizá el cine también le dé nuevas alegrías: acaba de terminar de rodar Dolor y gloria, la nueva película de Almodóvar, con quien ha rodado escenas memorables en películas como Mujeres al borde de un ataque de nervios y Entre tinieblas.
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